El padre Ganni, mártir del yihadismo que encontró su defensa en la Eucaristía, camino a los altares

El sacerdote iraquí Ragheed Ganni y los tres subdiáconos Hanna Esho, Ghassan Essam Bideauiv y Basman Yousef Daoud, asesinados por terroristas islámicos en Mosul el 3 de junio de 2007 en la parroquia de este religioso en Mosul, van ya camino a los altares.

El Patriarcado Caldeo de Babilonia ha anunciado que la Santa
Sede ha dado el “Nihil Obstat” para iniciar el proceso de canonización
de este sacerdote y sus compañeros martirizados por islamistas
, y que ya antes de morir habían dado un testimonio encomiable de amor a Dios y a los cristianos iraquíes.

Martirizados el día de Pentecostés

La causa que puede declarar beatos al padre Ganni y a los tres diáconos asesinados con él será presentada como “pro martirio in odium fidei”.
Tendrá que verificar y certificar que los cuatro mártires beatificados
fueron masacrados por sus verdugos debido a su fe en Cristo, tal y como
informa la agencia Fides.

El padre Fabio Rosini, director del Servicio para las Vocaciones en la Diócesis de Roma, asegura que en la vida del padre Ganni “se ha realizado algo que sólo la gracia puede lograr”.
“Nosotros pensamos humanamente que tenemos enfrente a un héroe, que es
alguien capaz de hacer algo extraordinario, pero corremos el peligro de
convertir el cristianismo en heroísmo. Un mártir no es un héroe, sino un testigo.
Se le reconoce si la gracia funciona en él. En la Iglesia, los héroes
crean problemas y divisiones, personalismos, porque hablan de sí mismos.
Los mártires, por otro lado, hablan de Cristo”, agrega

Ragheed Ganni fue, sin duda, un testigo. Así lo atestiguan todos
los que le conocieron, los que fueron testigos de su muerte, aquellos
que vieron como soportaba las amenazas e incluso los atentados en su
parroquia y seguía firme
; también los escritos que dejó o
enviaba a sus amigos hablan de este amor profundo sostenido
principalmente por la Eucaristía, motivo por el cual no quiso cerrar su
parroquia, que fue a la postre lo que le causó la muerte.

“¿Cómo puedo cerrar la casa de Dios?”

Su muerte, y la de los tres subdiáconos, se produjo el domingo de
Pentecostés. Al acabar la misa, un grupo de terroristas islámicos les
interceptó a la salida del templo. La mujer de uno de los compañeros del
sacerdote estaba presente, pero fue separada del grupo. Ella vio como
los mataban y esto fue lo que contó:

“Uno de los asesinos gritaba contra el padre Ragheed: ‘Te dije
que cerraras la iglesia, ¿por qué no lo hiciste? ¿Por qué estás todavía
allí?’. Él respondió con simplicidad: ‘¿Cómo puedo cerrar la casa de
Dios?
’. Lo tiraron al suelo y el padre Ragheed tuvo sólo el
tiempo de indicarme con la cabeza que me tenía que ir. Abrieron fuego y
los mataron a los cuatro”.

Ragheed Ganni nació en 1972 en el pueblo de Karamlesh y desde niño tuvo
una fe profunda. Era un gran estudiante y se licenció en Ingeniería
Civil mientras participaba en todas las actividades de la parroquia. Fue
así como se despertó en él la vocación al sacerdocio, y viendo la talla
intelectual y espiritual de aquel joven, el arzobispo de Mosul decidió enviarle directamente a Italia para que se formara allí como sacerdote.

Quiso regresar a Irak en plena guerra

Fue ordenado en Roma, y pese a que podía haber seguido estudiando, pues para muchos era claramente un futuro obispo, pidió al arzobispo de Mosul regresar a Irak en 2003 pese a que en aquel momento el país estaba en guerra.

Fue ayudante del obispo y más tarde nombrado párroco de la iglesia del Espíritu Santo de Mosul.
Allí, pronto su fe y firmeza llamaron la atención de los fieles, cuya
comunidad iba menguando con los ataques, pese a lo cual el párroco nunca
se planteó cerrar el templo tras los ataques.

En el libro editado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, titulado Un mártir del yihadismo,
Rebwar Basa, amigo de Ganni, recoge los escritos del sacerdote durante
aquella época y cómo en todo momento se apoyó en la Eucaristía para
vencer el miedo a un martirio que sabía que sufriría.

