Sarah denuncia las «columnas infernales» y el «terrorismo del pensamiento» contra Dios y la familia

El pasado sábado, el cardenal Robert Sarah,
prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, estuvo presente en el 700º aniversario de la fundación de
las diócesis francesas de Luçon y Maillezais, pertenecientes a la histórica región de la Vendée.

En esa región del noroeste francés tuvo lugar entre 1793 y 1794 una sublevación católica contra la Revolución Francesa ante la cual las autoridades del Terror aplicaron un auténtico genocidio contra los insurrectos.

También se celebraba el cuadragésimo aniversario del cercano parque temático de Puy du Fou que conmemora esos hechos, fundado en 1977 por el político conservador francés Philippe Devillers, autor además de una novela histórica en torno a uno de los héroes de esa gesta, el general Charette.

En la homilía de la misa celebrada con esta ocasión, recogida por Infocatólica en traducción de María Arratíbel, el cardenal Sarah no ahorró elogios al heroísmo de los vandeanos, a su significación para la fe y a su sentido como modelo para los católicos de hoy ante el poder que exhiben los nuevos enemigos de Dios y del ser humano.

Posteriormente, en la homilía del domingo, insistió en todos estos puntos, en una llamada a resistir sin miedo a la pretensión de eliminar a Dios de la vida social.

Trescientos mil hombres, mujeres y niños fueron víctimas del Terror
“porque rechazaban la mentira de la ideología atea”, afirmó el carenal:
“Con su sacrificio impidieron que la mentira de la ideología se erigiera
en maestra. Gracias a los vandeanos, la Revolución ha tenido que quitarse la máscara y revelar su rostro de odio hacia Dios y hacia la fe. Gracias
a los vandeanos, los sacerdotes no se convirtieron en los esclavos
serviles de un estado totalitario y pudieron ser los servidores libres
de Cristo y de la Iglesia”, añadió en referencia al juramento de la
Constitución Civil del Clero que el nuevo régimen quiso obligar a
prestar a todos los obispos y sacerdotes, condenando a las peores
condenas a los llamados refractarios.

La guerra de la Vendée, de Alberto Bárcena,
ofrece toda la documentación sobre la intensidad del genocidio de las
autoridades de la Revolución Francesa contra la sublevación de la región
en defensa de la fe y de la Iglesia y, como subraya el cardenal Sarah,
por amor a sus sacerdotes.

Hoy hay otros enemigos, señaló el prelado guineano: “Frente a la dictadura del relativismo, frente al terrorismo del pensamiento que, de nuevo, quiere arrancar a Dios del corazón de los niños, necesitamos reencontrar la frescura de espíritu, la simplicidad alegre y ardiente de estos santos y mártires”.

“¿Quién se levantará hoy por Dios?” como entonces, se preguntó: “¿Quién
se enfrentará a los modernos perseguidores de la iglesia? ¿Quién tendrá
el coraje de levantarse sin otras armas que el rosario y el Sagrado
Corazón, para enfrentarse a las columnas de la muerte de nuestro tiempo que son el relativismo, el indeferentismo y el desprecio de Dios? ¿Quién dirá a este mundo que la única libertad por la que merece la pena morir es la libertad de creer?”.

Tras denunciar las “columnas infernales” de “los campos de exterminio
nazis, los gulag comunistas o la barbarie islamista”, Sarah destacó que “la ideología de género, el desprecio de la fecundidad y de la fidelidad son los nuevos slogans de esta revolución.
Las familias son hoy como otras Vendées a las que hay que exterminar.
Se planifica metódicamente su desaparición, como se hizo en otro tiempo
en la Vendée.  Estos nuevos revolucionarios se inquietan frente a la
generosidad de las familias numerosas. Se burlan de las familias cristianas porque ellas encarnan todo lo que ellos odian. Están
dispuestos a lanzar sobre África nuevas ‘columnas infernales’ para
presionar a las familias e imponerles la esterilización, el aborto y la
anticoncepción”.

Frente a todo ello, pidió una “nuestra vida personal, de oración y de adoración”: “Es tiempo, hermanos míos, de rebelarnos contra el ateísmo práctico que asfixia nuestras vidas. ¡Oremos
en familia, pongamos a Dios en primer lugar! ¡Una familia que reza es
una familia que vive! ¡Un cristiano que no reza, que no sabe dejar sitio
a Dios a través del silencio y la adoración, acaba muriendo!”.

Todo cristiano es espiritualmente un vandeano“, concluyó.

Homilía del cardenal Sarah en la misa de víspera del domingo XIXº del tiempo ordinario (13 de agosto de 2017)

Hermanos:

Ofrecemos esta noche el sacrificio de la misa por el descanso de todos los benefactores de Puy du Fou fallecidos desde el comienzo de esta bella obra hace cuarenta años.

