15 huellas de Dios en la ‘sociedad de la nieve’: «Bendecíamos a los muertos como si fuéramos curas»

Los supervivientes de los Andes rezaban el Rosario cada día en el llamado «Valle de las lágrimas»

“Me considero ateo, pero conociendo esta historia no creo que haya sido una coincidencia. Un poder divino manejó los hilos para que Nando y Canessa cruzaran los Andes como profesionales y se encontraran con el arriero. Cada vez que leo la historia me convenzo un poquito más de que hay algo poderoso que no se ve, pero está ahí”, dice el usuario @pablogaston1981, en uno de los innumerables vídeos que hay en YouTube sobre la tragedia -para unos- y milagro -para otros- de los Andes. 

A medio siglo de distancia del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, en el que murieron 29 pasajeros y sobrevivieron 16 -que tuvieron que alimentarse con los restos de sus propios compañeros-, y cuando se acaba de estrenar la película La sociedad de la nieve, de Netflix, Religión en Libertad hace un recopilatorio con cada uno de esos momentos “en los que Dios estuvo presente” junto a los protagonistas de la que está considerada por muchos como “la mayor hazaña de superación en la historia de la humanidad”.

Más allá de que el director español J. A. Bayona -el de Lo imposible– lograra o no plasmar acertadamente la fe de los pasajeros y, sobre todo, el cómo Alguien ajeno al avión, al que llamaron “el copiloto” o “el pasajero número 17”, aguardaba siempre detrás de cada acontecimiento, la película que se acaba de estrenar acoge una historia profundamente cristiana (puedes leer aquí la reseña que hizo Religión en Libertad sobre ‘La sociedad de la nieve’).

El origen católico de los jugadores del Old Christians Club de rugby -que procedían a su vez del Colegio Stella Maris-, o el de los chicos del Colegio Seminario -como el protagonista Numa Turcatti- o los del Sagrado Corazón de los jesuitas, así como la presencia constante del rezo del Rosario durante los 72 días en la montaña, el pacto para entregar sus cuerpos al resto en caso de fallecer, la relación con un Dios tan cercano -como las cartas del fallecido Gustavo Nicolich– o que muchos de los protagonistas -como el usuario de YouTube- nunca creyeron que lo ocurrido pudiera ser algo casual, hacen pensar que el protagonismo de Dios en la montaña fue determinante.

Algunos de los supervivientes junto al fuselaje del avión. “Creo que su historia merece una película que explique el contexto verdadero de la montaña, que transmita el frío, el hambre, que se exprese en el idioma en el que se desarrolló realmente y por encima de todo transmita la profunda espiritualidad que nació en su sociedad, que al ser tan profunda es universal y está a la altura de todo lo imposible que vivieron allá arriba”, dice el director J. A. Bayona en el libro La sociedad de la nieve.  

Aunque la que es ya la décima película de habla no inglesa más vista en la historia de Netflix con 51 millones de visionados -y candidata en cuatro categorías a los Premios Oscar- no encaje particularmente con las producciones que suele hacer esta plataforma, y, ciertamente, lo religioso esté tamizado -en comparación con su predecesora ¡Viven!– se puede decir que el gigante del entretenimiento, a menudo aliado con causas perniciosas para la sociedad, se ha tragado un caballo de Troya. El interés que está despertando esta historia de superación entre la gente más joven hace que se vuelva a hablar de fe y de todos esos valiosos principios tan propios del humanismo cristiano.

A continuación, enumeramos una serie de momentos “con Dios como protagonista” extraídos del libro La sociedad de la nieve, de Pablo Vierci -de donde se basa la película de Bayona-, de entrevistas realizadas a los supervivientes –como la que ReL le hizo al fallecido Coche Inciarte-, y de lo publicado en la prensa del momento y en años posteriores al accidente.

