El Papa en la Jornada del Pobre: «La grandeza no depende de acaparar, sino de cuánto fruto damos»

“No hay fidelidad sin riesgo. En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean”, dijo el Papa en su homilía en la Basílica de San Pedro en la Jornada Mundial de los Pobres. También ha recordado que el bien, “si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos”. En este sentido, el Santo Padre ha señalado que los pobres nos permiten enriquecernos en el amor, que es la mayor carencia que uno puede tener. Y nos invita a preguntarnos ¿qué puedo dar?, en lugar de plantearnos constantemente, ¿qué puedo comprar? Este domingo 15 de noviembre, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de los Pobres, cuyo lema es “Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32), tal y como explica la agencia de noticia de la Santa Sede Vatican News. Por este motivo, el Papa Francisco ha celebrado la Misa en la Basílica de San Pedro junto a 100 pobres que han representado a todos los pobres del mundo.

Profundizando sobre el evangelio del día que narra la parábola de Jesús a sus discípulos, en la que un señor llama a sus siervos, les entrega a cada uno una serie de talentos, (una cantidad diferente según su capacidad) y luego, con el tiempo, les reclama qué es lo que han hecho con esas monedas entregadas. “En el comienzo, todo inicia con un gran bien: el dueño no se guarda sus riquezas para sí mismo, sino que las da a los siervos; a uno cinco, a otro dos, a otro un talento, a cada cual según su capacidad”, dijo el Santo Padre.

También recordó que para nosotros empieza todo así: “Con la gracia de Dios, que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes. Somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, único e insustituible en la historia”.

En el centro de la parábola está el servicio, el cual “es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. ¿Pero cuál es el estilo de servicio?”, se pregunta el Santo Padre. Y recordó que “en el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados!”.

Precisamente el señor de la parábola indica al siervo fiel el camino que hay que seguir para que los talentos recibidos den frutos: “Debías haber llevado mi dinero a los prestamistas, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses”.

A este punto, el Pontífice nos plantea… ¿Quiénes son los “prestamistas” para nosotros, capaces de conseguir un interés duradero? “Son los pobres: ellos nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor”, afirmó Francisco haciendo hincapié el libro de los Proverbios alaba a una mujer laboriosa en el amor, cuyo valor es mayor que el de las perlas: debemos imitar a esta mujer que, según el texto, “tiende sus brazos al pobre” (Pr 31,20). Extiende tu mano a los necesitados, en lugar de exigir lo que te falta: de este modo multiplicarás los talentos que has recibido

Llegando al final de la parábola el Papa subrayó las palabras del señor: “Habrá quien tenga abundancia y quien haya desperdiciado su vida y permanecerá siendo pobre (cf. v. 29)”. “Al final de la vida, en definitiva, se revelará la realidad: la apariencia del mundo se desvanecerá, según la cual el éxito, el poder y el dinero dan sentido a la existencia, mientras que el amor, lo que hemos dado, se revelará como la verdadera riqueza. Un gran Padre de la Iglesia escribió: ‘Así es como sucede en la vida: después de que la muerte ha llegado y el espectáculo ha terminado, todos se quitan la máscara de la riqueza y la pobreza y se van de este mundo. Y se los juzga sólo por sus obras, unos verdaderamente ricos, otros pobres’ (S. Juan Crisóstomo, Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 3). Si no queremos vivir pobremente, pidamos la gracia de ver a Jesús en los pobres, de servir a Jesús en los pobres”.

Celebración de la Jornada del Pobre en el Vaticano

La IV Jornada Mundial de los Pobres, iniciada con la Misa del papa en la basílica de San Pedro, está siendo un día marcado por el signo de la pandemia, que se refleja tanto en las restricciones sanitarias como en el aumento de la pobreza, lo que hace aún más indispensable la movilización a nivel mundial.

A la Misa papal solo han podido asistir cien personas que representan a los “pobres del mundo”, pero la Santa Sede sí ha organizado dos iniciativas concretas. Por un lado pruebas de COVID- 19 gratuitas a los más necesitados que las precisan, por ejemplo, para acceder a los dormitorios o para regresar a sus países. Y, por otro, a la distribución de más de 350.000 mascarillas a 15.000 jóvenes que asisten a la escuela en los difíciles suburbios de Roma, con la idea de aligerar gastos de las familias y de concienciar a los jóvenes del peligro del virus.

Lamentablemente, por culpa de la pandemia, algunos de los habituales actos que caracterizan esta jornada se han cancelado. Entre ellas el Campamento Médico en la plaza de San Pedro y el almuerzo con 1.500 pobres junto al Obispo de Roma en el aula Paulo VI.

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