«No se trata sólo de migrantes, también se trata de nuestros miedos»: el Papa y el día del emigrante

En la mañana de este lunes, 27 de mayo, en la Oficina de prensa de la Santa Sede se ha presentado el documento del Papa con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2019.


“Los migrantes, y especialmente aquellos más vulnerables, nos ayudan a
leer los ‘signos de los tiempos’. A través de ellos, el Señor nos llama
a una conversión, a liberarnos de los exclusivismos, de la indiferencia
y de la cultura del descarte. A través de ellos, el Señor nos invita a
reapropiarnos de nuestra vida cristiana en su totalidad y a contribuir,
cada uno según su propia vocación, a la construcción de un mundo que
responda cada vez más al plan de Dios”, escribe el Papa.


Obstáculos y fuerzas contrarias al Reino de Dios


En su Mensaje, el Santo Padre describe el escenario mundial que
presenta obstáculos y fuerzas contrarias a la presencia del Reino de
Dios, ya misteriosamente presente en nuestra tierra. “Conflictos
violentos y auténticas guerras – precisa el Pontífice – no cesan de
lacerar la humanidad; injusticias y discriminaciones se suceden; es
difícil superar los desequilibrios económicos y sociales, tanto a nivel
local como global. Y son los pobres y los desfavorecidos quienes más
sufren las consecuencias de esta situación”. Además, las sociedades
económicamente más avanzadas, señala el Papa, desarrollan en su seno la
tendencia a un marcado individualismo que, combinado con la mentalidad utilitarista y multiplicada por la red mediática, produce la “globalización de la indiferencia”.


Emigrantes, emblema de la exclusión


En este escenario, el Papa Francisco señala que, las personas
migrantes, refugiadas, desplazadas y las víctimas de la trata, se han
convertido en emblema de la exclusión porque, además de soportar
dificultades por su misma condición, con frecuencia son objeto de
juicios negativos, puesto que se las considera responsables de los males
sociales.


“La actitud hacia ellas – denuncia el Santo Padre – constituye una
señal de alarma, que nos advierte de la decadencia moral a la que nos
enfrentamos si seguimos dando espacio a la cultura del descarte”. Por
esta razón, la presencia de los migrantes y de los refugiados,
como en general de las personas vulnerables, representa hoy en día una
invitación
a recuperar algunas dimensiones esenciales de
nuestra existencia cristiana y de nuestra humanidad, que corren el
riesgo de adormecerse con un estilo de vida lleno de comodidades.


“No se trata sólo de migrantes, significa que al mostrar interés por
ellos, nos interesamos también por nosotros, por todos; que cuidando de
ellos, todos crecemos; que escuchándolos, también damos voz a esa parte
de nosotros que quizás mantenemos escondida porque hoy no está bien
vista”


No sólo migrantes, también nuestros miedos


Por esta razón, el Papa Francisco afirma que, no se trata sólo de
migrantes, también se trata de nuestros miedos. La maldad y la fealdad
de nuestro tiempo acrecienta «nuestro miedo a los “otros”, a los
desconocidos, a los marginados, a los forasteros […]. Y esto se nota
particularmente hoy en día, frente a la llegada de migrantes y
refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de protección, seguridad
y un futuro mejor. “El problema no es el hecho de tener dudas y sentir
miedo. El problema – precisa el Pontífice – es cuando esas dudas y esos
miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de
convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos
cuenta, incluso racistas”.


“El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con
el otro, con aquel que es diferente; nos priva de una oportunidad de
encuentro con el Señor”


No sólo migrantes, también caridad


Asimismo, el Santo Padre señala que, no se trata sólo de migrantes:
se trata de la caridad. Y la mayor caridad es la que se ejerce con
quienes no pueden corresponder y tal vez ni siquiera dar gracias. «Lo
que está en juego es el rostro que queremos darnos como sociedad y el
valor de cada vida […]. El progreso de nuestros pueblos – afirma el
Papa recordando su Discurso en la Cáritas Diocesana de Rabat –depende
sobre todo de la capacidad de dejarse conmover por quien llama a
la puerta y con su mirada estigmatiza y depone a todos los falsos
ídolos que hipotecan y esclavizan la vida;
ídolos que prometen una aparente y fugaz felicidad, construida al margen de la realidad y del sufrimiento de los demás».


No sólo migrantes, también nuestra humanidad


Por este motivo, el Pontífice insiste que, no se trata sólo de
migrantes: se trata de nuestra humanidad. Lo que mueve a ese samaritano,
un extranjero para los judíos, a detenerse, es la compasión, un
sentimiento que no se puede explicar únicamente a nivel racional. La
compasión toca la fibra más sensible de nuestra humanidad, provocando un
apremiante impulso a “estar cerca” de quienes vemos en situación de
dificultad. “Sentir compasión significa reconocer el sufrimiento del
otro y pasar inmediatamente a la acción para aliviar, curar y salvar.
Sentir compasión significa dar espacio a la ternura que a menudo la
sociedad actual nos pide reprimir”.