Por vuestro trabajo, todos los que hoy estáis aquí congregados,
despertáis cada tarde la memoria de este lugar. El castillo de Puy du
Fou, ruina dolorosa, abandonada por los hombres, se alza como un grito
hacia el cielo. Con las entrañas abiertas, recuerda al mundo que, frente al odio por la fe, un pueblo se levantó: ¡El pueblo de la Vendée!

Queridos amigos, dando vida a estas ruinas, cada noche, dais vida a los muertos. Dais vida a todos aquellos vandeanos muertos por su fe, por sus iglesias y por sus sacerdotes.

Vuestra obra se eleva subre esta tierra como un canto que lleva consigo
el recuerdo de los mártires de la Vendée. ¡Hacéis revivir a esos trescientos mil hombres, mujeres y niños, víctimas del Terror! Dais voz a aquellos a quienes se quiso silenciar, ¡porque rechazaban la mentira de la ideología atea!
¡Rendís homenaje a aquellos a quienes se pretende ahogar en el olvido
porque rechazaban que se les arrancara la libertad de creer y de
celebrar la misa!

Os lo digo solemnemente: vuestro trabajo es justo y necesario. Con
vuestro arte, vuestros cantos, vuestras proezas técnicas, ofrecéis al
fin una digna sepultura a todos esos mártires a los que la Revolución quiso dejar sin tumbas, abandonados a los perros y los cuervos. Vuestro trabajo es más que una obra simplemente humana: es como la obra de una Iglesia.

¡Vuestro trabajo es necesario, especialmente en nuestro tiempo, que
parece embobado! Frente a la dictadura del relativismo, frente al terrorismo del pensamiento que, de nuevo, quiere arrancar a Dios del corazón de los niños, necesitamos reencontrar la frescura de espíritu, la simplicidad alegre y ardiente de estos santos y mártires.

Cuando la Revolución quiso privar a los vandeanos de sus sacerdotes,
todo un pueblo se sublevó. ¡Ante los cañones, estos pobres solo tenían
sus bastones! ¡Frente a los fusiles, sólo poseían sus hoces! ¡Frente al
odio de las columnas infernales, sólo presentaban su rosario, su oración y el Sagrado Corazón bordado en su pecho!

Hermanos, los vandeanos simplemente pusieron en práctica lo que nos
enseñan las lecturas de hoy. Dios no está en el trueno ni los
relámpagos, no está en el poder o el ruido de las armas, ¡se esconde en
la brisa ligera!

Frente al despliegue planificado y metódico del Terror, los vandeanos sabien bien que serían aplastados. Sin embargo, ofrecieron cantando su sacrificio al Señor. Fueron esa brisa ligera, brisa aparentemente barrida por la poderosa tempestad de las “columnas infernales”.

Pero Dios estaba allí. ¡Su poder se reveló en la debilidad! La historia
–la verdadera historia- sabe que en el fondo los campesinos vandeanos
triunfaron. Con su sacrificio impidieron que la mentira de la ideología
se erigiera en maestra. Gracias a los vandeanos, la Revolución ha tenido que quitarse la máscara y revelar su rostro de odio hacia Dios y hacia la fe. Gracias
a los vandeanos, los sacerdotes no se convirtieron en los esclavos
serviles de un estado totalitario y pudieron ser los servidores libres
de Cristo y de la Iglesia.

Los vandeanos oyeron la llamada que Cristo nos lanza en el Evangelio de
hoy: “¡Confiad! ¡Soy yo, no temáis!” Cuando rugía la tempestad, cuando
la barca hacía aguas por todas partes, no tuvieron miedo…tan seguros
estaban de que, más allá de la muerte, el Corazón de Jesús sería su única patria.

Hermanos míos, los cristianos necesitamos ese espíritu de los vandeanos.
¡Necesitamos ese ejemplo! ¡Como ellos, tenemos que abandonar nuestros
campos y cosechas, dejar sus surcos, para combatir no por intereses humanos, sino por Dios!

¿Quién se levantará hoy por Dios? ¿Quién se enfrentará a los modernos
perseguidores de la iglesia? ¿Quién tendrá el coraje de levantarse sin
otras armas que el rosario y el Sagrado Corazón, para enfrentarse a las columnas de la muerte de nuestro tiempo que son el relativismo, el indeferentismo y el desprecio de Dios? ¿Quién dirá a este mundo que la única libertad por la que merece la pena morir es la libertad de creer?

Como nuestros hermanos vandeanos de otro tiempo, estamos llamados hoy a
dar testimonio, es decir, ¡al martirio! Hoy en Oriente, en Pakistán, en
África, nuestros hermanos cristianos mueren por su fe, aplastados por
las columnas del islamismo perseguidor.

