CITA
San Agustín “Jesús no es valorado en nada, hasta que sea valorado sobre todo”.
San Hilario «Al decir el Señor: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” dio a entender que debían tenerle por otra cosa distinta de lo que veían en Él. Él era, efectivamente, Hijo del hombre: ¿qué deseaba, pues, que opinaran sobre Él? No queremos opinar sobre lo que Él mismo confesó de sí, sino de lo que está oculto en Él, que es el objeto de la pregunta y la materia de nuestra fe. Nuestra confesión debe estar basada en la creencia de que Cristo no solamente es Hijo de Dios, sino también Hijo del hombre y en que sin las dos cosas no podemos abrigar esperanza alguna de salvación. Por eso dijo Cristo de una manera significativa: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”».
«La confesión de Pedro obtiene plenamente la recompensa merecida, por haber visto en el hombre al Hijo de Dios (Mt 16,13-19). Es dichoso, es alabado por haber penetrado más allá de la mirada humana viendo lo que venía no de la carne, ni de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el Padre celestial. Y es juzgado digno de reconocer el primero aquello que en Cristo es de Dios.
«¡Oh feliz fundamento de la Iglesia, proclamado con su nuevo nombre; piedra digna de ser edificada, porque quebranta las leyes del infierno, las puertas del Tártaro y todas las prisiones de la muerte! ¡Oh dichoso custodio del cielo, a cuyo juicio son entregadas las llaves del acceso a la eternidad; cuyas decisiones, anticipadas en la tierra, son confirmadas en el cielo! En su virtud, aquello que ha sido atado o suelto en la tierra, recibirá en el cielo la condición de una decisión idéntica» (Comentario al Evangelio de San Mateo 16,7).
San Juan Crisóstomo «Ciertamente si Pedro no hubiese confesado que Cristo fue engendrado realmente por el Padre, esta revelación no hubiese sido necesaria ni hubiese sido llamado bienaventurado por haber juzgado que Cristo era un hijo predilecto de tantos hijos adoptivos de Dios. Porque antes que Pedro, los que iban en el barco con Cristo, le dijeron: “Verdaderamente tú eres Hijo de Dios” (Mt 14,33). También Natanael había ya dicho: “Maestro, tú eres Hijo de Dios” (Jn 1,43), y sin embargo, no se llamaron bienaventurados, porque no confesaron la misma filiación que Pedro. Lo juzgaban como uno de tantos hijos, pero no verdaderamente como Hijo. Y aunque lo tenían como el principal de todos, no lo miraban, sin embargo, como de la misma substancia que el Padre. Ved, pues, cómo el Padre revela al Hijo y el Hijo al Padre y cómo no podemos conocer al Hijo sino por el Padre, ni al Padre más que por el Hijo, de donde resulta, que el Hijo es consustancial al Padre y debe ser adorado con el Padre. Partiendo de esta confesión, el Señor demuestra que muchos creerán lo mismo que ha confesado Pedro. De donde añade: “Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”».
San Ireneo, «… Es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el ‘Don de Dios’… Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo… confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión hacia Dios… Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia» (haer. 3, 24, 1)” (Cat, 797).
S. León Magno “Tú eres Pedro… aunque Yo soy la piedra inconmovible, la piedra angular…, sin embargo, también tú eres piedra (Pedro), porque eres consolidado por mi propia fuerza y porque las prerrogativas que son y siguen siendo mías, las compartes conmigo por la comunicación que Yo te hago de ellas” (Serm. 4).
Benedicto XVI, Jesús es el “Hijo del Dios vivo”, el Mesías prometido, que vino a la tierra para ofrecer a la humanidad la salvación y para colmar la sed de vida y de amor que siente todo ser humano. ¡Cuán beneficioso sería para la humanidad si acogiera este anuncio que conlleva la alegría y la paz!
