Santo del día

San Ireneo
Un gran Padre de la Iglesia que explicó la estrecha relación entre Dios y el mundo creado

San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo,
obispo de aquella ciudad, quien a su vez fue discípulo del apóstol san
Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después
ocupó la sede episcopal de dicha ciudad.


Las obras literarias de san Ireneo le han valido la dignidad de
figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus
escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología
cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los
gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de
contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos
herejes.


Según se cuenta, podría haber recibido la palma del martirio alrededor del año 200, aunque no se tiene certeza de ello.


Infancia y Estudios


Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor del año
125, en alguna de aquellas provincias marítimas del Asia Menor, donde
todavía se conservaba con cariño el recuerdo de los apóstoles entre los
numerosos cristianos.


Sin duda que recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que
sumaba a sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una
completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los griegos.


Tuvo además, el inestimable privilegio de sentarse entre algunos de
los hombres que habían conocido a los apóstoles y a sus primeros
discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba san
Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo.


Por cierto, que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el
santo obispo de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un
amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de san
Policarpio, las inflexiones de su voz y cada una de las palabras que
pronunciaba para relatar sus entrevistas con san Juan, el Evangelista, y
otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que habían
aprendido de ellos.


San Gregorio de Tours afirma que fue san Policarpio quien envió a
Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para sostener
esa afirmación.


Sacerdocio


Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales entre
los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en el siglo II de nuestra
era, los traficantes levantinos transportaban regularmente las
mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon que, en
consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa occidental y
en la villa más populosa de las Galias.


Junto con los mercaderes asiáticos, muchos de los cuales se
establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros que portaron
la palabra del Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa
Iglesia local.


A aquella Iglesia llegó San Ireneo para servirla como sacerdote, bajo
la jurisdicción de su primer obispo, san Potino, que también era
oriental, y ahí se quedó hasta su muerte.


La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en religión, se
puso en evidencia el año de 177, cuando se le despachó a Roma con una
delicadísima misión. Fue después del estallido de la terrible
persecución de Marco Aurelio, al tratar a san Potino, el 2 de junio,
cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon, se hallaban
prisioneros.


Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su interés por
los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y la
admiración que despertaba entre la cristiandad su situación de
confesores en inminente peligro de muerte, enviaron al papa san
Eleuterio, por conducto de Ireneo, “la más piadosa y ortodoxa de las
cartas”, con una apelación al pontífice, en nombre de la unidad y de la
paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos
montanistas de Frigia.

Asimismo, recomendaban al portador de la misiva como a un sacerdote
“animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo” y un
amante de la paz, como lo indicaba su nombre.


Obispado


El cumplimiento de aquel encargo que lo ausentaba de Lyon explica por
qué Ireneo no fue llamado a compartir el martirio de san Potino y sus
compañeros. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto
como regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado vacante
san Potino.


Ya por entonces había terminado la persecución y los veinte o más
años de su episcopado fueron de relativa paz. Las informaciones sobre
sus actividades son escasas, pero es evidente que, además de sus deberes
puramente pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su
comarca y las adyacentes.


Al parecer, fue él quien envió a los santos Félix, Fortunato y
Aquileo como misioneros a Valence, y a los santos Ferrucio y Ferreolo, a
Besancon, Para indicar hasta qué punto se había identificado con su
rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta en vez del
griego, que era su lengua madre.


Lucha contra el gnosticismo


La propagación del gnosticismo en las Galias inspiró en el obispo
Ireneo el anhelo de defender el cristianismo de sus falsas
interpretaciones. Estudió sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea
muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos parecía sentirse
inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina.


Afortunadamente, san Ireneo era un investigador minucioso e
infatigable en todos los campos del saber, como nos dice Tertuliano y,
por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos.


Una vez empapado en las ideas gnósticas, escribió un tratado en cinco
libros, en cuya primera parte expuso completamente las doctrinas
internas de las diversas sectas para contradecirlas después con las
enseñanzas de los apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.


Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió. Cuando
trata sobre la creencia gnóstica de que el mundo visible fue creado,
conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien sin
participación seguirá eternamente desligado del mundo, superior,
indiferente, Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su
conclusión lógica y, por medio de una eficaz reductio ad absurdum, procede a demostrar su falsedad.


Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la estrecha
relación entre Dios y el mundo que El creó los siguientes términos: “El
Padre está por encima de todo y Él es la cabeza de Cristo; pero a
través del Verbo se hicieron todas las cosas y Él mismo es el jefe de la
Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es Él esa
agua viva que el Señor da a los que creen en Él y le aman porque saben
que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las
cosas y en todas las cosas
“.


Ireneo escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de vez en
cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse, por
ejemplo, a la actitud de los recién “iniciados” dice: “Tan pronto
como un hombre se deja atrapar en sus “caminos de salvación”, se da
tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo que ya no se
imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las
regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea
ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel”
.


Ireneo estaba firmemente convencido de que gran parte del atractivo
del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de
envolverse y de hecho, había tomado la determinación de “desenmascarar a
la zorra”, como él mismo lo dice.

Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero
traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente y no
tardaron en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo
segundo. Por lo menos, de entonces en adelante dejaron de constituir una
seria amenaza para la Iglesia y la fe católica.


Reconciliador ante el pontífice


El hecho de que luchara contra las herejía no significa que fuese
intransijente. Al contrario. Trece o catorce años después de haber
viajado a Roma con la carta para el papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo
el mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el pontífice.


En vista de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la Pascua
de acuerdo con la costumbre occidental, el papa Víctor III los había
excomulgado y, en consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo
intervino en su favor.


En una carta bellamente escrita que dirigió al papa, le suplicaba que
levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no eran realmente
culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional y que, una
diferencia de opinión sobre el mismo punto, no había impedido que el
papa Aniceto y san Policarpo permaneciesen en amable comunión.


El resultado de su embajada fue el restablecimiento de las buenas
relaciones entre las dos partes y de una paz que no se quebrantó.
Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron
voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa
Sede.


Su muerte y veneración


Se desconoce la fecha de la muerte de san Ireneo aunque, por regla
general, se estima en el año 202. De acuerdo con una tradición
posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable ni hay
evidencia alguna sobre el particular.


Los restos mortales de san Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours,
fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que entonces se
llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante, llevó el nombre de san
Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los calvinistas en 1562
y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus
reliquias.


Es digno de observarse que, si bien la fiesta de san Ireneo se
celebra desde tiempos muy antiguos en el oriente (el 23 de agosto), sólo
a partir de 1922 se ha observado en la Iglesia de occidente.


Su escritos

No ha llegado hasta nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la
época sobre san Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en
torno al importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas
tradiciones y como maestro de las creencias ortodoxas.


Su tratado contra los gnósticos ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina.


En 1904 se descubrió la existencia de otro escrito suyo: la
exposición de la predicación apostólica, traducida al armenio. La obra
era hasta entonces conocida como Prueba de la predicación apostólica.
Se trata, sobre todo de una comparación de las profecías del Antiguo
Testamento y de ese escrito; no se obtienen informaciones nuevas en
relación con el espíritu y los pensamientos del autor.


A pesar de que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos
trabajos mencionados para suministrar todos los elementos de un sistema
completo de teología cristiana.


San Ireneo, fundamentándose en san Pablo y en su conocimiento de las
enseñazas apóstolicas, enseñaba el paralelismo Adán-Jesucristo;
Eva-María


Bibliografía: “Vidas de los Santos” de Butler, ed. española
Artículo originalmente publicado por corazones.org

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