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La Eucaristía, el centro de su vida

En 2005, en el Congreso Eucarístico Italiano, el padre Ragheed contaba:

“Los cristianos de Mosul en Irak non son teólogos, algunos son incluso analfabetos. Y
sin embargo, en todos nosotros, desde muchas generaciones, se ha
enraizado una verdad: no podemos vivir sin el domingo, sin la
Eucaristía.
Esto vale también para hoy, en que la fuerza del
mal en Irak se ha propuesto destruir las iglesias y aniquilar a los
cristianos con una saña absolutamente desconocida hasta ahora”.

Tras relatar uno de los ataques a su iglesia, en el que fue herida su
hermana, y en otros templos de la ciudad, Ganni proseguía afirmando que
“ahí, justo en el medio de la desolación estamos comprendiendo el valor
del domingo, día del encuentro con Jesús Resucitado, día de la unidad y
del amor recíproco, del apoyo y de la ayuda de unos para con otros.

»A veces yo también me siento frágil y tiemblo de miedo. Cuando digo
‘Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, con la
Eucaristía en mis manos, siento en mí su fuerza. Tengo en mis
manos la hostia, pero en realidad es Él quien me tiene a mí y a todos
nosotros, es Él quien desafía a los terroristas y nos mantiene unidos en
su amor sin fin
.

»En tiempos tranquilos, todo se da por descontado y se olvida el gran don que se nos ha dado,
He aquí la ironía: debido a la violencia del terrorismo, hemos
descubierto más profundamente que la Eucaristía, Cristo muerto y
resucitado, nos da la vida.
Y esto nos permite resistir y esperar”.

Sabía que moriría pronto

Ragheed Ganni sabía que moriría mártir, pero a pesar de
ello lo vivía con naturalidad. En 2006, en su última visita a Italia,
estuvo con un matrimonio amigo suyo. El marido relató un episodio que
vivió con él en Roma aquel día que tuvo más significado, menos de un año
después, cuando fue asesinado:

“Durante su última visita a Roma, en noviembre de 2006, sucedió algo que
nunca podré olvidar. Habíamos salido por la noche fuera de la ciudad, a
la zona de los Castelli Romani. Llegamos a Nemi, y mientras
contemplábamos desde el mirador la vista panorámica de la ciudad,
Ragheed divisó en la plaza un letrero que decía: Plaza de las Víctimas
del Terrorismo. Se colocó debajo del letrero, y me pidió: ‘por favor,
hazme una foto. Este letrero habla de nosotros’”.

El padre Ganni ha sido perseguido por los islamistas incluso después
de muerto. Así hallaron su tumba cuando Nínive fue reconquistada el año
pasado

Robert Christian, profesor suyo en el Angelicum de
Roma, con el que intercambiaba correspondencia, cuenta que el sacerdote
iraquí podría haber dejado el infierno de Irak: “Ragheed podía huir. Que
yo sepa, después de concluir sus estudios en el Angelicum, ha venido
tres veces a Italia. Pero él tenía una fuerte percepción de su deber sacerdotal y deseaba por ello ser un icono del Buen Pastor para su pueblo”.

La foto que anticipó el martirio

El día que fue asesinado, este sacerdote acudió primero a renovar su documento nacional de identidad y después fue a visitar a sus padres. Aquí ocurrió otro hecho extraordinario que evidenciaba que el padre Ganni sabía que moriría pronto.

En una entrevista tras el asesinato, los padres contaron dicho episodio.
Aziz Ganni (padre de Ragheed) contaba: “La mañana del día del martirio
vino a vernos y, antes de irse, nos enseñó una foto (…) Le entregó la
foto a su madre y le dijo: ‘mira que foto me he sacado’. Ella dijo que
había salido muy favorecido, y entonces él le dijo que era para su
funeral, así no tendría que preocuparse de buscar una. ‘Te la he preparado y la he hecho para ampliar para el cementerio. Es para mí funeral’. Justo el día que fue asesinado”.

Su madre, Kurjiya, añadía: “Él me decía: ‘mamá, que muera ahora o
muera dentro de diez años, no cambia nada. Es siempre una muerte’. Me
decía: ‘si me cortan el cuello con un cuchillo, al principio me dolerá,
pero después ya no sentiré nada’
. Había tenido en cuenta todas
las hipótesis. Le dije: ‘¡eso quiere decir que te han amenazado!’, y
respondió: ‘todas las iglesias están amenazadas’. ‘Eso ya lo sé, pero ¿a
ti te han amenazado personalmente?’. Él se sonreía y no respondía nada,
hasta que pasó lo que pasó.

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