1-El rezo diario del santo Rosario  Si había un momento “sagrado” en aquel fuselaje perdido en las montañas de los Andes era el rezo diario del santo Rosario.    “La otra rutina que surtía un claro efecto positivo en la mayoría era el rosario que dirigía Carlitos. Lo primero que rompía el silencio de la noche era el tintineo de las cuentas de vidrio, seguido por el murmullo de los misterios. El rosario iba pasando de mano en mano y si cada uno murmuraba, quería decir que estaba despierto. Cuando permanecía callado, el que estaba a su lado lo tocaba para ver si estaba dormido o se había muerto, porque en la noche hacía tanto frío que siempre temieron que el que se dormía no despertara más”.   El rosario se convirtió, además, en un signo de unión para el grupo: “En esa segunda noche sin luz, sin espacio, y en cuclillas, comenzó de nuevo la ronda del rosario. Adolfo no quería saber más nada con la religión y las demandas jamás cumplidas por Dios y la Virgen, pero descubrió que cuando se alejaba del rosario, en rigor se alejaba del grupo. Empezó a sentirse solo, lo que resultaba peligroso y multiplicaba la penuria. Al tercer día, Carlitos le tiró el rosario, Adolfo lo agarró en el aire y entró de vuelta en la ronda”.   “Estaban todos acostados adentro del avión, amontonados, cuando de repente escucharon un fuerte golpe en el fuselaje. Como vivían en un alerta permanente, en un instante se pusieron todos de pie, con el corazón saliéndoseles por la boca. Pero no era una avalancha, sino una simple roca. Como el viento no cesaba, y el pánico aumentaba, porque el fuselaje temblaba y se movía y creían que iba a rodar por la pendiente, comenzaron a rezar un rosario en medio de la noche (…). Cuando Javier Methol terminó el último misterio, cesó el viento, volvió a reinar la calma, y todos entraron en el sopor del sueño, seguros de que el rosario los había salvado esa vez”.  

2-Aquel “pacto de amor”… y el Papa Pablo VI Uno de los momentos más importantes que se vivió dentro del fuselaje del avión tuvo lugar cuando los supervivientes tuvieron que debatir sobre si estaba permitido o no comerse los restos de sus compañeros fallecidos. Mientras unos argumentaban cuestiones legales o médicas, los más católicos esgrimían el mandato de luchar por la vida hasta el final. Ante las reticencias de algunos por comer, el superviviente Pedro Algorta comentó: “Es como la Sagrada Comunión. Cuando Cristo murió, nos entregó su cuerpo para que tuviéramos una vida espiritual. Mi amigo me entrega su cuerpo para darme la vida física”. Tras eso, algunos que dudaban, terminaron comieron para sobrevivir.    Al regresar de vuelta a Uruguay, los supervivientes recibieron una carta del mismo Papa Pablo VI en la que no solo no se condenaba la antropofagia llevada a cabo sino que se les recordaba que si no lo hubieran hecho habrían cometido una falta grave contra sus propias vidas.   

3- La nota de Numa y un simbolismo brutal Numa Turcatti -el protagonista de La sociedad de la nieve– fue uno de los más reticentes a comer los cuerpos de sus compañeros fallecidos, precisamente por sus fuertes convicciones religiosas. Sin embargo, posteriormente, accede a alimentarse de los cadáveres y, al morir, se le encuentra en su mano una nota evangélica de San Juan, que decía: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

Precisamente, la película de Bayona, como ha analizado un canal de YouTube –puedes ver aquí el vídeo, minuto 18:45-, deja entrever un simbolismo brutal entre las dudas de Numa por comer y las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto. La sociedad de la nieve comienza con un sacerdote diciendo en la homilía: “El Espíritu llevó a Jesucristo al desierto, allí estuvo durante cuarenta días y cuarenta noches, siendo puesto a prueba por Satanás. Si eres el hijo de Dios, haz que esas piedras se conviertan en pan para comer; pero Jesús respondió que no sólo de pan vive el hombre”.

Fotograma de ‘La sociedad de la nieve’ con la nota de Numa Turcatti. 

A continuación, forzando el guión para que cuadre todo, el cura dice, siempre durante la homilía: “Coman todos porque este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes”. Y los fieles, entre los que están los futuros supervivientes, responden: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección “.

