Santo del día

San Luis María Grignon de Montfort
El santo enamorado de la Virgen, que inventó el “Totus Tuus” luego utilizado por Juan Pablo II

El libro de san Luis, Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María,
se ha propagado por todo el mundo con enorme provecho para sus
lectores. El papa Juan Pablo II tomó como lema una frase que repetía
mucho este gran santo: “Soy todo tuyo, Oh María, y todo cuanto tengo,
tuyo es”: “Totus Tuus”


Es el fundador de los padres Montfortianos y de las Hermanas de la Sabiduría.


Nació en Montfort, Francia, en 1673. Era el mayor de una familia de ocho hijos. Desde muy joven fue un gran devoto de la Santísima Virgen.


A los 12 años ya la gente lo veía pasar largos ratos arrodillado ante
la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y
al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de
Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado.


Cuando salía del templo después de haber estado rezando a la Reina Celestial, sus ojos le brillaban con un fulgor especial.


Luis no se contentaba con rezar. Su caridad era muy práctica.
Un día al ver que uno de sus compañeros asistía a clase con unos
harapos muy humillantes, hizo una colecta entre sus compañeros para
conseguirle un vestido y se fue donde el sastre y le dijo: “Mire, señor:
los alumnos hemos reunido un dinero para comprarle un vestido de paño a
nuestro compañero, pero no nos alcanza para el costo total. ¿Quiere
usted completar lo que falta?”. El sastre aceptó y le hizo un hermoso
traje al joven pobre.


El papá de Luis María era sumamente colérico, un hombre muy violento.
Los psicólogos dicen que si Montfort no hubiera sido tan
extraordinariamente devoto de la Virgen María, habría sido un hombre
colérico, déspota y arrogante porque era el temperamento que había
heredado de su propio padre.


Pero nada suaviza tanto la aspereza masculina como la bondad y la
amabilidad de una mujer santa. Y esto fue lo que salvó el temperamento
de Luis.


Cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el joven se
refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la
Madre del Señor.


Y esto lo hará durante toda su vida. En sus 43 años de vida, cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo.


Con grandes sacrificios logró conseguir con qué ir a estudiar al más
famoso seminario de Francia, el seminario de San Suplicio en París.


Allí sobresalió como un seminarista totalmente mariano. Sentía enorme
gozo en mantener siempre adornado de flores el altar de la Santísima
Virgen.


Luis Grignon de Montfort será un gran peregrino durante su vida de sacerdote.
Pero cuando él era seminarista concedían un viaje especial a un
Santuario de la Virgen a los que sobresalieran en piedad y estudio. Y
Luis se ganó ese premio.


Se fue en peregrinación al Santuario de la Virgen en Chartres. Y al
llegar allí permaneció ocho horas seguidas rezando de rodillas, sin
moverse.


¿Cómo podía pasar tanto tiempo rezando así de inmóvil? Él iba a
charlas con sus dos grandes amigos, Jesús y María. Y con ellos las horas
parecen minutos.


Su primera Misa quiso celebrarla en un altar de la Virgen, y durante muchos años la catedral de Notre Dame de París fue su templo preferido y su refugio.


Montfort dedicó todas sus grandes cualidades de predicador y de conductor de multitudes a predicar misiones para convertir pecadores.


Grandes multitudes lo seguían de un pueblo a otro, después de cada
misión, rezando y cantando. Se daba cuenta de que el canto echa fuera
muchos malos humores y enciende el fervor.


Decía que una misión sin canto era como un cuerpo
sin alma. Él mismo componía la letra de muchas canciones a Nuestro Señor
y a la Virgen María y hacía cantar a las multitudes.


Llegaba a los sitios más impensados y preguntaba a las gentes: “¿Aman
a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen Dios? ¿Y
por qué ofenderlo si es tan santo?”.

Era todo fuego para predicar. Donde Montfort llegaba, el pecado tenía
que salir corriendo. Pero no era él quien conseguía las conversiones.
Era la Virgen María a quien invocaba constantemente. Ella rogaba a Jesús
y Jesús cambiaba los corazones.


Después de unos Retiros dejó escrito: “Ha nacido en mí una confianza sin límites en Nuestro Señor y en su Madre Santísima”.


No tenía miedo ni a las cantinas, ni a los sitios de juego, ni a los
lugares de perdición. Allí se iba resuelto a tratar de quitarse almas al
diablo.


Y viajaba confiado porque no iba nunca solo. Consigo llevaba el
crucifijo y la imagen de la Virgen, y Jesús y María se comportaban con
él como formidables defensores.


A pie y de limosna se fue hasta Roma, pidiendo a Dios la eficacia de
la palabra, y la obtuvo de tal manera que al oír sus sermones se
convertían hasta los más endurecidos pecadores.


El papa Clemente XI lo recibió muy amablemente y le concedió el título de “Misionero Apostólico”, con permiso de predicar por todas partes.


En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz,
construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en
todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Rosario.


Esto no se lo perdonaban los herejes jansenistas que decían que no
había que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de
recibirlos. Y con esta teoría tan dañosa enfriaban mucho la fe y la
devoción.


Y como Luis Montfort decía todo lo contrario y se esforzaba por
propagar la frecuente confesión y comunión y una gran devoción a Nuestra
Señora, lo perseguían por todas partes.


Pero él recordaba muy bien aquellas frases de Jesús: “El discípulo no
es más que su maestro. Si a Mí me han perseguido y me han inventado
tantas cosas, así os tratarán a vosotros”. Y nuestro santo se alegraba
porque con las persecuciones se hacía más semejante al Divino Maestro.


Antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a la Virgen, y adelante que “donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista”.


Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban
admiradas de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y
la Virgen María se encargaba de conseguir la eficacia para sus
predicaciones.


San Luis de Montfort fundó unas comunidades religiosas que han hecho
inmenso bien en las almas. Los Padres Montfortianos (a cuya comunidad le
puso por nombre “Compañía de María”) y las Hermanas de la Sabiduría.


Murió san Luis el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años, agotado de tanto trabajar y predicar.


Oración


San Luis Grignon de Montfort, ruega a la Virgen Santísima

que nos envíe muchos apóstoles que, como tú, se dediquen

a hacer y a amar más y más a Jesús.


Sobre la tumba de San Luis de Montfort dice:


¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada, un hombre a quien el
fuego del amor consumió, y que se hizo todo para todos, Luis María
Grignon Montfort.


¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra, ¿Su penitencia
indagas? Ninguna más austera. ¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.


Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en
sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre
de los pobres, defensor de los huérfanos, y reconciliador de los
pecadores.


Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió.



Artículo publicado originalmente por Reporte Católico Laico 

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