El profesor Barahona publica «Sobre el amor en tiempos incrédulos»
“La propuesta de la posmodernidad entiende los conflictos como algo a superar. El cristianismo, como algo con lo que vivir. Se trata de luchar por la reconciliación aprendiendo a vivir en su permanente tensión”, escribe el autor.
Ediciones Encuentro acaba de publicar Sobre el amor en tiempos incrédulos (puedes adquirirlo en este enlace), de Ángel Barahona, doctor en Filosofía y director del Departamento de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid).
Un “manual” para jóvenes, padres, matrimonios… para “vivir aceptando que la existencia debe pasar una y otra vez por senderos estrechos, por malentendidos, por límites y por cansancios y que todos ellos pueden convertirse en la grieta por donde nos llegue la sabiduría para aprender a caminar mejor”.
1. Confiar en el otro
La confianza no se origina porque el otro sea intachable o muy fiable. Es más, contamos con que seguramente vuelva a cometer algún error. Pero sabemos que el camino más seguro, paradójicamente, y aquel que nos hace dignos de amor, es el que nos lleva a ponernos nuevamente en las manos del otro como oportunidad de conversión. Este gesto, nos sana y nos hace fuertes.
2. Confesarse mutuamente los pecados para vivir en verdad
No se trata de una acción exhibicionista a la manera mundana, donde despojarse de las vestimentas para ser hurgado, donde no se tiene en cuenta el misterio y la grandeza del que muestra su miseria, sino la confesión de aquel que desea ser conocido en su profundidad por el amado, más allá de lo que él mismo puede conocerse.
3. Pedir perdón y esperar (no es un recurso mágico)
A veces pedimos perdón como si fuera un pasaporte a un estado previo, ideal y sin huellas. Cargamos al otro con el deber moral de perdonarnos y nos liberamos de nuestro pecado por arte de magia. Pero la petición de perdón parte de la conciencia de no merecerlo, solo se puede mendigar. Por eso, solo se puede esperar. Esperar que la grandeza del otro nos vuelva a acoger gratuitamente.
4. Valorar juntos el tiempo y la duración de la vida
Pensar en envejecer juntos es una de las mayores declaraciones de amor que podemos darnos. Para ello muchas veces deberemos olvidar y preservar el secreto del pecado del otro. No traerlo a colación jamás después del perdón. Y también, mirar con ternura el camino recorrido juntos y con pasión los pasos que quedan por dar.
Mirar el tiempo con la sensatez que nos muestra la Biblia. “Pon tu confianza en Yahvé, confía en él, que él actuará; hará brillar como la luz tu justicia, y tu derecho igual que el mediodía. Vive en calma ante Yahvé, espera en él”, Salmo, 37, 5-7.
5. Ser un pueblo, insertarse en una comunidad
Con el sacramento matrimonial aparece la comunidad en el escenario. La pareja no puede ser un encerramiento individualista de dos. Uno se casa para donarse, en función de una misión; el matrimonio no es un fin en sí mismo, es la continuidad en la colaboración creadora de Dios que necesita ser arropada por la comunidad.
6. Desear el bien del otro antes que el propio
Custodiar el deseo del otro sin querer otra cosa y sin querer cambiarle, ni en su modo de ser ni en sus esperanzas. Si el cambio en el otro sucede ha de ser por agradecimiento, por despertar al amor.
7. Amar con el cuerpo hasta experimentar el placer de la entrega
El sexo que se cifra en la cantidad de libido que se deposita en el otro está abocado al fracaso al ser un negocio fraudulento, insatisfactorio y frustrante. La experiencia dice que se agota de usarlo si el sentido es solo el mutuo disfrute hedonista.
El sexo en el matrimonio cristiano es otra cosa. Entregarse al otro es una forma de donación que conlleva otro tipo de placer. Proyectar una vida fruto de la entrega es un vínculo sobrenatural, no un cálculo. Es un altar sacrificial, donde se da y celebra la resurrección.
8. Atreverse a cometer equivocaciones
Atreverse a cometer equivocaciones. Lo peor no es “meter la pata”, sino no atreverse a tomar decisiones por miedo a sufrir. Los miedosos son los que nunca vivieron de verdad. A todo se anticiparon con sus temores y proyectaron, de lo que habría de suceder, solo lo malo. Se perdieron lo bueno y lo que habrían aprendido. Porque, del aprendizaje humano, lo peor no es el dolor. Este sirve para educarse y nos ayuda a buscar medios para repararlo. Como decía la Epístola a los Hebreos: “por el miedo que tenemos a la muerte estamos de por vida esclavos” (Hb 2,15).
