Es referente mundial en pastoral familiar y actualmente preside la fundación «Famiglia Dono Grande»
Renzo Bonetti recibió este año el Galardón Alter Christus de Pastoral Familiar que entrega anualmente el Regnum Christi en España. Don Renzo ha estado al frente de la Oficina Nacional de Pastoral de la Familia y ha coordinado el Proyecto Parroquia-Familia de la Conferencia Episcopal Italiana con el objetivo de abrir caminos para que la familia participe en la vida parroquial. De este proyecto nacieron experiencias pastorales que se han expandido por varias diócesis italianas, centro Europa y Estados Unidos. Ha sido Consultor del Pontificio Consejo para la Familia y, desde hace algunos años, preside de la Fundación “Famiglia Dono Grande”, cuyo fin último es dar a conocer y vivir la familia como un “Gran Regalo” para las generaciones futuras. La revista LomásRC ha hablado con él sobre la importancia de la pastoral familiar, la familia como Iglesia doméstica, la importancia de la familia en la transmisión de la fe y algunos retos como la preparación de los jóvenes al matrimonio. Sobre esto último comenta que “sólo redescubriendo la misión específica y original que brota del sacramento del matrimonio se puede pensar en una ‘iniciación en el sacramento del matrimonio’ y, por tanto, en la misión sacramental de los esposos”.
¿Qué se siente al recibir un galardón relacionado con la familia y el matrimonio siendo usted sacerdote?
Recibir este galardón fue muy importante para mí porque lo vi como una aprobación del Señor Jesús sobre cuánto he estado tratando de vivir y compartir durante mucho tiempo. De hecho, durante varios años he intentado en mi vida personal y ministerial creer en el sacramento del matrimonio como lo hago en mi sacerdocio; creo en la presencia de Jesús entre los esposos, como creo en la presencia de Jesús en mi acción pastoral.
La pastoral familiar está tomando cada vez más importancia en la Iglesia, ¿a qué cree que se debe esta mayor sensibilidad?
Creo, ante todo, que esta sensibilidad es una acción del Espíritu Santo, que ama mucho el sacramento del matrimonio, que actualiza a la humanidad y a la Iglesia. El Espíritu actúa en la vida de la Iglesia para que este sacramento sea redescubierto como la perla preciosa que introduce el conocimiento del misterio de la Trinidad (Amoris Laetitia 11).
Junto a esto, que creo que es el motivo fundamental, hay otro motivo externo y es el hecho de que en nuestras parroquias las separaciones y divorcios aumentan cada vez más con todos los sufrimientos que conllevan. El maligno se ha desatado contra el matrimonio y la familia porque sabe ver, mejor que ninguno de nosotros, que en el hombre-mujer está la imagen y semejanza de Dios. No se desata contra las imágenes (cuadros, estatuas, etc…) que hacemos de Cristo, Nuestra Señora y de los santos, pero sí sobre la única imagen que Dios nos dio directamente de Sí mismo.
La familia es iglesia doméstica y hay una labor esencial en la transmisión de la fe de padres a hijos. Desde su experiencia, ¿puede darnos algunas claves sobre cómo transmitir la fe a los hijos?
La fe no es una serie de conocimientos ni una lista de comportamientos. La fe es vida, es una experiencia. Esto significa que la fe se respira en el comportamiento de los padres y, al aumentar la edad, se puede compartir con ellos.
No basta con saber que Dios es amor, hay que experimentarlo, disfrutarlo, sufrirlo cuando falta, entonces se ve qué don de luz y fuerza es el amor infinito de Dios.
Con el mismo principio se debe explicar la educación en la oración. Es ver el gozo y la participación de los padres mientras oran a Alguien que no se ve empuja a los niños a orar y tratar de saber Quién es tan importante como para merecer la atención de los padres y la escucha de Su Palabra.
¿La pandemia ha ‘cerrado’ los templos, pero ha ayudado a que los hogares sean lugares de oración?
Sin duda es positivo haber redescubierto las casas como lugares de oración, pero es crucial para el futuro descubrir por qué la casa es un lugar de oración.
El fundamento principal de la oración en el hogar, donde hay un matrimonio cristiano, es el hecho de ser una Iglesia doméstica, una fraternidad firmemente constituida (no solo por convocatoria, como se vive en la comunidad parroquial) y con la presencia estable del Señor Jesús en fuerza del sacramento del matrimonio (AL 59, 67, 73, 315, 317).
Sin esta conciencia, la casa en épocas de epidemia, pero también en otros momentos, corre el riesgo de ser sólo una habitación añadida a las de la sede parroquial.