No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Homilía(21-08-2011)
“»¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?». […] Jesús no vino a enseñarnos una filosofía, sino a mostrarnos una senda; más aún, la senda que conduce a la vida. Esta senda es el amor, que es la expresión de la verdadera fe. Si uno ama al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios. En cambio, si alguien dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no habita en él.” 13 septiembre de 2009
Papa Francisco “«Y vosotros, ¿quién decís que soy?». La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros y pide una respuesta. Una respuesta que no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús, con la ayuda de un «gran trabajador», el Espíritu Santo. […] También hoy, escuchamos muchas veces dentro de nosotros» la misma pregunta dirigida por Jesús a los apóstoles. Jesús «se dirige a nosotros y nos pregunta: para ti, ¿quién soy yo? ¿Quién es Jesucristo para cada uno de nosotros, para mí? ¿Quién es Jesucristo?».[…] En efecto, «Jesús no dijo a Pedro y a sus apóstoles: ¡conóceme! Dijo: ¡sígueme!». Y precisamente «este seguir a Jesús nos hace conocer a Jesús. Seguir a Jesús con nuestras virtudes» y «también con nuestros pecados. Pero seguir siempre a Jesús».20 de febrero de 2014,
Einstein dice: “Soy judío, pero estoy cautivado por la figura luminosa del Nazareno. Jesús es demasiado colosal para la pluma de los traficantes de frases, por ingeniosas que sean”… Napoleón, “Conozco a los hombres y te digo que Jesús no es un simple hombre. Entre él y cualquier otra persona no hay término posible de comparación. Alejandro, César… y yo fundamos imperios sobre la fuerza. Jesucristo fundó un imperio sobre el amor y en esta hora morirían millones de hombres. para él”. Tomado del P. Félix Jiménez,
R. Tagore: «No se puede atravesar el mar simplemente mirando el agua».
CONTO
Un domingo, un hombre de negocios fue a misa y al final felicitó al párroco por su sermón, pero a su felicitación agregó la siguiente crítica constructiva:
Si usted trabajara para mí tendría que tener una conversación con usted.
Su voz captó mi atención. Su entusiasmo despertó mi interés. Lo que dijo era necesario decirlo. Y ahí terminó todo. No me pidió que hiciera algo, no me pidió nada a cambio.
En los negocios, si usted quiere triunfar, tiene que conseguir que la gente firme en la línea al final de la página, si no pronto estará fuera de los negocios.
Tomado de P. Félix Jiménez
¿QUÉ MESÍAS ES JESÚS?
Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús. Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad. Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz. Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación. Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.
Tomado de P. Diego Millán
ANÉCDOTA
CESAREA DE FILIPO
Se refiere a la ciudad que era la capital de la tetrarquía gobernada en aquella época por Filipo, hijo de Herodes el grande. La ciudad estaba situada a unos cuarenta kilómetros al norte de Cafarnaúm, fuera de Galilea. Originalmente la ciudad se llamaba Paneas, por ser un centro de culto del dios griego Pan. El emperador romano Augusto le concedió el gobierno de la región a Herodes el Grande, rey de Judea, quien en esa ciudad mandó construir un templo dedicado al César Augusto. El así llamado “Templo de Augusto” fue construido con mármol blanco sobre un peñón de roca basáltica, es decir, roca muy sólida y oscura. En la altura de la roca aquel templo dominaba sobre la ciudad y sobre el campo, de modo que la vista de este impresionante templo bien pudo haber servido al Señor Jesús como figura para hablar a sus Apóstoles de “Su Iglesia” que Él iba a construir sobre otra roca: Simón, “Kefas”, “Piedra”, debido a que el Señor se valía de esas imágenes o estampas de la vida cotidiana para hacer sus comparaciones.
Herodes Filipo, hijo de Herodes el Grande, decidió rebautizar esta ciudad luego de embellecerla y engrandecerla con nuevos edificios. De Paneas pasó a llamarse Cesarea, en honor al César, el emperador romano. En la época de Jesús se la conocía como Cesarea de Filipo para distinguirla de Cesarea marítima, puerto ubicado en la costa de Palestina
Tomado de Dies Domini
PETRUS
Jesús no solía cambiar el nombre a sus discípulos. Si se exceptúa el sobrenombre de “hijos del trueno”, que dirigió en una circunstancia precisa a los hijos de Zebedeo (cf. Mc 3, 17) y que ya no volvió a usar, nunca atribuyó un nuevo nombre a uno de sus discípulos. En cambio, sí lo hizo con Simón, llamándolo “Cefas”, nombre que luego fue traducido en griego por Petros, en latín Petrus. Y fue traducido precisamente porque no era sólo un nombre; era un “mandato” que Petrus recibía así del Señor. El nuevo nombre, Petrus, se repetirá muchas veces en los evangelios y acabará sustituyendo a su nombre originario, Simón.