Y tú, pueblo de Francia, tú, pueblo de la Vendée, ¿cuándo te levantarás
con las armas pacíficas de la caridad y la oración para defender tu
fe? Amigos, la sangre de los mártires corre por vuestras venas, ¡sed
fieles! Somos todos espiritualmente hijos de la Vendée mártir.
Incluso nosotros, los africanos, que hemos recibido tanto de los
misioneros vandeanos que vinieron a morir entre nosotros para anunciar a
Cirsto. Debemos ser fieles a su herencia.

Las almas de estos mártires nos rodean en este lugar. ¿Qué nos dicen?
¿Qué quieren transmitirnos? Para empezar su coraje. Cuando se trata de
Dios no hay otro compromiso, ¡el honor de Dios no se disputa! Y ello
debe empezar por nuestra vida personal, de oración y de adoración. Es
tiempo, hermanos míos, de rebelarnos contra el ateísmo práctico que asfixia nuestras vidas. ¡Oremos
en familia, pongamos a Dios en primer lugar! ¡Una familia que reza es
una familia que vive! ¡Un cristiano que no reza, que no sabe dejar sitio
a Dios a través del silencio y la adoración, acaba muriendo!

Del ejemplo de los vandeanos debemos también aprender el amor al sacerdocio.Se rebelaron porque sus “buenos curas” eran amenazados.

Vosotros, los más jóvenes, si sois fieles al ejemplo de vuestros
mayores, ¡amad a vuestros curas, amad el sacerdocio! Debéis preguntaros:
¿Y yo, soy llamado a ser sacerdote, siguiendo a aquellos buenos curas
martirizados por la Revolución? ¿Tendré la valentía de dar mi vida por Cristo y mis hermanos?

Los mártires de la Vendée nos enseñan además el sentido del perdón y la
misericordia. Ante la persecución, ante el odio, guardaron en el corazón
el deseo de la paz y el perdón. Recordad cómo el general Bonchamp
liberó a cinco mil prisioneros solo unos minutos antes de morir. Sepamos
enfrentar el odio sin resentimiento y sin acritud. ¡Somos el ejército del Corazón de Jesús y como él queremos estar llenos de dulzura!

Finalmente, de los mártires vandeanos, necesitamos aprender el sentido
de la generosidad y el don gratuito. Vuestros ancestros no se batieron
por sus intereses, no tenían nada que ganar. Nos dan hoy una lección de
humanidad. Vivimos en un mundo marcado por la dictadura del dinero, del
interés, de la riqueza. El gozo del don gratuito es despreciado y objeto
de burla en todas partes. Sin embargo, solamente el amor generoso, el
don desiteresado de la propia vida pueden vencer el odio por Dios y los hombres que es la matriz de toda revolución.
Los vandeanos nos enseñaron a resistir estas revoluciones. Nos
mostraron que frente a las columnas infernales, como frente a los campos
de exterminio nazis o los gulags comunistas, ante la barbarie islamista, solo hay una respuesta posible: el don de sí, de toda la vida. ¡Solo el amor puede vencer el poder de la muerte!

Todavía hoy, tal vez más que nunca, los ideólogos de la revolución
pretenden destruir el lugar natural del don de sí mismo, de la
generosidad gozosa y del amor. Estoy hablando de la familia.

La ideología de género, el desprecio de la fecundidad y de la fidelidad son los nuevos slogans de esta revolución.
Las familias son hoy como otras Vendées a las que hay que exterminar.
Se planifica metódicamente su desaparición, como se hizo en otro tiempo
en la Vendée.  Estos nuevos revolucionarios se inquietan frente a la
generosidad de las familias numerosas. Se burlan de las familias cristianas porque ellas encarnan todo lo que ellos odian. Están
dispuestos a lanzar sobre África nuevas “columnas infernales” para
presionar a las familias e imponerles la esterilización, el aborto y la
anticoncepción. ¡África resistirá como hizo la Vendée! Por todas partes
las familias deben ser como la punta de lanza de esta revuelta contra la
nueva dictadura del egoísmo.

En adelante, en el corazón de cada familia, de cada cristiano, de cada
hombre de buena voluntad, debe librarse una “Vendée interior”. ¡Todo cristiano es espiritualmente un vandeano!
No dejemos que se ahogue en nosotros el don generoso y
gratuito. Sepamos, como los mártires de la Vendée, extraer este don de
su fuente: el Corazón de Jesús.

¡Oremos para que una poderosa y alegre Vendée interior se alce en la Iglesia y en el mundo!

Amén.

ReligiónenLibertad