“Abrirse a los demás no empobrece, sino que más bien enriquece,
porque ayuda a ser más humano: a reconocerse parte activa de un todo más
grande y a interpretar la vida como un regalo para los otros, a ver
como objetivo, no los propios intereses, sino el bien de la humanidad”


No sólo migrantes, también no excluir a nadie


Citando el Evangelio de Mateo (18,10), el Papa Francisco asevera que,
no se trata sólo de migrantes: se trata de no excluir a nadie. El mundo
actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos. Los países
en vías de desarrollo siguen agotando sus mejores recursos naturales y
humanos en beneficio de unos pocos mercados privilegiados. Las guerras
afectan sólo a algunas regiones del mundo; sin embargo, la fabricación
de armas y su venta se lleva a cabo en otras regiones, que luego no
quieren hacerse cargo de los refugiados que dichos conflictos generan.
Quienes padecen las consecuencias son siempre los pequeños, los pobres,
los más vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se les
deja sólo las “migajas” del banquete (cf. Lc 16,19-21).


“El desarrollo exclusivista hace que los ricos sean más ricos y los
pobres más pobres. El auténtico desarrollo es aquel que pretende incluir
a todos los hombres y mujeres del mundo, promoviendo su crecimiento
integral, y preocupándose también por las generaciones futuras”


No sólo migrantes, sino los últimos en primer lugar


Asimismo, el Santo Padre invita a que, no se trata sólo de migrantes:
se trata de poner a los últimos en primer lugar. El verdadero lema del
cristiano es “¡primero los últimos!”. «Un espíritu individualista es
terreno fértil para que madure el sentido de indiferencia hacia el
prójimo, que lleva a tratarlo como puro objeto de compraventa, que
induce a desinteresarse de la humanidad de los demás y termina por hacer
que las personas sean pusilánimes y cínicas. ¡Y cuántos últimos hay en
nuestras sociedades! Entre estos, pienso sobre todo en los emigrantes,
con la carga de dificultades y sufrimientos que deben soportar cada día
en la búsqueda, a veces desesperada, de un lugar donde poder vivir en
paz y con dignidad».


“En la lógica del Evangelio, los últimos son los primeros, y nosotros tenemos que ponernos a su servicio”


No sólo migrantes, también la persona en su totalidad


El Papa Francisco recuerda también la Populorum Progressio de
San Pablop VI y señala que, no se trata sólo de migrantes: se trata de
la persona en su totalidad, de todas las personas. En esta afirmación de
Jesús encontramos el corazón de su misión: hacer que todos reciban el
don de la vida en plenitud, según la voluntad del Padre. En cada
actividad política, en cada programa, en cada acción pastoral, debemos
poner siempre en el centro a la persona, en sus múltiples dimensiones,
incluida la espiritual. Y esto se aplica a todas las personas, a quienes
debemos reconocer la igualdad fundamental.


“El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”


No sólo migrantes, sino la ciudad de Dios y del hombre


Y citando la Carta de San Pablo a los Efesios, (2,19), el Pontífice
alienta a que, no se trata sólo de migrantes: se trata de construir la
ciudad de Dios y del hombre. En nuestra época, también llamada la era de
las migraciones, son muchas las personas inocentes víctimas del “gran
engaño” del desarrollo tecnológico y consumista sin límites. Y así,
emprenden un viaje hacia un “paraíso” que inexorablemente traiciona sus expectativas.
Su presencia, a veces incómoda, contribuye a disipar los mitos de un
progreso reservado a unos pocos, pero construido sobre la explotación de
muchos.


“Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y
así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado
no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una
hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la
Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad
más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo
más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el
Evangelio”


La misión de la Iglesia: acoger, proteger, promover e integrar


Finalmente, el Papa Francisco señala que, la respuesta al desafío
planteado por las migraciones contemporáneas se puede resumir en cuatro
verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Estos verbos expresan la
misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las
periferias existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos
e integrados. Si ponemos en práctica estos verbos, contribuimos a
edificar la ciudad de Dios y del hombre, promovemos el desarrollo humano
integral de todas las personas y también ayudamos a la comunidad
mundial a acercarse a los objetivos de desarrollo sostenible que ha
establecido y que, de lo contrario, serán difíciles de alcanzar.


Los migrantes nos ayudan a leer los “signos de los tiempos”


Por lo tanto, concluye el Santo Padre, no solamente está en juego la
causa de los migrantes, no se trata sólo de ellos, sino de todos
nosotros, del presente y del futuro de la familia humana.


Los migrantes, y especialmente aquellos más vulnerables, nos ayudan a leer los “signos de los tiempos”. A través de ellos, el Señor nos llama a una conversión, a liberarnos de los exclusivismos, de la indiferencia
y de la cultura del descarte. A través de ellos, el Señor nos invita a
reapropiarnos de nuestra vida cristiana en su totalidad y a contribuir,
cada uno según su propia vocación, a la construcción de un mundo que
responda cada vez más al plan de Dios.

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