4-La fe en las cartas de Nicolich y Nogueira

El 21 de octubre, es decir, dos días antes de que terminaran las búsquedas de los supervivientes, el joven Nicolich escribe una carta dirigida a sus padres y a sus hermanas: “La fe en Dios que ahora tenemos, es lo que nos conserva tranquilos. Rezamos todas las noches y las mañanas, y todos los días uno encabeza las oraciones comentando con sus propias palabras el sentido de la oración. Es una manera de darnos fe y ánimo mutuamente”. Y, el día después de la primera carta, Nicolich escribe a su novia Rosina y aborda el tema más espinoso con coraje y entrega: “Una cosa que te va a parecer increíble y a mí también me parece; hoy empezamos a cortar a los muertos para comerlos, no tenemos otro remedio (…). Como lo único que interesa es el alma, no tengo por qué tener un gran remordimiento y si llegara el día y yo con mi cuerpo pudiera salvar a alguien, gustoso lo haría”.   “Por suerte el otro día me encontré una medalla en el avión, son 1000 pesos uruguayos y no tiene nada que ver con Dios ni con religión pero a mí me recuerda la que te regalé a ti y me hace sentir muy cerca tuya y de Dios. Hoy es domingo y ahora tenemos que rezar una oración personal en voz alta en vez de ir a misa. Esto también me hace acordar a mamá cuando me dijo: ‘Qué lástima que yo no iba a misa contigo todos los domingos’, pensar que yo no le hice caso y no sabes cuánto me arrepiento ahora”.   Arturo Nogueira, que ciertamente se reconocía como agnóstico, escribió en la montaña una conmovedora carta de fe a su novia Inés, que, por cierto, obvia la película de Bayona: “En situaciones como ésta la razón humana no llega a abarcar la comprensión del poder infinito y absoluto de Dios sobre los mortales. Nunca sufrí tanto como ahora, física y moralmente, aunque nunca creí más en Él”.

5- “Coche” Inciarte y “el pasajero número 17”

“Fue un momento determinante para mí. Salimos del avión por un agujero y sobre la nieve me encontré con Jesús de Nazaret. El hombre que había dicho: ‘Amaos los unos a los otros, como yo os he amado’, estaba frente a mí. No puedo describir la cara, porque no era nítida, pero sentí que nos venía a decir que hiciéramos las cosas bien. Esas palabras lo cambiaron todo. De ahí en adelante acampó un gran amor entre todos nosotros“, contó Jose Luis Inciarte a Religión en Libertad sobre su experiencia tras el alud que los sepultó vivos.

“Cuando al fin salimos, el paisaje era otro, la gente era otra. Salimos ocho menos, pero salió uno más, y ese ‘más uno’ inmaterial nos advirtió de que se terminaban definitivamente las mezquindades de la sociedad civilizada. Fue ahí cuando entré en un contacto mucho más estrecho con una fuerza superior. No me hizo más cristiano ni menos cristiano, simplemente mucho más creyente en un mismo Dios para todos, que se expresa a través del hombre, en el altar de la naturaleza. Es fácil no creer desde el llano: es imposible no creer cuando estás a solas con la montaña”. “En una libretita apunté todo lo que quería hacer si salía vivo. Le pedía a Dios que me enseñara a llenar ese hueco inmenso que se nos había abierto, un hueco metafísico que no puede llenarse con banalidades ni con conquistas materiales. Allá arriba, en la miseria más absoluta, hallé la respuesta, encontré cómo llenarlo, y anotaba lo que iba a hacer si sobrevivía”.   Y así recordaba su estancia en el hospital tras el rescate: “Minutos después, entró un cura muy flaco y muy jovencito: ‘Soy Andrés Rojas’, se presentó. Apenas lo vi entrar, me incorporé en la cama, lo abracé y brotó un torrente de palabras de mi boca, contándole todo, mientras él intentaba serenarme. Cuando quiso darme la comunión, le pedí que antes me confesara, pero me respondió en una forma muy madura: ‘Te has confesado desde que entré’. Cuando recibí a Dios a través de la hostia, sentí claramente que ya lo tenía adentro, que ya vivía en mí, porque ya sabía que ese Dios o ese espíritu superior existe y pertenece a todos los hombres, porque así se me había revelado en mi vida de moribundo”.   

6-El crucifijo “abollado” de Gustavo Zerbino  Uno de los primeros recuerdos que tuvo Gustavo Zerbino del accidente fue cuando la base del avión golpeaba la montaña, momento en el que “se encomendó a una fuerza superior y comenzó a repetir ‘no me dejes, Jesusito, no me dejes’, mientras el tubo levantó vuelo y cayó violentamente”.  

