San Juan de Ávila y la reforma de la Iglesia: Lo que se espera del Papa (3)

“Ánimo determinado es menester para subir en la cruz
desnudo de todas las aflicciones, como el Señor lo hizo, aun hasta dejar a su
madre tan lastimada al pie de la cruz. Mas si tuviere él tal ánimo y se
ofreciere el Vicario de Cristo que “ofrezca su vida en sacrificio por el
pecado”, será consolado y pagado con lo que su Señor lo fue, que “verá su
descendencia prolongándose en días” (Is 53, 10). Atrévase a morir debajo de la
tierra, como grano de trigo; “no buscando mi conveniencia, sino la de los
demás para que se salven” (1 Cor 10, 33). No teniendo en cuenta lo que le es
lícito, sino con lo que edifica su Iglesia y es expediente para el bien de ella
(cf. 1 Cor 6, 12); no con cosa temporal, pues en tiempo de las tempestades
suelen echar la hacienda en la mar por escapar la vida de los navegantes. Y si
con este esfuerzo y celo de Dios mortificare sus afectos y ofreciere a Dios su
corazón desnudo de todas las cosas, herido con la compasión de sus ovejas,
lloroso en la oración por el remedio de ellas, sediento por la Iglesia de
Jesucristo, cuyo Vicario es, y todo afligido y mortificado, como gallina que
debajo de sus alas quiere amparar a sus hijos, no se los lleve el milano. Y,
mirando cuán enclavados tuvo el Señor sus pies y sus manos en la cruz, no usando
de su poder por remediar con sus flaquezas las nuestras, procure él con el
esforzado ánimo, no usando de su poder conforme a su voluntad ni a sus
intereses, mas ate sus manos muy bien atadas, como con clavos de propósitos
firmes, para usar más  el poder como convenga a la honra de Dios, que se lo
dio, y al provecho de las Iglesia, para quien se lo dio. Y si trabajo le fuere
mortificarse de esta manera, que cierto lo es, pues muerte y mortificación son
muy parientas, consolarlo ha el señor con que, si “si cayendo en tierra muere,
lleva mucho fruto” (Jn 12, 24-25). Porque de este corazón, aunque uno, siendo
mortificado como es dicho, nacerán innumerables corazones, que se ofrecerán a
Dios, tras él y con él, mortificados a sí mismos y vivos a Dios. ¿Quién habrá
que no siga al Vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo? ¿Quién de los
eclesiásticos osará vivir como quiere viendo a su príncipe vivir vida de cruz
por bien de la Iglesia?!


 


San Juan de Ávila, Tratados de reforma: Causas y
remedios de las herejías
, n. 41