Vida

¿Qué huella quieres dejar en esta vida?

Los familiares de una persona fallecida por lo general no recuerdan sus logros académicos ni mencionan su inteligencia o su capacidad para resolver problemas…

Vida

En ocasiones siento que quiero hacer algo importante con mi vida. Algo así como dejar huella en este mundo. Un rastro, un recuerdo, un vestigio de mi paso por esta tierra. Dejar algún bien que puedan recordar otros al pensar en mí.

Mis obras, mis palabras, mi fidelidad, mi grandeza… Hay mucho de vanidad en ese deseo del alma tan común. Ese afán por cambiar la historia y dejar una impronta única que muchos puedan recordar.

Es como el rescoldo del fuego después de haberse consumido todo. Es el eco de esa canción que nadie olvida y nadie se cansa de cantarla de nuevo.

Tengo miedo de pasar oculto por esta vida, pasar al olvido, pasar desapercibido. Como si no hubiera vivido. Como si no hubiera amado.

¿Es posible vivir sin dejar huella? Es imposible. Vivir ya es dejar huella.

¿Qué se recordará?

Ya mis días quedarán grabados en la historia interminable de mi vida, de la vida de los que vivieron conmigo, de los que me escucharon, de aquellos a los que escuché.

No es tan sencillo vivir sin dejar huella. Y tampoco es tan fácil dejar la huella que deseo. Puedo cometer un error y ser recordado por el error cometido. Hacer algo mal y que todos hablen de lo que hice mal. Puedo herir y mi herida queda.

¿Y el resto de mis días, de mis buenas obras? Jesús les preguntaba a los fariseos:

«¿Por cuál de mis buenas obras me condenáis?».

No pensaban en sus buenas obras cuando lo condenaban. Se fijaban en la blasfemia de querer ser Dios. Jesús era un problema porque amenazaba con querer cambiar las cosas. Y esos cambios producían inseguridad en los que no deseaban que nada cambiara.

La huella de Jesús

Jesús dejó huella imborrable en tantos hombres. Sólo nos constan algunos, los que relatan los Evangelios, sólo tres años de su vida. Pero sus obras fueron muchas.

Cuando pensamos en la vida de los santos sólo recordamos algunas cosas, lo que hicieron, pero no sabemos en realidad lo que pasó dentro de su alma en ese encuentro profundo con Dios.

No conocemos sus debilidades más hondas. No hemos tocado sus heridas más verdaderas. Han dejado una huella conocida y otra que desconocemos.

Porque cada vida deja huellas diferentes. Y depende del momento, del instante en que suceda.

Amar es dejar huella

Hoy voy dejando muchas huellas en muchos corazones. Nadie conocerá esa huella mía. No importa. No se trata de que todo sea conocido. Creo que detrás del deseo de dejar una huella visible hay mucha vanidad.

Está claro que cada uno quiere dejar huella, es lo más humano que existe. Quiero amar y al amar ya dejo huella. El amor que he dado, el que he recibido, es una huella intensa.

Pero a veces quiero ser recordado más que otros, o hacer algo importante con mi vida. ¿Qué es más significativo que el amor que entrego?

Busco el reconocimiento, la valoración del mundo, la admiración. Ahí está la vanidad. No en querer dejar huella, porque eso es propio de mi carne. Sino en el hecho de querer ser más recordado y admirado que otros.

Ahí sí me topo con mi orgullo, con mi amor propio que se niega a ser desconocido e ignorado.

Humanidad, bondad, amor: eso es lo que queda

En todo caso es buena siempre la pregunta: «¿Qué recordarán de mí cuando ya no esté?».

Siempre que pregunto a los familiares de una persona fallecida me conmueven sus respuestas. Por lo general no recuerdan sus logros académicos, ni sus obras en el campo de su trabajo. No mencionan su inteligencia o capacidad para resolver problemas.

Se fijan más en su humanidad, en su bondad, en su amor por la vida, en su pasión por la familia. Son esos aspectos de su vida los que han dejado huella profunda y al ser recordados afloran con fuerza. Una persona comentaba al hablar del Padre Kentenich:

«Sus homilías eran a menudo demasiado elevadas para mí, pero alguna vez les contaré a mis hijos sobre ese anciano sacerdote de barba blanca que todos los domingos predicaba con tal seguridad y entusiasmo sobre Dios, que uno pensaba que lo había conocido personalmente y venía justamente de estar con él, para relatarnos cómo fue ese encuentro«.

No recordaban sus palabras sabias, ni sus mensajes trascendentes. Pero se quedaban con su pasión por el Dios del que hablaba.

Lo que importa al final

Al final lo que queda de mi vida es lo que otros guardan de mí. Mis palabras, mis gestos, mis abrazos, mis sonrisas. No guardan mis grandes discursos ni quizás mis obras dignas de ser contadas. La huella del paso del hombre es más silenciosa.

Entonces me pregunto: ¿Qué huella quiero dejar en esta vida?No necesito realizar una gran obra, tener un trabajo que pueda cambiar este mundo, escribir una obra genial que todos recuerden, construir una obra que todos puedan ver…

Pienso en Jesús y en las pocas palabras que de Él guardo. Pienso en sus escasas obras contadas por los evangelistas. Y veo la constante de su vida: su amor, su verdad, su libertad, su pasión por la vida.

Así será conmigo. Verán la constante de mi vida. Y lo que de verdad me importa es cómo verá Dios mi vida. No se quedará en mis errores y caídas concretas. Verá toda mi vida con admiración y me dará todo su amor lleno de alegría. Así es su mirada sobre mi vida.

Es la huella que más me importa, esa huella que Dios ve oculta en los pliegues de mi historia. Porque lo que no se cuenta, no por no ser contado no existe.

Mi verdad quedará

Soy la sonrisa al que sufre, que sólo él ve. La mirada compasiva, entre miradas condenatorias. Soy el regalo oculto y misterioso que el mundo no aprecia. El abrazo hondo que levanta al caído.

Soy la resistencia en medio del dolor, con alegría serena. La mirada al que sufre y vive abandonado y solo al borde del camino. Soy un nuevo comienzo después de la caída, sin condenar a nadie, sin culpar a otros.

Soy la palabra de ánimo dicha al oído. Y la generosidad hecha renuncia que el mundo no aprecia. Soy muchas cosas que nadie ve. Y otras tantas que sólo algunos guardan.

Soy mucho más que el juicio o la crítica sobre mi persona. Y mucho más todavía que la imagen sesgada que se han formado desde lo que escribo, dibujo o canto.

Soy una verdad tan amplia que sólo Dios logra apreciar. Soy más que ese relato sucinto contando mi historia. Mucho más que los hechos objetivos que se me atribuyen. Aún más que las mentiras ciertas tratando de definirme.

Esa es mi verdad, es mi historia y es la huella que quedará grabada. En Dios, en la tierra y en el alma de algunos. Con eso basta. Es lo que quiero hacer en esta vida, vivir en lo profundo.


ECCLESIA CANDLE

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Aleteia / Carlos Padilla