El totalitarismo hacia el que vamos: lecciones proféticas del jesuita «rescatado» por Rod Dreher

El padre Tomislav Kolakovic fue un líder de la resistencia clandestina checoslovaca

En su último libro, Vivir sin mentiras, Rod Dreher ha rescatado del olvido al jesuita croata Tomislav Poglajen, también conocido como Tomislav Kolakovic, un gran pilar de la clandestinidad anticomunista checoslovaca. En su figura, el autor de La opción benedictina ve un modelo también para la resistencia al moderno totalitarismo que avanza sin control en Occidente.

El periodista Matija Štahan, que trabaja para el portal cristiano Bitno, reflexiona al respecto en un reciente artículo publicado en Crisis Magazine (los ladillos son de ReL):

Vivir sin mentiras y el profeta croata del totalitarismo

El jesuita croata Stjepan Tomislav Poglajen (1906-1990), más conocido en el mundo actual con el nombre en clave de Tomislav Kolaković, salió repentinamente del olvido histórico gracias al libro de Rod Dreher Vivir sin mentiras. Manual para la disidencia cristiana. Aunque Poglajen era un sacerdote croata, Dreher no escribió sobre Croacia, sino que se centró en Polonia, Checoslovaquia y la Unión Soviética. 

Sin embargo, al observar el contexto croata de Poglajen, podemos encontrar una advertencia sobre la dirección en la que podrían moverse Estados Unidos, Europa y todo Occidente en el siglo XXI.

Como personalidad inusual, que tuvo una multitud de seudónimos en la segunda mitad de su vida, Poglajen es miembro de varias tradiciones.

Nadie es profeta en su tierra (cf. Lc 4, 24)

La primera de ellas es la tradición, que Cristo describió decepcionado, de quienes no fueron reconocidos como profetas en su tierra. Actualmente, Poglajen está olvidado en Croacia, y no sería sorprendente que, gracias a la obra de Dreher, sea más conocido en el área de habla inglesa que aquí en Croacia.

Sueños imposibles

Otra tradición a la que pertenece Poglajen es la de los idealistas católicos croatas y, muchos dirían, románticos acérrimos.

Al igual que el sacerdote Juraj Križanić peregrinó y fue a ver al zar ruso Alexei I Mikhailovich en el siglo XVII para restablecer la unidad cristiana, Poglajen, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, como parte de su proyecto de recristianización de la Unión Soviética quiso reunirse con Stalin. Al igual que el intento de Križanić, la tarea de Poglajen terminó sin éxito político (pero no necesariamente espiritual), inconmensurable según los criterios mundanos. Al igual que Križanić acabó en Siberia, Poglajen fue detenido y condenado a un nuevo exilio.

Las últimas etapas de su vida -que pasó viajando por el mundo en coordinación con la cúpula de la Iglesia en tareas que aún hoy se desconocen– se asemejan a un thriller de espías, en parte descritas en el libro God’s Underground, que publicó en 1949 con un prólogo de Fulton Sheen.

[En España se publicó en 1953 con el título ‘La resistencia de Dios: aventuras del ‘padre Jorge’ bajo el dominio soviético, por Luis de Caralt Editor; nota de ReL]

Poglajen murió en París en 1990, poco después de que el comunismo –a cuya desaparición contribuyó significativamente- se derrumbara definitivamente.

El don de evangelizar

Pero la parte de la vida de Poglajen que sirvió de inspiración para el libro de Dreher también proporciona material para dar a conocer la tercera tradición a la que pertenecía Poglajen. Esta tradición consiste en un pequeño número de personas con un doble don, tanto profético como práctico: el don de la evangelización.

El mejor ejemplo de este aspecto práctico es quizá San Benito, a quien Dreher dedicó su anterior libro, La opción benedictina.

Al igual que el santo medieval estableció monasterios que preservaron el patrimonio cultural y espiritual cristiano de la devastación de las hordas bárbaras que asediaban Europa, Poglajen, bajo el seudónimo de Kolaković, en vísperas de la invasión soviética de Eslovaquia estableció la Familia, una comunidad secreta de creyentes dedicada a preservar la verdad católica. La reacción en cadena causada por el relevante papel que tuvieron los miembros de la Familia llevaría a la muerte de la dictadura comunista en Checoslovaquia unas décadas más tarde.