“Nosotros en la cordillera conocimos un Dios bondadoso. A pesar de todo lo que pasaba estaba contigo, te aceptaba, te acompañaba. El Dios nuestro era amor, solidaridad, vocación de servicio. Le mandé una carta al Papa (Francisco respondió y su mensaje fue leído el 13 de octubre del 2022 durante una misa en Montevideo con motivo de los 50 años de la tragedia), le contaba lo que habíamos hecho y cómo hoy la juventud no cree en las instituciones. En las cosas que se cree menos es en los políticos, en los sacerdotes. Y todo eso tenemos que tratar de revertirlo. Dios está adentro de cada uno y en las acciones”. “Tengo decenas de cosas del 72. Pero lo que más estimo, porque siento que simboliza todo lo que vivimos, es una cruz de plata a la que le falta el brazo izquierdo. Es una cruz que alguien llevaba colgada en el pecho y la encontré tirada en la nieve. Tiene cuatro centímetros en la parte más larga, y el brazo entero que le sobra mide menos de dos centímetros. Sufrió un violento abollón en el centro; quien la tenía lo recibió en el medio del pecho. Pero lo que más me conmueve es que a pesar de estar abollada, de faltarle un brazo, con el metal desgarrado, igual sigue siendo, inconfundiblemente, una cruz. Eso fue lo que nos ocurrió. Estábamos abollados, golpeados, maltratados, pero seguimos siendo hombres enteros”.  

7-Páez y la Salve en el Valle de las lágrimas Cuando Carlitos Paez estaba a punto de chocar contra la montaña sintió la necesidad de arreglar las cuentas con Dios. “Y para arreglarlas comenzó a rezar, primero el padrenuestro, pero como creía que el fin estaba muy próximo y la oración era demasiado extensa, lo cambió por el avemaría, más breve y apropiado, creía, a los segundos que le restaban de vida. Terminó de rezarlo en el momento exacto en que el avión se detuvo y todos los asientos volaron hacia adelante como impulsados por una fuerza sobrenatural”.   También recordaría que “mientras mi padre revolvía cielo y tierra en las montañas, mi madre revolvía cielo y tierra en el espacio intangible de sus oraciones. Ella en Montevideo y nosotros con el rosario en el fuselaje rezábamos la misma oración: ‘Salve a la Virgen’, que hablaba, increíblemente, del lugar donde nos encontrábamos: ‘Dios te salve, reina y madre, madre de misericordia. Vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve, a ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, llorando y gimiendo en este valle de lágrimas’. Y donde nosotros estábamos se llamaba, sin saberlo, el Valle de las Lágrimas, donde llorábamos y gemíamos“.  

8-Daniel Fernández: lógica, fe… y una sinfonía  “He tenido muchos problemas. Mi mujer tuvo un cáncer, a un hijo lo apretó una puerta de un garaje y estuvo en coma tres días, y los médicos me aseguraban con argumentos científicos que se moriría o que quedaría inválido como una planta. Sin embargo, yo lo miraba en su cama, inconsciente, y sabía que saldría. Y, en efecto, sanó perfectamente. Ya conocía esa zona gris entre la lógica y la esperanza más porfiada. La ciencia, a la que dediqué buena parte de mi vida, es duda; la espiritualidad es fe. Siempre eduqué a mis hijos en esa actitud, que es como la silueta de la cordillera”.   El día 22 de diciembre, Daniel escuchó en la radio que habían aparecido dos uruguayos que venían de un avión que había caído en las montañas. “Y de repente ocurre otra de esas coincidencias inverosímiles e inexplicables. Tras la noticia, buscando afanosamente la confirmación en otra emisora, sintonizamos una radio donde están emitiendo el ‘Ave María’ de Charles Gounod. No sé por qué apareció ese Ave María en ese preciso momento en la radio que lograba sintonizar tan pocas frecuencias, interrumpidas por la estática, pero Eduardo lo interpretó, sin ningún margen de dudas: eran Nando y Roberto los dos uruguayos que habían arribado a la vida”.   

