Santo del día

Santa Úrsula Ledóchowska
Una mujer extraordinaria que evangelizó Rusia y Finlandia a principios del s. XX

Julia María nació el 17 de abril de 1865 en Loosdorf, Austria. Sus
ascendentes directos fueron eclesiásticos, consagrados, militares y
hombres de estado.


Sus padres eran el conde Anton Halka Ledochowski y la condesa
Josephine Salis-Zizers, de nacionalidad polaca y suiza respectivamente.


El cardenal Mieczyslaw, arzobispo de Gniezno-Poznan, que fue primado
de Polonia y prefecto de la Congregación para la propagación de la fe,
era tío paterno suyo.


Anton había enviudado de su primera mujer de la que tuvo tres hijos, y luego contrajo nupcias con Josephine.


Julia fue la segunda de los seis nuevos vástagos de este segundo matrimonio, entre los cuales hubo religiosos relevantes.


La primogénita, María Teresa, fundadora de las misioneras de San
Pedro Claver, fue beatificada por Pablo VI. Su hermano Wladimir fue
general de la compañía de Jesús, y otro de sus hermanos, oficial de alta
graduación, murió a manos de los nazis en el campo de concentración de
Dora­Nordhausen.


Su padre, que se ocupaba de la educación de todos ellos, solía
leerles biografías de santos, de héroes polacos y les introducía en el
mundo del arte y de la cultura, completando la formación que les
proporcionaban profesores particulares.


Josephine aportaba su fortaleza y energía, una alegría que contribuyó a realzar la felicidad y paz características del hogar.


Por otro lado, el compromiso eclesial y la solidaridad
circulaban por la casa como el aire; la presencia de sacerdotes y
religiosos era constante.


Julia tuvo la fortuna de ser educada en este selecto ambiente y crecer instada por sus progenitores a la urgencia del amor.


Sus hermanos admiraron en ella su espíritu sensible, generosidad y alegría. Estudió lenguas, pintura y música.


Cuando en 1873 se produjo un grave revés financiero y tuvieron que
abandonar la idílica villa en la que vivían para afincarse en la
localidad germana de St. Pölten, acudió al centro regentado por las
religiosas fundadas por Mary Ward. En 1883 se trasladaron a Lipnica
Murowana, Polonia.


Al morir su padre en 1885 aquejado de viruela, su tío, el cardenal,
se ocupó de todos. Al año siguiente Julia ingresó en el convento de las
ursulinas de Cracovia. Allí tomó el nombre de María Úrsula de Jesús.


Era audaz, sensible, disciplinada, emprendedora, tenía gran celo apostólico, talento y una visión certera y creativa.


Pero, por encima de sus cualidades como estratega en bien del
apostolado, sobresalía su donación sin paliativos a Cristo, sin
componendas, sin vuelta atrás.


Exquisita en su trato, no permitía que las visitas tuvieran que
esperarla. Si le sugerían posponer la entrevista por hallarse ocupada,
respondía: “Nunca debemos pedir a Jesús que espere”.


Obtuvo el título de maestra y luego el de capacitación para enseñar en lengua francesa. Fue una gran formadora.


De 1904 a 1907 ejerció como superiora en Cracovia, etapa en la que
abrió el campo educativo de las ursulinas. A instancias del P.
Constantino Budkiewicz, párroco de la iglesia de Santa Catalina, fundó un internado para estudiantes.


Pío X vio que era una mujer de gran empuje, y le propuso evangelizar
Rusia. Vistiendo civilmente, Julia partió a San Petersburgo con una
hermana. En 1908 sería nombrada superiora de la casa que abrieron. 


Viviendo en clandestinidad y bajo vigilancia policial, porque
el gobierno ruso se había percatado de su intensa actividad, desafió
las hostilidades que se cernían sobre la Iglesia actuando a través de
varios frentes apostólicos dirigidos a la juventud universitaria y a los
adultos.


Extendió estas acciones a Finlandia donde puso en marcha una
clínica para personas sin recursos. Allí se involucró en el ámbito
ecuménico
entre católicos de varios ritos y ortodoxos.


En 1914 en el fragor de la Primera Guerra Mundial por ser austriaca
fue expulsada, y emigró a Suecia, Dinamarca y Estocolmo. Dejaba tras de
sí en cada lugar su sello apostólico: centros para huérfanos y niñas,
escuelas de idiomas, etc.


En 1915 estableció la primera congregación mariana para universitarios,
e impulsó cursos dirigidos por las mentes teológicas más preclaras del
momento. En 1918 creó en Aalborg, Dinamarca, una escuela de economía
doméstica y un orfanato.

Después de regresar a Polonia en 1920, a requerimiento de los padres
camilos colaboró con el comité de ayuda a las víctimas de la guerra que
había fundado el conocido escritor polaco Henryk Sienkiewicz.


Entonces afrontó graves problemas para integrar su casa y su obra
educativa en la naciente Unión de las ursulinas polacas que había
concebido para asistir a pobres, enfermos y desamparados.


El nuncio apostólico en Polonia, Achille Ratti, futuro Pío XI, la confirmó en esa misión: “Permaneced en el puesto que os ha indicado la misma providencia”.


Ese año la Santa Sede la autorizó a transformar su convento autónomo
de San Petersburgo en la congregación de Hermanas Ursulinas del Sagrado
Corazón de Jesús Agonizante.


Trabajó entre los indigentes, abrió numerosos centros de educación,
impartió catequesis, compiló ediciones de libros para niños y jóvenes,
fue artífice de revistas, dictó conferencias, y fundó en 1925 la Cruzada
Eucarística juvenil. De este sacramento extrajo su fortaleza y caridad.


Fue un remanso de paz para todos al margen de orientaciones ideológicas, políticas y religiosas. “Mi opinión política es el amor de Dios y de mi país”, respondió a un diplomático en una ocasión.


Murió en Roma siendo superiora general el 29 de mayo de 1939. Su
cuerpo se conserva incorrupto. Juan Pablo II la beatificó el 20 de junio
de 1983, y la canonizó el 18 de mayo de 2003.


Artículo publicado originalmente por evangeliodeldia.org

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