Poglajen demostró el aspecto visionario de su personalidad en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, cuando escribió una serie de ensayos sobre los peligros de los totalitarismos y las profundas similitudes que había entre todos ellos. “Si dos hombres comienzan a destruir la cultura cristiana desde dos puntos de partida muy distantes, necesariamente ha de llegar un momento en que se encuentren sobre las ruinas de un santuario devastado”, escribió en 1939, tras el Pacto Molotov-Ribbentrop entre el Tercer Reich y la Unión Soviética. Los ensayos que contenían frases como “hay un Stalin detrás de Adolf Hitler, y un Adolf Hitler detrás de Stalin” tuvieron su premio: su nombre apareció en la lista negra de la Gestapo. Tras la formación del nuevo Estado croata en 1941 en alianza con Alemania e Italia, Poglajen cambió su nombre por razones de seguridad y se dedicó a recorrer el mundo durante casi medio siglo.

Lo que Dreher intenta demostrar hoy es que las tendencias sociales en Occidente esconden un potencial totalitario. Refiriéndose correctamente a varios autores, desde Aleksandr Solzhenitsyn hasta Hannah Arendt, su visión del “totalitarismo blando” de hoy en día merece ser completada con algunas observaciones.

Por ejemplo, casi todos los aspectos del totalitarismo que prevalecieron en el Tercer Reich y en la Unión Soviética reaparecen hoy en Occidente. El totalitarismo no es una característica de la izquierda o de la derecha, sino que es un fenómeno transideológico que puede acechar al liberalismo, al igual que lo hizo con el fascismo y el comunismo en el siglo XX. El totalitarismo no es una ideología, sino el espíritu que acecha tras las ideologías.

Características del totalitarismo

Creo que hay cinco puntos clave que caracterizan a cualquier totalitarismo.

El primero es el utopismo secular y terrenal, que en la ideología actual del progresismo se manifiesta en la frase “el lado correcto de la historia”.

El segundo punto es el exterminio de los miembros de un grupo indeseable, que no es tratado como humano. Hoy en día no se trata de una clase o raza indeseable, sino de millones de niños no nacidos cada año.

El tercer punto es el intento de formar un “hombre nuevo“, no el Homo Sovieticus de Stalin o el Übermensch [Superhombre] de Hitler, sino un homo deus asexuado y aparentemente inmortal.

El cuarto es que cualquier totalitarismo es claramente anticristiano. Hoy en día esta tendencia, aparte del nivel legislativo y cultural, se manifiesta también en la destrucción de edificios sagrados y estatuas de Jesucristo, la Virgen María y santos como Junípero Serra.

El quinto punto es, según Hannah Arendt, la completa dominación social de la idea totalitaria a la que casi toda la población accede consciente o inconscientemente.

La batalla cultural

El único punto que Occidente sigue sin satisfacer actualmente es el último. En lugar de una total unanimidad, la población de Estados Unidos, Europa y la mayoría de las demás sociedades desarrolladas está profundamente dividida en cuestiones clave de la actualidad.

El mejor ejemplo de ello es la polarización en torno a Donald Trump y Joe Biden en las elecciones presidenciales, o en las actitudes hacia las medidas de control del covid-19 y la imposición de las vacunas como requisito para participar en la vida social. Sin embargo, la lucha no es igualitaria.

En el lado que he etiquetado como progresista están los medios de comunicación dominantes, el establishment político de los grandes partidos, los intelectuales académicos de las universidades más respetadas, las estructuras de las ONG y los monopolios tecno-corporativos, e incluso los revolucionarios callejeros que destruyen los símbolos de Estados Unidos, Occidente y el cristianismo. Cuando hay una reacción a todos ellos, en forma de protestas a favor de Trump, se manifiesta de forma igualmente destructiva: ocupando el Congreso, como símbolo de la democracia estadounidense. Es un círculo vicioso del que es difícil salir.

El cristianismo, auténtica alternativa

Pero el camino que ofrece una salida a dicho círculo vicioso es, como bien sabía Poglajen, el cristianismo. Este se opone completamente a todos los rasgos del totalitarismo; además, los cinco rasgos del totalitarismo son inversiones y perversiones de la doctrina cristiana. Este hecho revela el núcleo pararreligioso de los proyectos totalitarios.

En primer lugar, los cristianos no creen en una utopía en esta Tierra, sino en una utopía del más allá. Por eso ni siquiera intentan construirla en la Tierra. Son conscientes de que las cosas se pueden arreglar pero que la vida no puede ser perfecta. Los proyectos totalitarios quieren crear una “vida perfecta” eliminando a cualquiera que no encaje en su imagen de perfección.

En segundo lugar, los cristianos se oponen a los sacrificios humanos, ya sea el sacrificio de vírgenes en la época precristiana, la matanza masiva de indeseables en los campos de la Segunda Guerra Mundial o el “servicio sanitario” de las clínicas abortivas en la época postcristiana.

En tercer lugar, tal como escribió el apóstol Pablo, solo en Jesucristo todo el mundo se convierte en un “hombre nuevo”, y el título de homo deus no está destinado a la humanidad sino solo, en su sentido literal, al Hombre-Dios de Nazaret.