9-Adolfo Strauch y hacerle un hueco a Él  “En la montaña nadie se vanagloriaba de nada, ni de haber creado esto o inventado lo otro, se hacía para el conjunto y no había más recompensa que el bienestar del grupo. Y cuando no hay ego, tu cuerpo y tu mente funcionan como un radar muy sensible, se absorbe más de los otros, más del entorno, de la naturaleza, eventualmente de una fuerza superior, Dios, que en ese ambiente te llega de otro modo, porque cuando estás atribulado por las cuestiones cotidianas de la civilización no lo dejas ingresar“.   “En la religión católica que nos enseñaban en la infancia, a mí siempre me impresionó cuando Jesucristo dijo que ‘era más fácil que pasara un camello por el ojo de una aguja, a que un rico entrara en el reino de los cielos’. Esa frase, que siempre me sorprendió y nunca la terminé de entender, recién la interpreté en los Andes. La entiendo un poco más porque la experimenté: cuando vives en la ausencia total de elementos materiales, les permites espacio a otras sensaciones, a nuevos sentidos, que es lo que quiero rescatar cuando vengo a la montaña, porque sé que al regresar a la civilización en parte volveré a perderlo”.   Y relató así el encuentro con sus seres queridos: “Mi madre, apretada contra mi pecho, no deja de repetir una sola frase, sollozando sin cesar: ‘Se hizo el milagro, se hizo el milagro’. Lo rezó y lo pidió todas las noches. Mientras estuvimos en la montaña, no había manera de convencerla de que estábamos muertos, porque sabía que pidiéndole a la Virgen ella nos traería de vuelta. Muchos años después, cuando agonizaba, continuaba creyendo en el milagro con la misma devoción”.  

10-Las “bendiciones” del “obispo” Sabella “Roberto Canessa, Gustavo Zerbino y Diego Storm eran médicos porque habían cursado un período mínimo en la facultad. Roy Harley era ingeniero por lo mismo; y yo era como un ‘obispo’. Esto no lo he contado porque temo que no se comprenda. Incluso cuando lo hacía en la montaña, no me gustaba que me vieran los compañeros, porque creerían que había perdido la razón, como nos sucedía con tanta frecuencia. Cuando alguien se moría, yo siempre lo bendecía, le daba la extremaunción, como si fuera un sacerdote. Y no lo hacía para cumplir un ritual litúrgico, sino porque era necesario brindarle paz a la muerte. Me parecía imperioso que alguien le dijera: ‘Descansa en paz’, y como no había otro que lo hiciera, lo asumí yo”, contó Moncho Sabella.  

11- Así se comunicaba Mangino con su novia “Todas las noches en la duermevela de la montaña, me aferraba a ese crucifijo y hablaba con ella, le pedía que no se preocupara, le decía que por ahora estaba bien, y esa sintonía y ese creer que podía estar hablando con ella a través de ese símbolo fueron cruciales para mí, a tal punto que siempre le agradezco a ella por estar vivo, porque fue la persona que me dio la fuerza para luchar y sobrevivir. Incluso ese episodio tan inverosímil de la avalancha ocurrió en el momento exacto en que yo hablaba con ella, aferrado al crucifijo, y le contaba que estábamos mal, pero que se alegrara porque podíamos estar peor”.  

12- La última ayuda que pidió Canessa Roberto Canessa, junto con Nando Parrado, son los dos supervivientes que logran llegar a Chile, donde el arriero Sergio Catalán los ayudó y avisó a las autoridades para que se pudiera rescatar al resto. “Así empieza a prepararse la expedición final, algo materialmente posible, aunque aparentemente imposible. Entonces pensé: voy a poner mi parte y le pediré a Dios que si quiere ayudarnos, que lo haga. Que si me interpone una pared, que esta tenga grietas para poder clavar las uñas y treparla. Que si coloca una trampa en el camino, que deje una vía para esquivarla”.  

Testimonio de Roberto Canessa en la Pascua joven.

13- Y el gesto de Parrado antes de partir  “Caminan veinte pasos y Nando, el más pragmático de todos nosotros, regresa a donde yo estoy y me dice: ‘Carlitos, quiero darle un beso a la cruz de tu rosario’. Se lo entrego, le da un beso y entonces me entrega el zapatito rojo de su sobrino, y me dice: ‘Carlitos, te prometo que voy a venir a buscar el par’, porque él se llevaba el otro”.  

Escucha aquí la relación de Nando Parrado con la Virgen.

14- La fe de las familias… y la Virgen de Garabandal La fe que tuvieron las familias de los pasajeros jugó también un papel importante a la hora de mantenerse con fuerza durante los 72 días que permanecieron en la montaña sus hijos, esposos o hermanos y, también, para llevar el duelo una vez que se confirmó la lista definitiva de fallecidos y supervivientes. Un ejemplo de los muchos que hay es la madre de Eduardo Strauch.  

