Santo del día

Beata Mercedes de Jesús Molina y Ayala
Conocida como “La rosa del Guayas”, canceló su compromiso matrimonial para seguir una irresistible llamada a la vida religiosa

Nació el 24 de septiembre de 1828 en Baba, Guayaquil; Los Rios en la
actualidad. Sus padres eran hacendados, dueños de grandes plantaciones
de cacao.


Fue la benjamina de tres hermanos, y aprendió lo que precisaba para
poder desenvolverse de forma airosa en la sociedad y en el hogar.


En 1830 murió su padre y en 1841 su madre. En 1844 se trasladó a
Guayaquil y convivió durante cinco años con una amiga de la familia. En
1849 su hermana María se afincó en la ciudad, y se fue a vivir con ella.


No se parecían en nada. María tenía criterios mundanos que la
beata terminaría por no compartir, aunque durante un corto periodo de
tiempo, en cierto modo se dejó llevar de sus costumbres.


Aquella era singularmente rumbosa y agasajaba a sus muchos amigos, y a Mercedes le atraían lujo y comodidades.


Huérfana, adinerada y de buen parecer, fue cortejada por un
insistente caballero que logró arrancarle su consentimiento. Pero no
estaba convencida. 


Dos caminos opuestos rondaban su mente, aunque el matrimonio no
lograba imponerse al ardoroso afán de entrega a Dios que brotaba de su
interior.


Mientras determinaba qué hacer, en la espléndida hacienda de su
hermana practicando equitación tuvo una caída y se fracturó el brazo.


En la convalecencia leyó la biografía de Mariana de Jesús.
Y reparando de otro modo en la presencia del crucifijo que heredó de
sus padres, y que tenía junto a la cama, quedó profundamente conmovida.


Una noche sintió que era invitada a ofrecerse a sí misma a Dios, y canceló el compromiso. Tomó el hábito mercedario introduciendo en su vida la oración, la mortificación, el ayuno y obras de caridad. Era el inicio de un irreversible itinerario espiritual.


En 1850 conoció a los jesuitas que acababan de instalarse en la ciudad. El Padre Luis Segura fue su confesor.


A partir de entonces intensificó notablemente sus penitencias. Gran
parte del día estaba dedicado a la oración, y las escasas horas
restantes las destinaba a asistir a misa, rezar el rosario y trabajar en
algunas manualidades.


Imitando a Mariana de Jesús adoptó para sí disciplinas extremas, sin temor a castigar su cuerpo.


Su confesor el Padre Carbó se percató del estrago físico que
acarreaban para ella, y decidió autorizarlas con carácter puntual. Más
adelante, otro confesor le permitió seguir realizándolas, y su salud
empeoró.


El año 1862 marcó el inicio de experiencias místicas: éxtasis diversos con frecuente pérdida de los sentidos que, en ocasiones, se producían a la vista de los demás.


Por esta época a través de un rosal en flor entendió que Dios le anunciaba la fundación de un colegio religioso.


Amaba tanto a Jesús que quiso llevarlo junto a su nombre, y como Mercedes de Jesús sería conocida para siempre.


Vivía cerca de la catedral y recorría la distancia entre su casa y el templo yendo de rodillas. Lo hacía tratando de ser discreta, eligiendo las claras del día.


Sin embargo este gesto no pasó desapercibido para el vecindario, y suscitó numerosos comentarios que la dejaron malparada.


Entre otros calificativos fue tildada de beata, apreciación que en
1863 se extendió por Guayaquil. Ese año conoció al Padre Millán, que
tenía fama de santo; fue su confesor y le puso en contacto con Narcisa
de Jesús Martillo Morán, canonizada por Benedicto XVI en 2008.


Ambas llevaron caminos parejos en su amor a la cruz, mortificaciones y penitencias. El
domicilio de Mercedes, conocido por la gente como “casa de las beatas”,
estaba en boca de todos, aunque las habladurías pasaron por su lado sin
perturbarla.


Cuando enfermó el Padre Millán, eligió como confesor al Padre Bovo.
Le dio gran parte de su herencia para la construcción de la iglesia de
San José, y el resto lo repartió entre los necesitados. Profesó y eligió
un hábito negro que vistió hasta el fin de sus días.

Dejó a su hermana María, que llevaba una vida poco recomendable, y se
trasladó a un orfanato impulsado por su tía ayudándola en su generosa
labor.


En 1870 acompañó al Padre Bovo a Gualaquiza. Y allí evangelizó a los indios aborígenes (jíbaros); hizo de enfermera y profesora.


Maduró la idea de poner en marcha una congregación dedicada a la
enseñanza de las niñas, pero hubo una epidemia de viruela y regresó a
Cuenca. En 1872 fundó el “Beaterio Mariana de Jesús”, un orfanato para niñas pobres.


Al año siguiente se trasladó a Riobamba decidida a emprender la
fundación de las Marianitas. Un jesuita se opuso frontalmente, pero
firme en lo que entendía era voluntad divina, en la primavera instituyó
la obra junto a tres amigas.


El obispo Ordóñez, que dio su visto bueno, se sentía cofundador, y
juzgó que no era apta para dirigir la orden, de modo que se la encomendó
a otra religiosa y a ella la relegó.


Con todo, fue maestra de novicias, asistenta, directora de huérfanas,
enfermera y portera, siempre con signos heroicos de su amor.


Envejecida prematuramente por disciplinas y sufrimientos, murió el 12
de junio de 1883. Juan Pablo II la beatificó el 1 de febrero de 1985.
Es conocida como “La rosa del Guayas”.


Artículo originalmente publicado por evangeliodeldia.org 

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