El primer domingo de San José: El papel que le reservó Dios en su vida

Una antigua tradición de la Iglesia, atribuida a los padres
franciscanos y a los franciscanos capuchinos, honra la memoria y
devoción a San José mediante la costumbre de vivir la devoción al santo
Patriarca los siete domingos anteriores a su fiesta (19 de marzo). Este
año el primer domingo es el 29 de enero.


San José es el Patrono de la Iglesia Universal y el mayor de los
santos que están en el cielo, después de su esposa, la Virgen María. Fue
san José el que más cerca estuvo y con más intimidad trató a Jesús, el
Hijo de Dios, y a su esposa María. Por eso es tan poderoso en su intercesión. También se aconseja en octubre, por ser el mes dedicado al Rosario y a la Virgen.

La devoción a san José viene ya de los primeros cristianos. Sin
embargo, ha sido en tiempos más recientes cuando la figura de san José
se ha realzado más, desde el papa León XIII (Encíclica Quamquam pluries, 1899), al papa san Juan Pablo II que publicó la Exhortación Apostólica, Redemptoris custos (El
custodio del Redentor) para conmemorar los 100 años de la encíclica de
León XIII, y al actual papa Francisco, que tiene en su habitación una
imagen de san José dormido y que le inspira mucha devoción: “Cuando tengo un problema, una dificultad, lo pongo debajo de san José para que lo arregle”, dijo el papa Francisco.


Popularizó mucho san José la orden carmelitana y también el sacerdote
franciscano san Bernardino de Siena, que vivió en el siglo XV (murió en
1444) quien en sus “Sermones” ensalza la vida de san José.


San José no solo es patrono de la Iglesia, sino intercesor y patrono en casi todo, de modo particular
de las familias, de todos los trabajadores y especialmente de los
artesanos, patrono de los moribundos y “terror de los demonios”,
guardián de las vírgenes, “espejo de la paciencia”, varón “fidelísimo”
y tantos otros que la devoción popular a lo largo de los siglos se ha condensado en las llamadas “Letanías de san José”.


¿En qué consisten los siete domingos de san José?


Los siete domingos de san José consisten en contemplar, en cada uno
de los siete domingos anteriores a la festividad del santo (el 19 de
marzo) las escenas del Evangelio que hablan de san José, de modo
especial “los dolores y los gozos” que el santo Patriarca pasó en su
vida
terrena, pues cada alegría, cada gozo, estaba precedida de un contratiempo, de una pena que Dios le enviaba, probando así su valentía, su fidelidad, su obediencia, su castidad y su justicia.


La devoción de los siete do,mingos, comienza con la Señal de la Cruz.
Después se contempla cada dolor y gozo en cada domingo, se reza la
Oración a san José, se piden los favores que más convengan, y termina
con el frezo del Padrenuestro,  Avemaría y Gloria, pidiendo por las
intenciones del Papa.


Aunque hay muchas oraciones a san José que se encuentran en los
numerosos devocionarios, aquí destacamos una que tiene aprobación de la
Santa Sede 


Oración a San José


A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y
después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos
también confiadamente tu patrocinio.


Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen
María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño
Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la
herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio
socorras nuestras necesidades.


Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la
escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre
amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde
el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro
tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así
ahora defiende a la santa Iglesia de
Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.


Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio,
para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y
morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza.
Amén.


El Evangelio en el primer Domingo


La primera noticia que nos dan los Evangelios sobre san José la da
Mateo (Mt. 1, 18-25), quien después de detallar la genealogía del santo
Patriarca, que era hijo del rey David, entra de lleno en la concepción
virginal de María, por obra del Espíritu Santo.


La Virgen esperaba un niño y se fue a visitar a su prima Isabel hasta el parto de Juan el Bautista. Al volver a su casa “estando desposada María con José, y antes de que conviviesen”, José vio que estaba encinta y no lo podía entender.
Estaba convencido de la pureza y santidad de su esposa. Es seguro que
José se encomendó a Dios y le preguntaría “¿cómo ha podido ser eso?”. Y
no encontraba respuesta.


Sabiendo que María era santa e inocente, aun teniendo el derecho a
denunciarla y romper el desposorio, tomó la decisión de dejarla en
secreto. Muy mal lo debió pesar José con una pena honda en su corazón,
sin entender nada. Y mientras le daba vueltas a estas cosas, “se
le apareció en sueños un ángel”, que le dijo que acogiera a María en su
casa pues el Hijo que espera será el Salvador de los pecados de los
hombres.


La actitud de José, al despertarse, no fue de incredulidad pensando que había sido solo un sueño, pues dice el Evangelio: “Al
despertar José del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había
ordenado y recibió a su esposa. Y sin que antes la conociera
(por segunda vez declara la virginidad de María), dio a luz un Hijo y le puso por nombre Jesús”.
La gran alegría de José fue inmensa al descubrir la verdad de la
Encarnación de Jesús, Hijo de Dios, y conocer el motivo y finalidad del
embarazo de su esposa.


San José, en esta aparición del ángel, entendió cuál era el papel que le reservó Dios en su vida: cuidar de María y del Hijo, preservando la virginidad de su esposa. Muchos ven muy difícil la castidad de José, pero como dice santo Tomás en su Suma Teológica,
al hablar de la santidad de María que, “a los que Dios elige para algo,
los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello”.


Le pedimos a san José las gracias que necesitamos y terminamos: San José, ruega por nosotros, ruega por mí. 

Salvador Aragones

Aleteia