“Algunas veces la reiteración de lo casual nos hace percibir ciertos hechos como señales. Mi madre, en esos días de angustia en que la sociedad nos daba por muertos, había recibido folletos de la Virgen de Garabandal a los que no había prestado demasiada atención. Un día, mientras rezaba en la Iglesia, sintió que le tocaban el hombro. Alguien se inclinaba hacia ella y le mostraba un libro. Enseguida reconoció a su amiga China Herrán de Bordaberry, en ese entonces la primera dama de Uruguay, quien le contó que en el pueblo español de San Sebastián de Garabandal, habían estado ocurriendo milagros asociados con unas apariciones de la Virgen. Entonces mamá interpretó ese cúmulo de coincidencias como señales para que dirigiera sus oraciones a esa advocación de María, que tiempo después vengo a saber que en España algunos llaman casualmente ‘la Virgen que subió a la montaña’ porque el lugar de sus apariciones fue en lo alto de la cadena cantábrica”.

“Un mes más tarde mamá se enteró, por una llamada de su hermano Pepe, de que había aparecido dos sobrevivientes de nuestro vuelo, y sin saber aún si yo estaba en la lista, tomó el primer avión para Santiago en compañía de otros padres. Por otra extraña coincidencia, en el mismo vuelo viajaba un sacerdote que venía de presenciar unos milagros en Garabandal. Cuando mi madre llegó a San Fernando, otra madre feliz, la de Carlitos, le confirmó que yo me había salvado”.

15- Los Methol y la misión que debían cumplir Javier Methol fue el primer superviviente de los 16 en fallecer. Sobrevivió junto a su mujer al accidente, pero el alud se llevó para siempre lo que más amaba. “Minutos después del accidente, cuando salí apoyado en Liliana, y vimos el panorama, dónde estábamos, dónde habíamos caído, ella me dice: ‘Javier, ¿saldremos de esta?’. Entonces reparé en la huella fresca marcada en la nieve por el fuselaje que se había deslizado serpenteando desde una distancia que no terminaba de verse, y le dije: ‘Liliana, fijate dónde estamos, es imposible, y estamos vivos. Fijate dónde pegó el avión, es imposible, y estamos vivos. Si Dios nos permitió permanecer con vida, es porque tenemos una misión que cumplir’. En ese momento ya teníamos cuatro hijos, no pensábamos tener más, pero decidimos tener otro cuando saliéramos”.   “Liliana, con sus cuatro hijos esperándola en Montevideo, era la madre del avión, la que con una caricia curaba mejor que cualquier medicina que no tenían (…). En la carta que escribió en los Andes, el 23 de octubre, poco después de que escucharon en la radio portátil que no los buscan más, apunta: ‘Yo creo que esto es una prueba de Dios. Si salimos de aquí, nos dio una experiencia que en mi vida tendré, si no, espero que a mis hijos Dios los ayude y nunca le echen la culpa'”.    Tras el alud, cuenta Javier: “Permanecí con ella los tres días que estuvimos sepultados bajo la nieve. Luego, cuando pudimos liberar el espacio, estuvo varios días sobre la superficie de la nieve, en un costado del avión, y su rostro me observaba debajo de una delgada capa de hielo azul. Yo la contemplaba y le hablaba sabiendo que, por intermedio de Dios, ella me escuchaba. Porque en la montaña hablé con Dios. Uno habla desde el corazón. Cuando habla la verdad no necesita palabras, y así conversaba con Liliana”.   “No siento que todo esto haya sido obra del destino, de la casualidad, de la mala suerte, como otros tienen todo el derecho a creer. Todo ha sido obra de Dios. De algo superior a nosotros, que tiene sus designios, y del cual no somos sus juguetes, pero con el que interactuamos, dialogamos, formulamos preguntas y encontramos respuestas, si abrimos el corazón para escucharlo. Yo le pongo nombre propio: no ando con eufemismos”.  

  Y al volver a casa afrontó con esa fe las preguntas de sus hijos: “Los mayores me dieron un abrazo y un beso mientras yo temblaba. Cuando alzo a la más chiquita, de tres años, y la pongo contra mi rostro, como yo tenía una barba muy larga que todavía no me había afeitado, me dijo: ‘¿Qué te pusiste?’, y yo le respondo: ‘Es la barba que me creció’. Su segunda pregunta fue: ‘¿Y mami?’. Entonces le dije: ‘Mami era tan buena que Dios la precisaba; tú mira para arriba, y háblale, porque Dios le da permiso para que te conteste’. Ella miró hacia el cielo. Entonces le agregué: ‘Siempre que tú la precises, háblale que ella te va a responder'”. 

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