Benedicto XVI Audiencia General (07-06-2006)
LO QUE PIENSA LA GENTE
Camino de Cesarea de Felipe, muy al norte de Israel, Jesús formula a sus discípulos una pregunta bastante ambigua: «¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?» La expresión aramea bar enosh podemos traducirla con minúscula o con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca de Jesús para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este hombre] no tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6), etc.
Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).
Tomado de J.L.Sicre
En un midrash, una historia judía, del Talmud se dice que Israel es el centro del mundo. El centro de Israel es Jerusalén. El centro de Jerusalén es el Templo. El centro del Templo es el Arca de la Alianza, presencia y gloria de Dios, y debajo del Arca está la roca sobre la que descansa todo.
Todo necesita un centro, una roca, un cimiento sobre el cual levantar el edificio de la vida con sus creencias, sus aspiraciones y sus sueños presentes y futuros.
Israel, el pueblo concebido por Yahvé, tuvo su centro en el Templo. Hoy, la Torá, proclamada en las sinagogas es la roca y el centro sobre lo que descansa todo, la que recuerda que Yahvé es uno.
Jesús, un judío marginal, vino a engendrar un nuevo pueblo, a proclamar el Reino de Dios, a acercarnos tanto a Dios que lo podamos experimentar como centro de la vida.
Este Jesús, en palabras del evangelio, ha sido constituido como único centro del cristiano. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Tomado de P. Félix Jiménez
JESÚS ES LA PREGUNTA
Hacer preguntas es un método muy común en el judaísmo rabínico. “Un día”, escribe el rabino Arthur Green, “salía de mi casa para dar una clase a estudiantes rabínicos. De camino a mi automóvil, noté una camioneta cerca con una calcomanía en el parachoques que decía: “Dios lo dijo, Lo creo, eso lo resuelve”. Entré a mi clase y se lo conté a los estudiantes. Eso, dije, no es una calcomanía judía en los parachoques. La nuestra diría: Dios lo dijo, yo lo creo. Ahora hablemos de lo que significa”… Y Jesús, un verdadero judío, dijo, ahora hablemos de lo que significa.
En los evangelios Jesús hace muchas más preguntas de las que responde. De hecho, hace 307 preguntas. Hacer preguntas era fundamental para la vida y las enseñanzas de Jesús, y lo que estamos haciendo aquí y ahora y lo que hace la iglesia domingo tras domingo es responder algunas de esas preguntas.
Tomado de P. Félix Jiménez
Comenta Martin Scorsese sobre su película Silencio: «Dudar puede generar una sensación de soledad, pero en conjunción con la fe, con una fe profunda e inquebrantable, las dudas pueden generar una sensación de comunión y fraternidad. Silencio es la historia de un hombre que aprende (de una forma muy dolorosa) que el amor de Dios es más misterioso de lo que se imagina, que el Señor deja en manos de los feligreses más de lo que pensamos y que siempre está presente incluso a través de sus silencios».
Tomado de P. Carlos Padilla
En una escena del drama “El padre humillado” de Claudel, una muchacha judía, hermosísima pero ciega, aludiendo al doble significado de la luz, pregunta a su amigo cristiano: “Vosotros que veis, ¿qué uso habéis hecho de la luz?”. Es una pregunta dirigida a todos nosotros que nos confesamos creyentes.
Tomado de P. Rainiero Cantalamessa
BANIAS
Mateo y Marcos sitúan la escena en Cesarea de Felipe, región básicamente pagana, donde hablar de mesianismo no implicaba las connotaciones políticas que podía suscitar en Galilea. Asentada a unos treinta kilómetros al norte de Betsaida y a la altura de Tiro, había sido elegida como residencia por Filipo, tetrarca de Iturea y de la Traconítide y hermano de Herodes Antipas, que la había transformado en una ciudad de notable importancia y dado el nombre de Cesarea en honor del emperador Augusto.
Sólo se menciona en este pasaje evangélico. Actualmente se llama Banias.
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET – 3 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 87-97
SOBNA
Como éste Sobna, de cuyos turbios negocios nos habla Isaías. Se trata de un «mayordomo de palacio» (quizá para entendernos, sería más adecuado llamarle «Administrador», o Primer Ministro o Jefe de la Casa Real…) Así nos lo han descrito: ambición desenfrenada, delirios de grandeza, intrigas, negocios turbios, aprovechando su cargo, y sirviendo aparentemente al rey y a su pueblo… Pero solo aparentemente.