¿La familia que reza unida permanece unida? ¿Siempre es así? ¿Cómo tiene que ser la vida de oración de una familia para que Cristo reine en ella?
Ciertamente, si los esposos oran, permanecen unidos y crecen en unidad. Pero conviene precisar qué se entiende por oración; si es solo la recitación de fórmulas, entonces existe el riesgo de que incluso la pareja que reza se divida. Por otro lado, cuando la oración es la comunión de los esposos, con Jesús presente en medio de ellos, deseoso de alabarlo, agradecerle, escuchar su palabra, entonces la oración se convierte en fuente de unidad creciente porque ya no es una ayuda para la unidad exterior sino se convierte en una unidad viva del alma. En mi experiencia he visto que cuando los cónyuges tocan este modo de oración, gradualmente se produce en ellos una transformación espiritual y se vuelven capaces de leer y experimentar los acontecimientos de la pareja, de sus hijos, cualquier sufrimiento, de una manera totalmente diferente. Es como decir que Jesús es verdaderamente el Señor de esa pareja, es el Esposo de la pareja casada como decía San Juan Pablo II.
¿Por qué hay tantos jóvenes no se casan actualmente? ¿No han recibido buenos ejemplos en sus hogares de origen? ¿Cómo mostrar la belleza del matrimonio a los jóvenes de hoy en día para que puedan vivir en plenitud?
Ciertamente una de las razones por las que los jóvenes no se casan en la Iglesia es el hecho de constatar concretamente que el sacramento del matrimonio no marca la diferencia, se puede prescindir de él, porque todo se basa únicamente en el dinamismo relacional del hombre-mujer.
Ahora, sabemos que el Espíritu Santo derramado sobre los esposos (AL 73), realmente puede transformar la vida de los esposos en su dimensión psicológica-humana. En el poder del Espíritu se puede experimentar ser imagen y semejanza de una manera totalmente nueva, la belleza de hacer crecer la distinción entre masculino y femenino en el cónyuge correspondiente; y al mismo tiempo aumentar el nivel de unidad al descubrir la belleza de la distinción. Es decir, la fe, el Espíritu Santo, marcan la diferencia en la vida humana, en la vida concreta de pareja y familia.
Y desde esa belleza, ¿de qué manera puede evangelizar un matrimonio a otros en este momento?
Hoy más que nunca, el matrimonio es evangelización aunque de una forma totalmente diferente y desconocida a la que se practica hoy en la pastoral. Es una evangelización vivencial, comunicada como vida de vida, luz de luz, por los esposos al atender a las distintas personas en sus entornos de vida.
Es una evangelización que se escribe en la carne de la relación conyugal cristiana. Esto en virtud de ser imagen y semejanza. El mismo Papa Francisco en Amoris Laetitia n. 11 dice que la pareja es “capaz de manifestar a Dios creador y salvador”.
Además, hay que decir que los esposos participan del amor unitivo de Cristo con la Iglesia y de Dios con la humanidad. Por tanto, los esposos son portadores de un amor divino especial. Es fácil concluir que sus obras los reconocerán y por tanto serán evangelizadores.
Una de sus preocupaciones son los cursos de formación de novios. ¿Se puede formar a una pareja a lo largo de dos fines de semana cuando para ser sacerdote hay que formarse más de cinco o siete años?
Creo que el poco tiempo dedicado a la formación de los novios para el sacramento del matrimonio corresponde exactamente a la poca fe que existe en el sacramento del matrimonio.
La historia nos enseña que fue un redescubrimiento de la fe en el sacramento del sacerdocio lo que dio lugar a la preparación seria y prolongada para la ordenación sacerdotal.
Por tanto, mientras no se redescubra la fe en el “Gran Misterio”, en el sacramento del matrimonio, es impensable encontrar los momentos adecuados y la forma correcta de preparar a los novios para convertirse en sacramento.
Sólo redescubriendo la misión específica y original que brota del sacramento del matrimonio (FC 50) se puede pensar en una “iniciación en el sacramento del matrimonio” (AL 207) y, por tanto, en la misión sacramental de los esposos.
¿Cómo es su vida de oración? ¿Hay alguna oración que a Usted le mueva el corazón en su vocación sacerdotal y en su dedicación a la familia?
No tengo ninguna duda en responder. Lo que más ha cambiado y transforma mi vida sacerdotal es la adoración diaria de la Eucaristía: Cuerpo entregado por amor. Allí encuentro la explicación completa de quién es el sacerdote y quiénes son los cónyuges. Allí encuentro el rostro de Dios, allí vislumbro el poder transformador del Espíritu Santo. Allí puedo contemplar el matrimonio que Dios quiere con la humanidad y del que el matrimonio es solo el signo.