Francisco aprovechó la celebración de la Jornada Internacional del Mar como pie para mostrar su desagrado por la decisión del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, de convertir en mezquita la basílica de Santa Sofía de Estambul: “El mar me lleva un poco lejos con el pensamiento: a Estambul. Pienso en Santa Sofía, y estoy muy dolido“.
La basílica será mezquita
No dijo más, pero no hacía falta porque el resto se sobreentendía.
Para la Santa Sede, que en diversos momentos ha apoyado el ingreso de Turquía en la Unión Europea, y que con su postura favorable a la inmigración ha facilitado el chantaje de Erdogan a Bruselas con los refugiados sirios, se ha visto desairada no menos que la comunidad ortodoxa griega, que sostuvo allí el culto cristiano hasta 1453, cuando cayó bajo poder musulmán.
A raíz de ese año, el templo, cuyo origen cristiano se remonta al siglo VI, se consagró a la oración mahometana. Pero en 1934 el laicista Kemal Ataturk, considerado padre de la Turquía moderna, lo convirtió en museo. Así se convirtió hasta hoy en referencia común para musulmanes y cristianos, reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Desde este sábado, tras la autorización del poder judicial a la reversión de la orden de Ataturk y la consiguiente firma de Erdogan, Santa Sofía es más bien símbolo de la re-islamización del país y afrenta la memoria de la Cristiandad. La próxima semana comenzarán los primeros rezos.
El terreno en el que cae la Palabra
Antes de esa breve alusión, el Papa había rezado el tradicional Angelus dominical en la Plaza de San Pedro, precedido por una consideración sobre la parábola del sembrador, cuya semilla fructifica o no según el terreno sobre el que caiga. “La Palabra de Dios, representada por las semillas”, dijo Francisco, “no es una Palabra abstracta, sino que es Cristo mismo, el Verbo del Padre que se ha encarnado en el vientre de María. Por lo tanto, acoger la Palabra de Dios quiere decir acoger la persona de Cristo, el mismo Cristo“.
Francisco parafraseó los cuatro terrenos de los que habla la parábola aludiendo a situaciones concretas de la vida diaria.
Podemos recibir la Palabra como “un camino, donde en seguida vienen los pájaros y se comen las semillas”: sería la “distracción” de los “chismorreos”, de las “ideologías”, que nos hacen “perder el gusto del silencio, del recogimiento, del diálogo con el Señor”, distrayéndonos con “cosas mundanas”.
Podemos recibir la Palabra como “un pedregal“, donde la semilla se seca porque no consigue echar raíces: “Es la imagen de aquellos que acogen la Palabra de Dios con entusiasmo momentáneo pero que permanece superficial“, y “se disuelve” “ante la primera dificultad”.
Podemos recibir la Palabra como “un terreno donde crecen arbustos espinosos“, esto es, “el engaño de la riqueza, del éxito, de las preocupaciones mundanas”, engaño en el cual la Palabra “se ahoga”.
Podemos recibir la Palabra, por último, en “terreno bueno“, que es el de quienes “la acogen, la guardan en el corazón y la ponen en práctica“.
El reiterado consejo del Papa
Ésta es, dijo el Papa, “un poco la ‘madre’ de todas las parábolas”, que nos lleva a preguntarnos qué tipo de terreno somos nosotros al recibirla: “Si queremos, podemos convertirnos en terreno bueno, labrado y cultivado con cuidado, para hacer madurar la semilla de la Palabra”.
Para lo cual “es importante acostumbrarse a escuchar la Palabra de Dios, a leerla. Y vuelvo, una vez más, a ese consejo: llevad siempre con vosotros un pequeño Evangelio, una edición de bolsillo del Evangelio, en el bolsillo, en el bolso… Y así, leed cada día un fragmento, para que estéis acostumbrados a leer la Palabra de Dios, y entender bien cuál es la semilla que Dios te ofrece, y pensar con qué tierra la recibo”.