Homilía de monseñor Barrio en la Eucaristía de inicio de curso en el ITC y el ISCCR

Inauguramos el nuevo Curso Académico en nuestras instituciones académicas diocesanas celebrando la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana. Damos gracias a Dios por habérsenos revelado en su Hijo Jesucristo, y enviado su Espíritu para iluminar toda la actividad de cada día y llevar a cabo nuestra santificación. Esta actitud nos lleva a hacer una confesión de fe, sabiendo que “los sabios heredan honores y los necios acumulan deshonra”, y pensando en nuestra edificación espiritual.

El texto de Pablo a Timoteo es enjundioso espiritualmente. Nos presenta a la Iglesia como la casa de Dios viviente en la que se explica la Escritura y la doctrina de Cristo. La Iglesia es la columna y baluarte de la verdad. La verdad no causará impresión en el mundo si no es incorporada en las vidas humanas y en su testimonio. Por eso uno de los propósitos principales de nuestra existencia como hijos de la iglesia es proclamar la verdad y demostrarla en nuestras vidas. El misterio de la piedad es Cristo que fue manifestado en la carne para revelar el hombre al propio hombre y descubrirle la grandeza de su vocación. La “piedad” implica siempre ideas de reverencia y respeto que tienen por resultado una conducta conforme al temor de Dios, y describe la conducta de los creyentes que obedecen a la Palabra de Dios. Así, el “misterio de la piedad” es  el misterio de una conducta que refleja el temor de Dios, manifestados en la conducta y el comportamiento apropiados. “El testimonio de la palabra tiene fuerza cuando va acompañada con las obras. Cesen por favor las palabras y sean las obras quienes hablen, decía san Antonio de Padua. En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que contradice con sus obras”.

El Evangelio nos recuerda que el Señor nos hace una advertencia ante la incoherencia humana. Jesús ridiculiza la postura de los fariseos ante el Bautista y ante el mismo Jesús con una parábola popular que refleja la frivolidad caprichosa y la irresponsabilidad propia de los juegos infantiles de la época. Aquellos niños reunidos en la plaza jugaban a bodas y entierros. El juego consistía en que se debería reaccionar con quienes llevaban la iniciativa. Si estos tocaban la flauta y los cánticos de boda, los otros deberían danzar alegremente como amigos del esposo. Si parodiaban las lúgubres plañideras, deberían simular llantos y gemidos. La alusión a los fariseos era evidente. Cuando Juan el Bautista predicaba austeridad y penitencia, ellos lo ridiculizaron como extravagante. Ahora cuando Jesús predica santidad gozosa y sencillez fraterna, lo rechazan como un hombre vulgar y de conducta dudosa. En realidad sólo había una explicación: la postura refractaria a la gracia de Dios y la incapacidad de reaccionar a la oferta divina de salvación. La misma ilusión de esperar a que exista ambiente propicio para la santidad o el apostolado es la mayor incoherencia que suele frustrar vocaciones para el Evangelio de Cristo.

Comenzamos este curso con la conciencia de que es una gracia y una exigencia para buscar y conocer mejor la verdad de Dios y del hombre. El espíritu se eleva a la contemplación de la verdad. Es necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente. Nuestras instituciones académicas han de considerar que la investigación teológica exige no sólo la inteligencia sino también la fe, “don gratuito de Dios que hay que acoger con humildad”, encarnando “la Palabra de Dios en la propia existencia cotidiana” y haciendo una lectura creyente de nuestra realidad. Más allá de toda frivolidad e incoherencia hemos de adentrarnos en los espacios del misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia y de todas las miserias. Esta es también la preocupación del Sínodo diocesano que estamos celebrando. Es necesario volver al Evangelio y contrarrestar los valores débiles de nuestro tiempo.

É preciso evanxelizar a nosa interioridade e seguir buscando a verdade para conseguir a sabedoría que consiste en coñecer con certeza a Deus, orixe de todas as verdades, e en afondar constantemente o sentido da verdade, base da xustiza, do respecto, da dignidade e da liberdade. É necesario comunicar esta verdade para formar verdadeiros cristiáns que sexan homes de diálogo, rectos e servizais, para ser felices e facer felices os demais. Servir á verdade leva consigo permanecer na verdade, colaborando á comprensión do maxisterio da Igrexa. O rigor científico, a humildade e o entusiasmo deben ser as características do ensino e aprendizaxe[1]. Temos que unir a verdade coa caridade e o entendemento co amor. Baixo a mirada da Santísima Virxe María, Trono da Sabedoría, e co patrocinio do Apóstolo Santiago, comezamos este curso, confiándolles o traballo e a dispoñibilidade dos Directores, Profesores, Alumnos e colaboradores nas nosas Institucións académicas e pedíndolles o gozo de vivir as dimensións profundas do traballo en atención a todas as necesidades da comunidade diocesá. Amén

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