«Recibo 80 llamadas diarias de fieles, el 90% me hablan de soledad», explica un párroco de Madrid

¿Cuántas personas al día puede atender por teléfono un cura
confinado por el coronavirus en España? Unas 80, si se organiza ayudado
con voluntarios, explica Francisco Santos Domínguez, párroco de la
iglesia de Santa Catalina de Alejandría, en el madrileño barrio de la Alameda de Osuna.

Dice que el 90% de las personas que les llaman y con las que habla por teléfono se centran en su gran problema estos días -y no sólo estos- que es la soledad. 

El coronavirus, explica en un reportaje del diario El País, se ha llevado a muchos conocidos suyos, “mayores y no tan mayores; personas desde 51 años hacia arriba. Estoy notando mucha, mucha soledad en algunos ancianos, y muchos miedos…”.

Francisco Santos fue durante muchos años misionero en
África, hasta su retorno a Madrid. Tiene 56 años, es extremeño y ahora
vive con su madre, de 84 años, cerca de su parroquia. Quiere apartarla
del virus a toda costa.

Aunque el recinto ferial -y hospital de campaña- de Ifema pertenece a su zona, no ha podido ir a servir allí: “tengo una dolencia respiratoria seria y soy paciente de alto riesgo al coronavirus”, explica el veterano misionero.

Unas experiencias límite

Aunque en África vio cosas duras, le asombró más otra experiencia en Madrid, cuando un  28 de septiembre de 2011 en su antigua parroquia del Pinar de Chamartín, en Madrid ,
un hombre con un sombrero blanco de paja irrumpió en el templo, en
pleno oficio religioso, mató de un disparo a una feligresa, hirió
gravemente a otra varios bancos más hacia el altar y luego, hincado de
rodillas, se descerrajó un tiro en la boca. Ni siquiera conocía a sus
víctimas. 

Luchar contra la soledad por teléfono

Y ahora llegó el coronavirus. En cuanto supo que se iba a decretar el estado de alarma y las restricciones de movilidad, se llevó con él a su madre. Después se volcó en un servicio telefónico junto con un grupo de laicos para seguir en contacto con sus feligreses y con aquellas personas que busquen desahogo o combatir la soledad en tiempo del coronavirus.

La iniciativa parte de un grupo de amigos cristianos del barrio, se llama Habla con un sacerdote; la página web permite al usuario elegir entre el medio centenar de sacerdotes disponibles para charlar y escoger el horario para hacerlo.

A diario recibe “entre 70 y 80 llamadas”, cuenta el padre Francisco. “Veo mucha soledad en mayores que no tienen a nadie”, destaca. “

Son personas de 50 años hacia arriba, y el 90% de ellos solo me hablan de soledad”, cuenta. “Y, algunas, de muertes de seres queridos que se han ido sin poder guardarles el duelo debido”. 

Hay personas que “han ofrecido alguna habitación de casa a
alguna cuidadora extranjera que tampoco tiene donde vivir, a cambio de
compañía”, relata.

Arrepentidos de no haber tenido hijos

“Si detectamos algún caso especial, nosotros mismos avisamos a los servicios sociales. Hay
mayores que me cuentan que están arrepentidos de no haber tenido hijos;
crecieron con sus padres, estos han muerto y hoy no tienen a nadie,
a lo sumo sobrinos que alguna vez les telefonean, pero pocas veces”, detalla el padre Francisco.

Francisco Santos elude hablar del pasado, afirma el reportaje de El País, que habitualmente es un periódico hipercrítico con la Iglesia. El periódico afirma que fue hasta el último momento el confesor del
juez del Tribunal Superior de Madrid que instruyó durante tres años, a
partir de 2009, el mayor caso de corrupción de la España reciente,
Antonio Pedreira. 
Era progresista y muy religioso. Se topó, por
ejemplo, con la corrupción que rodeó la organización de la visita del
Papa Benedicto XVI a Valencia en julio de 2006. “Investigad la
corrupción, pero dejad en paz al Papa…”, llegó a decirles a los
investigadores del caso Gürtel.

“Antonio es de las mejores personas que he conocido en mi
vida, su infinita humanidad”, indica el padre Francisco. El magistrado
Antonio Pedreira, fallecido en agosto de 2015, destapó jurídicamente
todas las tramas de la red.

El sacerdote cuenta que el juez una vez se llevó a almorzar
con él, los dos solos, a Joaquín, un mendigo que solía apostarse a las
puertas de la iglesia. “Es la primera vez que alguien me trata de igual a
igual, como persona”, le dijo al sacerdote. “Al mendigo se le veía
exultante aquel día”, recuerda Francisco Santos. Algunos políticos
desfilaron durante aquellos meses por la iglesia tratando de
congraciarse con él. Y para sonsacarle cómo iba la investigación.
“Era muy buena gente y a nadie rechazaba la mano, pero eludía hablar de Gürtel”, recuerda el padre Francisco.

Ahora este sacerdote admite que está “muy triste” y obsesionado, dice, con ayudar a sus ancianos de dos miedos, el de la soledad y el que genera un virus que para muchos mayores se ha convertido en sinónimo de muerte.

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