Sobna estaba preocupado y ocupado por dejar huella en la historia, a pesar de haber ensuciado él mismo su nombre; deseaba ser recordado y honrado por las generaciones venideras. Para lo cual había proyectado construir un grandioso monumento funerario. Hoy quizá habría optado por un aeropuerto, un gran rascacielos, algún puente faraónico, un muro o incluso alguna estación espacial. ¡Quién sabe!
Al mismo tiempo, a los numerosos pobres de su entorno simplemente les costaba trabajo sobrevivir. Era su responsabilidad cuidarlos en nombre del rey (y de Dios), pero lo que realmente le interesaba era su propia tumba, perpetuar su nombre. No es difícil encontrar hoy personajes parecidos similares.
Bueno , pues, ante este «Administrador» impresentable, Dios tomó partido inmediatamente. Y dijo «basta». Y es que a Dios le importan los temas políticos, económicos, sociales. Y especialmente aquellos que no cumplen éticamente con sus responsabilidades. Si el domingo pasado subrayábamos la importancia del derecho y la justicia, hoy podemos añadir la honestidad, la ética, la austeridad, el olvido de sí de quienes tienen responsabilidades que cumplir.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
CHISTE
Jesús y Pedro en la ladera de una montaña conversando y de pronto, Jesús le dice a Pedro:
– Pedro, amigo, ¿es cierto que tu me negaras tres veces antes de que cante un gallo?
Y Pedro le contesta:
– No, no, no Señor!!!
Tomado de chistesybromas
ORACIÓN
CONTRADICCIÓN
Hoy Señor, vuelvo a sentarme a tu mesa.
Esta vez como Pedro.
El brabucón y cabezota de corazón noble.
Tu advertencia, seguramente, le traspasó el corazón y la idea de negarte le llenaría de angustia y confusión.
Pedro, el primero de todos y, sin embargo, el que hasta tres veces te negó.
El cobarde que huyó de tu mirada al salir del pretorio.
Pero Tú, Jesús, viniste a por las ovejas perdidas, a por los pecadores que se sitúan arrepentidos al final del templo, y no por los fariseos de los primeros puestos.
Y, por eso, vuelves a sentarte con Pedro…
Y conmigo.
Tú eres el Dios de la contradicción y, por eso, el Dios del perdón a Quien continuamente puedo volver.
Tomado de Óscar Cala sj
MEDITACIÓN
¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?
No podemos responder sin conocerle, sin contemplar su alma, sin haber leído y releído sus palabras.
Hace dos mil años un hombre formuló esta pregunta a un grupo de amigos (Evangelio de San Marcos 8, 27). Y la historia no ha terminado aún de responderla. El que preguntaba era simplemente un aldeano que hablaba a un grupo de pescadores. Nada hacía sospechar que se tratara de alguien importante. Vestía pobremente. Él y los que le rodeaban eran gente sin cultura, sin lo que el mundo llama “cultura”. No poseían títulos ni apoyos. No tenían dinero ni posibilidades de adquirirlo. No contaban con armas ni con poder alguno. Eran todos ellos jóvenes, poco más que unos muchachos, y dos de ellos -uno precisamente el que hacía la pregunta- morirían antes de dos años con las más violentas de las muertes.
Todos los demás acabarían, no mucho después, en la cruz o bajo la espada. Eran, ya desde el principio y lo serían siempre, odiados por los poderosos. Pero tampoco los pobres terminaban de entender lo que aquel hombre y sus doce amigos predicaban. Era, efectivamente, un incomprendido.
Los violentos le encontraban débil y manso. Los custodios del orden le juzgaban, en cambio, violento y peligroso. Los cultos le despreciaban y le temían. Los poderosos se reían de su locura. Había dedicado toda su vida a Dios, pero los ministros oficiales de la religión de su pueblo le veían como un blasfemo y un enemigo del cielo. Eran ciertamente muchos los que le seguían por los caminos cuando predicaba, pero a la mayor parte les interesaban más los gestos asombrosos que hacía o el pan que les repartía que todas las palabras que salían de sus labios. De hecho todos le abandonaron cuando sobre su cabeza rugió la tormenta de la persecución de los poderosos y sólo su madre y tres o cuatro amigos más le acompañaron en su agonía.
La tarde de aquel viernes, cuando la losa de un sepulcro prestado se cerró sobre su cuerpo, nadie habría dado un céntimo por su memoria, nadie habría podido sospechar que su recuerdo perduraría en algún sitio, fuera del corazón de aquella pobre mujer -su madre- que probablemente se hundiría en el silencio del olvido, de la noche y de la soledad.
