Somos ángeles, pastores, ovejas

Ojalá podamos dar luz, cantar con nuestras voces llenas de esperanza, aparecer en medio de la oscuridad…

Los ángeles aparecen en el cielo y trasmiten esperanza. Los pastores están cuidando su rebaño, tal vez no buscan nada:

«En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: – No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: – Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor«.

Los ángeles vuelan, anuncian, proclaman. Tienen que saberlo los hombres, tienen que enterarse.

Pero no todos están preparados para comprender el misterio, para ver a Dios. Y aun así, los ángeles tienen que dar luz, cantar con sus voces llenas de esperanza, aparecerse en medio de la oscuridad.

Llamados a ser ángeles

Tengo vocación de ángel. Quiero anunciar siempre palabras de esperanza, decir cosas bellas, halagar y ensalzar a mi hermano, dar buenas noticias.

Al mismo tiempo me gusta descubrir ángeles en mi vida. Veo muchos ángeles a mi alrededor. Muchos ángeles caminando con su piel humana.

Muchos ángeles vestidos de cotidianidad que hablan palabras suaves que dan esperanza. Son las voces de los míos, de los más cercanos. Ellos me dan alegría.

Sé que los ángeles que conozco son pecadores, tienen luces y sombras, piden perdón y son salvados en su debilidad.

Los ángeles que veo y escucho caminan por la misma vereda por la que yo asciendo. Tropiezan y caen, se levantan de nuevo.

No caminan varios metros por encima de la tierra. Simplemente tienen en el corazón una luz propia.

Alguien, ese Dios que ama, los ha tocado con su mano, con su palabra, los abraza con su alegría y susurra palabras llenas de luz en sus oídos para que todos sepan que Jesús ha nacido.

Yo también tengo vocación de ángel. Necesito escuchar a Dios dentro de mí para llevarlo a muchos.

Soy también pastor que cuida

Quiero que mi alma como la de los pastores se llene de luz. Porque también me siento pastor.

Cuido mi vida, mi rebaño pequeño, mi entorno sagrado. Cuido a los míos y soy pastor de ovejas descarriadas y dóciles y les digo conmovido:

«Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. Alégrese el cielo, goce la tierra».

Es mi mensaje como pastor. Quiero que otros tengan paz y confíen.

Sé que algunas de las ovejas se quedarán tranquilas en el redil, otras se escaparán siguiendo sus propios caminos.

Y yo me precipitaré buscando a las perdidas para que no se mueran. Y vuelvo con ellas sobre mis hombros.

No me quedo sólo con las que no tienen manchas. Me gustan las heridas, las que están enfermas, las que están más solas.

Y también pequeña oveja

Mi vocación de pastor me hace sentir pequeño y vulnerable.

¿Qué hago yo guiando a otros cuando no sé bien cómo caminar? ¿Qué hago yo cuidando a otros cuando soy yo el que necesita ser cuidado?

Soy pastor y soy oveja, no lo olvido. Por eso me gustan las palabras de san Juan Crisóstomo:

«Mientras somos ovejas vencemos y superamos a los lobos, aunque nos rodeen en gran número; pero si nos convertimos en lobos entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del pastor. Éste, en efecto, no pastorea lobos, sino ovejas, y por esto te abandona y se aparta entonces de ti, porque no le dejas mostrar su poder».

Me siento como cordero lleno de manchas que camina indefenso en medio de la vida. Necesito a Jesús.

No tengo respuestas para todo, ni logro solucionar todos los problemas. Me siento tan frágil en medio de la noche.

Me veo perdido. Soy una oveja que necesita ser rescatada por el pastor. Eso es lo que me salva realmente en medio de los peligros. Sentirme frágil, no fuerte. Débil, no capaz. Vulnerable y herido en medio de mil batallas.

Y llego al nacimiento en Navidad, me sé indigno:

«Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada».

En la humildad de una gruta, en la sencillez de una noche, Jesús se hace carne para darme fuerzas y esperanza. Tengo su luz.

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Carlos Padilla / Aleteia