Si actuáramos con valentía descubriríamos la verdad de la vida: consiste en arriesgar, en crear vínculos, en compartir experiencias, en aprender a amar. La vida ha de ser entendida como Dios la concibió; como camino, como paseo por el jardín del Edén acompañados por Él y por la compañía adecuada que Él predestinó para cada uno de nosotros. Si en ese camino titubeamos, nos caemos por pendientes o nos perdemos en valles oscuros. Él previó ese uso erróneo de nuestra libertad sobrenatural creando, antes que al universo, la teshuvah: la posibilidad de retorno.
Un midrash judío nos habla de este “retorno” como el lugar previsto por Dios para cuando nuestras experiencias no nos fueran satisfactorias, cuando nuestro deseo se hubiera visto frustrado, cuando hubiéramos aprendido que no somos dioses conocedores del bien y del mal. No nos reprime antes para que no cometamos pecados que sabe que nos harán daño, sino que nos orienta (nos manda acompañantes y mensajeros que nos ayudan a mirar de nuevo a Oriente, de donde viene la luz, para “orientarnos”).
“Atreverse a cometer equivocaciones. Lo peor no es “meter la pata”, sino no atreverse a tomar decisiones por miedo a sufrir”.
9. Rezar antes que mediar (si somos padres)
Los padres no tenemos que mediar entre los hijos, terminamos tomando partido y creando heridas. No se trata de sermonear sino de interceder ante Dios por los hijos. Santa Catalina indicaba “deja de hablar a tus hijos de Dios y háblale a Dios de tus hijos”. Es lo que hizo Santa Mónica por San Agustín.
10. No hacer mudanza en tiempos de tribulación
Hay que enseñar a la pareja a esperar y esperarse. Toda impaciencia viene del demonio, que nos arroja precipitadamente por el atajo y este siempre es violento. Hay que darse tiempo, hablar, buscar ayuda, un tercero en discordia distante o neutral es fundamental. De aquí la importancia de los centros de ayuda matrimoniales en las diferentes diócesis, además de la vida comunitaria y el acompañamiento espiritual.
11. Callar y acompañar
Es imposible penetrar en el misterio del sufrimiento del otro. El mejor acompañamiento es desde el silencio y la oración. En todo caso no se trata de iluminar desde fuera de la relación que es en donde se ha colado el Maligno sino de hacer presente la Cruz.
12. No esperar a la mujer o el hombre perfectos
Porque no existen. El problema de una relación dubitativa en el noviazgo, o ya en la relación consumada, es esperar del otro la perfección. La inseguridad, la incapacidad de tomar decisiones tiene que ver con creer, aunque no lo verbalicemos, que el otro debe ser perfecto según la proyección que mi subjetividad lanza sobre él.
El gran reto de todos los retos, consigna práctica universal, es luchar contra el idealismo. Superar el romanticismo, tal vez necesario, pero no suficiente, es un arduo ejercicio, pero inevitable, pues son formas infantiles de sublimar alguna carencia propia.
13. Salir del ensimismamiento
Luchar contra la tentación, y vencerla, de hacer que el mundo gire en torno nuestro. Nuestro instinto de supervivencia gira siempre alrededor del yo. Salir al encuentro del otro demanda descentrarse. Se trata de aprender a “pasar al otro” y salir de sí mismo, de la prisión del ego. Si este paso no se da estamos en un permanente volver a empezar cada vez más decepcionante y penoso.
El obstáculo para este aprendizaje es haberlo visto en otros. Solo viéndolo en otros se aprende. Por eso la vida comunitaria no es un añadido a la vida de fe, sino una necesidad imponderable.
“Quien decide solo, con frecuencia es víctima de su engreimiento. Porque la mirada de una persona es limitada; solo divisa lo que tiene delante. Como el enemigo suele atacar por detrás, necesita alguien que cubra su espalda. Es otro el que nos ayuda en la dura pugna contra las fuerzas del mal” (A. Gómez Fernández).
Charla del autor sobre “la formación del corazón para el amor”.
14. Una prioridad clara
“Amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente” (Dt 6,4), es la clave de la felicidad. Y eso mismo pretende Dios que hagamos con todas sus criaturas. Vivida así la vida se convierte en una aventura apasionante y sorprendente. Y así con la última clave….
15. Siempre amanece
Creer que todo pueda empezar cada día de nuevo.