Por último, el cristianismo insiste en el libre albedrío del individuo, al que ninguna ideología debe privar de esa libertad.

Por estas razones, el cristianismo es, en relación con cualquier totalitarismo, una subversión suprema.

El socialismo “de rostro humano”

Entonces, ¿por qué la influencia de Poglajen es inexistente en Croacia? La respuesta obvia sería: porque se vio obligado a huir del país y a cambiar de identidad. Esta es sin duda una de las razones. Sin embargo, hay otra, mucho más profunda, que puede relacionarse con el estado de todo Occidente hoy en día.

Esta razón, en resumen, es: porque después de la Segunda Guerra Mundial, Croacia se encontró en la Yugoslavia comunista, primero de los países comunistas que logró construir una imagen positiva y un estatus envidiable en los países occidentales. Este marketing, o más exactamente la propaganda, es evidente en una de las definiciones con las que muchos, aún hoy, describen el régimen yugoslavo: “Socialismo con rostro humano“.

Al comparar Yugoslavia con otros países del bloque oriental muchos siguen sosteniendo que en otros países comunistas había una verdadera dictadura, mientras que el régimen de Yugoslavia era progresista, suave, casi liberal. Pero de lo que muchos no son conscientes, ni siquiera en Croacia, es de que esa “cara humana” no era más que una máscara bajo la que se escondía el verdadero rostro del régimen comunista.

Doble estrategia: muerte y compra de voluntades

Para ilustrarlo, comparemos Polonia, que tiene diez veces más habitantes, con Croacia. Los comunistas soviéticos mataron a 22.000 polacos en el bosque de Katyn en 1940, y este crimen es la mayor tragedia del pueblo polaco en el siglo XX. Inmediatamente después de tomar el poder en mayo de 1945, los comunistas yugoslavos mataron entre 50.000 y 250.000 personas. La incertidumbre de esa cifra atestigua el secretismo de los crímenes, que solo empezaron a hacerse públicos en la década de 1990, y el hecho de que no fueron deliberadamente investigados.

Y siguen sin serlo. Después de semejante masacre, en la que la oposición potencial -la intelectualidad, la burguesía, los jóvenes, el clero- fue cortada de raíz, no fue difícil para el régimen yugoslavo hacer gala del llamado liberalismo.

A diferencia de otros regímenes comunistas, el yugoslavo era especialmente pérfido: permitía al pueblo más libertades irrelevantes, pero cuando alguien sobrepasaba los límites de lo permitido, la forma de tratar a los disidentes era tan dura como en otros países comunistas, si no más.

Otro ejemplo. Como demostración de la benevolencia del régimen, muchos citan el hecho de que Yugoslavia permitía a sus habitantes trabajar en el extranjero, mientras que a los residentes de otros países comunistas generalmente no se les permitía cruzar la frontera del Estado. Pero al mismo tiempo, los agentes yugoslavos ejecutaban a más disidentes en el extranjero, casi un centenar de ellos hasta el colapso de 1991, que los agentes de todos los demás Estados comunistas, incluida la Unión Soviética.

La represión suave y las libertades superficiales

Fue a causa de estas libertades superficiales e insignificantes por lo que la resistencia fue escasa. Donde el mal se manifiesta claramente, la resistencia suele crecer de forma espontánea. Donde reina la ilusión del bien, muchos no reconocen el mal que se esconde tras esa percepción errónea. Como comentó Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, tras leer 1984, obra de su sucesor informal George Orwell, la tiranía del futuro no se basará en la amenaza de la violencia, sino en la manipulación del placer. O, como vemos en la situación actual, en la promesa de salud física.

Al igual que el núcleo del régimen yugoslavo se ocultaba con concesiones baratas al pueblo, lo mismo ocurre con la ideología del progresismo en el Occidente moderno. Hoy en día, a nuestros pasivos conciudadanos no se les compra con una migaja de libertad, sino con cultura popular, narcóticos y aplicaciones sexuales. En la Yugoslavia comunista, donde gobernaba el “socialismo con rostro humano”, a diferencia de Checoslovaquia, no había células secretas de creyentes católicos. Por suerte, el papel de principal enemigo del régimen lo asumió la Iglesia católica.

Pero, ¿qué pasa cuando la Iglesia institucional fracasa? Más aún, cuando su influencia, como sucede hoy en día, se desvanece. Pues que la única resistencia la pueden ofrecer los laicos. Poglajen era consciente de ello. No permitamos que el nuevo totalitarismo con “rostro humano” nos vuelva a engañar.

Traducido por Verbum Caro.

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