Y… sin embargo, veinte siglos después, la historia sigue girando en torno a aquel hombre. Los historiadores -aún los más opuestos a él- siguen diciendo que tal hecho o tal batalla ocurrió tantos o cuantos años antes o después de él. Media humanidad, cuando se pregunta por sus creencias, sigue usando su nombre para denominarse. Dos mil años después de su vida y muerte, se siguen escribiendo cada año más de mil volúmenes sobre su persona y doctrina. Su historia ha servido como inspiración para, al menos, la mitad de todo el arte que ha producido el mundo desde que él vino a la tierra. Y, cada año, decenas de miles de hombres y mujeres dejan todo -sus familias, sus costumbres, tal vez hasta su patria- para seguirle enteramente, como aquellos doce primeros amigos.
¿Quién, quién es este hombre por quien tantos han muerto, a quien tantos han amado hasta la locura y en cuyo nombre se han hecho también -¡ay!- tantas violencias? Desde hace dos mil años, su nombre ha estado en boca de millones de agonizantes, como una esperanza, y de millares de mártires, como un orgullo. ¡Cuántos han sido encarcelados y atormentados, cuántos han muerto sólo por proclamarse seguidores suyos! Y también -¡ay!- ¡cuantos han sido obligados a creer en él con riesgo de sus vidas, cuantos tiranos han levantado su nombre como una bandera para justificar sus intereses o sus dogmas personales! Su doctrina, paradójicamente, inflamó el corazón de los santos y las hogueras de la Inquisición. Discípulos suyos se han llamado los misioneros que cruzaron el mundo sólo para anunciar su nombre y discípulos suyos nos atrevemos a llamarnos quienes -¡por fin!- hemos sabido compaginar su amor con el dinero.
¿Quién es, pues, este personaje que parece llamar a la entrega total o al odio frontal, este personaje que cruza de medio a medio la historia como una espada ardiente y cuyo nombre -o cuya falsificación- produce frutos tan opuestos de amor o de sangre, de locura magnífica o de vulgaridad? ¿Quién es y qué hemos hecho de él, cómo hemos usado o traicionado su voz, qué jugo misterioso o maldito hemos sacado de sus palabras? ¿Es fuego o es opio? ¿Es bálsamo que cura, espada que hiere o morfina que adormila? ¿Quién es? ¿Quién es? Pienso que el hombre que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que aún no ha comenzado a vivir. Gandhi escribió una vez: “Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús”. ¿Y qué pensar entonces de los cristianos -¿cuántos, Dios mío?- que todo 1o desconocen de él, que dicen amarle, pero jamás le han conocido personalmente?
Y es una pregunta que urge contestar porque, si él es lo que dijo de sí mismo, si él es lo que dicen de él sus discípulos, ser hombre es algo muy distinto de lo que nos imaginamos, mucho más importante de lo que creemos. Porque si Dios ha sido hombre, se ha hecho hombre, gira toda la condición humana. Si, en cambio, él hubiera sido un embaucador o un loco, media humanidad estaría perdiendo la mitad de sus vidas.
Conocerle no es una curiosidad. Es mucho más que un fenómeno de la cultura. Es algo que pone en juego nuestra existencia. Porque con Jesús no ocurre como con otros personajes de la historia. Que César pasara el Rubicón o no lo pasara, es un hecho que puede ser verdad o mentira, pero que en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos V fuera emperador de Alemania o de Rusia, nada tiene que ver con mi salvación como hombre. Que Napoleón muriera derrotado en Elba o que llegara siendo emperador al final de sus días no moverá hoy a un solo ser humano a dejar su casa, su comodidad y su amor y marcharse a hablar de él a una aldehuela del corazón de África.
Pero Jesús no, Jesús exige respuestas absolutas. Él asegura que, creyendo en él, el hombre salva su vida e, ignorándole, la pierde. Este hombre se presenta como el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6). Por tanto -si esto es verdad- nuestro camino, nuestra vida, cambian según sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona. ¿Y cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado a su historia, sin contemplar los entresijos de su alma, sin haber leído y releído sus palabras?”
Tomado de José Martín Descalzo “Vida y misterio de Jesús de Nazaret”.
CANTO
QUIÉN DICES QUE SOY YO. MAITE LOSADA
laly yañez jesus maestro
Tu Eres Pedro Voces Al Cielo
Delegación para el Clero de Santiago de Compostela