Santo del día

Santa Blandina
Una humilde esclava cuya valentía agotó hasta a sus verdugos

En el año 177 d. C. 48 cristianos sufrieron martirio en Lyon, a causa
de la persecución de Marco Aurelio. En el transcurso de la segunda
mitad del siglo II se habían establecido en Lyon comunidades cristianas
que llegaron a esa parte de la Galia desde el Oriente. En una
carta de 177 dirigida a las comunidades de Frigia y Asia, los cristianos
de Lyon cuentan las sucesivas persecuciones que sufrían durante el
reinado de Marco Aurelio.
Esta carta ha sido conservada y
supone uno de los testimonios más antiguos y valiosos del comienzo del
cristianismo en estas tierras.


Tal documento atestigua hasta qué punto eran estrechas las relaciones
existentes entre las comunidades cristianas del valle del Ródano y la
iglesia de Asia, confirmadas por el origen oriental de algunos de sus
nombres: el obispo Potino, Vecio Epagato, Alejandro de Frigia, Atalo de
Pérgamo, Alcibíades, Pontico y Biblis. Otros nombres, en cambio, de
origen latino como Marturus y la esclava Blandina.


Blandina era un nombre latino, pero podía ser de origen esmirnota o frigio.
Blandina era esclava, lo cual significaba que no tenía existencia
social. Era una mujer entre los dos millones de seres que padecían la
alienación en su carne y en su honra: incluso los lazos de familia le
estaban prohibidos.
Para ella, como tantas otras, no existía ninguna esperanza de vivir como todo el mundo.


Blandina estaba al servicio de una dama acaudalada de Lyon, cuya
verdadera riqueza consistía en su delicadeza y su humanidad para con los
más humildes. Ésta era cristiana, y no podía encerrar la alegría de su
descubrimiento. Su gozo por haber encontrado la fe verdadera contagió a
Blandina y le confió la gran nueva que había cambiado su vida. Blandina
fue introducida en la comunidad de los cristianos de Lyon entre los que
estaban el noble Atalo, y Alejandro, el médico que había venido de
Frigia.


Se acercaban las festividades en las que, todos los años, en el mes
de agosto, se reunían en la confluencia de los dos ríos las tres Galias,
representadas por sus delegados. Desde todas las provincias acudía la
multitud. Un gran mercado, como feria universal, se celebraba en la
ciudad en fiestas. En ninguna otra ocasión tenía la autoridad más
preocupación por vigilar las reacciones de la plebe. Los cristianos
tenían prohibido aparecer en público. Pero una serie de calumnias acusó
injustamente a los cristianos de unos escándalos públicos. Los
cristianos fueron espiados en sus casas y buscados por la autoridad; los
esclavos paganos fueron sometidos a tortura para que denunciaran a sus
amos cristianos. Bajo la presión de los soldados, atestiguaron
falsamente los crímenes que se le imputaban a sus amos: matanzas de
niños y actos de perversión. La autoridad, cómplice, fingió ignorar el
rescripto de Trajano.


Aunque de cuerpo frágil, resultó ser un prodigio de energía y de valor. Condenada a tormentos, su fortaleza interior acabó por cansar y agotar a los verdugos. Se
relevaban durante todo el día y, al llegar la noche, ya sin fuerzas, se
extrañaban de ver que un cuerpo tan machacado respiraba todavía.


La presencia de los hermanos y su delicadeza sostenían a la mártir,
así como una fe recia en la misericordia de Cristo. Blandina fue
suspendida de un poste sobre un estrado, expuesta desnuda a las miradas
de los espectadores, más rapaces que las fieras, para ser pasto de las
bestias.


La comunidad de cristianos se conmovió profundamente de su
testimonio. Una mirada hacia ella los llenaba de orgullo y de valor.
Menuda, endeble, despreciada, no sólo era el símbolo del valor, sino
como una presencia de Cristo en medio de ellos. 

Ninguna bestia tocó a Blandina, como si las bestias fueran capaces de tener más humanidad que los hombres.


Las fiestas duraron varios días. A los juegos de gladiadores y a la
caza del hombre, acosado por tener fe, sucedían los concursos de
elocuencia en lengua griega y latina. Todas las clases disfrutaban con
esto, tanto los más refinados como los campesinos y los plebeyos. Los
combates de gladiadores fueron sustituidos por los suplicios de los
cristianos, echados a la arena de dos en dos como los gladiadores,
espectáculo barato que se arrojaba al populacho.


Blandina y Pontico fueron reservados para el último día. Ellos habían
sido testigos presenciales de todas las pruebas por las que habían
pasado sus hermanos y hermanas en el martirio, pero nada pudo hacer
tambalear su fe. La masa, presa de una histeria colectiva irritada por
la entereza de los dos cristianos, no prestó oídos ni al pudor ni a la
piedad.


El adolescente Pontico entregó el alma en la tortura, y Blandina
quedó la última ese día de fiesta. Ella misma se puso en manos del
verdugo: primero la flagelación desgarró sus espaldas. La expusieron a
las fieras y éstas se limitaron a mordisquearla, después pasó por la
silla de fuego. Por último la metieron en una red para que un toro
enfurecido la embistiera. Como insensible, Blandina proseguía la
conversación con Aquel que su corazón había escogido y la esperaba.
Aburridos los verdugos, acabaron por degollarla.

 Los paganos, quizás
avergonzados por su barbarie, reconocían:

“Realmente, nunca hemos visto en nuestra tierra sufrir tanto a una mujer.”


La sierva Blandina mostró que se había realizado una revolución. La
verdadera emancipación del esclavo, la emancipación por el heroísmo, fue
en gran parte obra suya. Su valor y su martirio realzan al mismo tiempo
la condición de la mujer y la de la esclava. Son un testimonio de la
nobleza del corazón.


El martirio de Santa Blandina y de los otros cristianos de Lyon fue
conocido pronto por la Iglesia universal, gracias a la narración de
Eusebio, muy leída en Oriente y en Occidente a través de la traducción
de Rufino. El Martirologio de San Jerónimo indica el 2 de junio la
fiesta de los 48 mártires y enumera sus nombres.


Lejos de sofocar la religión nueva, la persecución del año 177 no
hizo más que propagarla por todo el terreno galo, incluso más allá.


Artículo publicado originalmente por Primeros Cristianos 

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