Uno de los motivos más comunes del arte cristiano es el llamado Tetramorfos: del griego “tetra”, cuatro; y “morphé”, forma, es una representación de un conjunto de cuatro elementos (esto es, literalmente, de cuatro formas). Es la manera más común de representar a los cuatro Evangelistas, cada uno de ellos acompañado o representado por una figura, tres de ellas animales y sólo una –la que acompaña a san Mateo- humana o, en las más de las ocasiones, angelical.
Desde luego, esta representación tiene más de una base bíblica: la primera de ellas corresponde a la visión de los llamados “cuatro vivientes” de Ezequiel, en la que el profeta describe cuatro seres cuyos rostros son, vistos de frente, de hombre; de león en el perfil derecho; de buey en el perfil izquierdo pero, al tiempo, “los cuatro tenían cara de águila” (Ezequiel 1, 8-11). La pregunta es, en todo caso ¿de dónde saca Ezequiel estas imágenes tan complejas?
Todos sabemos que la combinación de distintos seres y símbolos era bastante común en el antiguo Egipto, lo mismo que en la antigua Mesopotamia. Basta recordar a las esfinges egipcias, a los toros alados babilonios o a las harpías griegas. Ezequiel, en efecto, fue uno de los profetas judíos que vivieron el exilio en Babilonia alrededor del siglo VI antes de Cristo, de modo que su visión podría haber estado influenciada –señalan los biblistas- por el antiguo arte asirio, en el que estos motivos eran bastante comunes. Foto de By Marie-Lan Nguyen – Own work, Public Domain.
Todos sabemos que la combinación de distintos seres y símbolos era bastante común en el antiguo Egipto, lo mismo que en la antigua Mesopotamia. Basta recordar a las esfinges egipcias, a los toros alados babilonios o a las harpías griegas. Ezequiel, en efecto, fue uno de los profetas judíos que vivieron el exilio en Babilonia alrededor del siglo VI antes de Cristo, de modo que su visión podría haber estado influenciada –señalan los biblistas- por el antiguo arte asirio, en el que estos motivos eran bastante comunes. Foto de By Marie-Lan Nguyen – Own work, Public Domain.
Todos sabemos que la combinación de distintos seres y símbolos era bastante común en el antiguo Egipto, lo mismo que en la antigua Mesopotamia. Basta recordar a las esfinges egipcias, a los toros alados babilonios o a las harpías griegas.
Ezequiel, en efecto, fue uno de los profetas judíos que vivieron el exilio en Babilonia alrededor del siglo VI antes de Cristo, de modo que su visión podría haber sido influida –señalan los biblistas- por el antiguo arte asirio, en el que estos motivos eran bastante comunes.
Más aún, se sabe –gracias a la arqueología, la paleografía y demás ciencias pertinentes- que estos signos corresponden a los cuatro signos fijos del zodíaco babilónico: el buey representa a tauro; el león, obviamente, a leo; el águila a escorpio y el hombre o el ángel a la constelación de acuario. Los cristianos primitivos habrían adoptado estos símbolos, otorgándoselos a los cuatro evangelistas a partir del siglo V.
La otra base bíblica para esta representación está en el Apocalipsis de Juan, capítulo 4, versículo 7: “y la primera bestia era como un león, la segunda bestia como un becerro, la tercera bestia tenía rostro de hombre, y la cuarta bestia era como un águila”.
Ahora la pregunta es otra: ¿qué hace que a cada evangelista se le atribuya uno de estos símbolos y no otro? Hay razones de peso, asociadas a las particularidades de los textos de cada autor, sobre las cuales san Jerónimo escribió en detalle.
A Mateo se le asocia al hombre alado –o al ángel- porque su Evangelio se centra en la humanidad de Cristo, de acuerdo al comentario de san Jerónimo sobre el texto de Mateo. De hecho, es este evangelista quien incluye la narrativa a propósito de la genealogía de Jesús.
El león se asocia a Marco porque su Evangelio hace énfasis en la majestad de Cristo y su dignidad real, así como el león ha sido considerado tradicionalmente como el rey de las bestias.
El buey se asocia a san Lucas porque su evangelio se centra en el carácter sacrificial de la muerte de Cristo, y el buey ha sido siempre un animal sacrificial por excelencia.
A Juan, finalmente, se le asocia al águila por dos razones: la primera, porque su Evangelio describe la Encarnación del Logos divino, y el águila es un símbolo por excelencia de aquello que viene desde arriba. La segunda porque, como el águila, Juan –en su Revelación- fue capaz de ver más allá de lo inmediatamente presente.
Aleteia