¿Quieres hacer un pacto con Dios? Conoce sus condiciones

Dios te promete una tierra, un hogar en el que habitar donde sentirse seguro, muchos hijos y una intimidad con Él

Dios hace un pacto con el hombre. Hace un pacto conmigo para que aprenda a caminar en su presencia. Así lo hizo con Noé y sus hijos:

Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra.

La alianza de Dios con el hombre siempre me conmueve. ¿Por qué necesitará Dios mi ayuda? ¿Para qué tiene que abajarse a la altura de mis ojos para suplicar mi ayuda, mi sí, mi entrega?

No lo entiendo pero vuelve a suceder.

Dios desde el comienzo busca sellar una alianza con el hombre. Busca que el hombre sea fiel a Él dejando a un lado otros dioses. Y a cambio se compromete a acompañarlo en el camino y a cuidar sus pasos. Ni el sol le hará daño. Ni la lluvia pondrá en peligro su vida. Nada turbará su descanso.

La alianza con Dios

Me gusta mirar mi camino como una alianza con Dios. Yo pongo mi parte, Dios la suya. Yo le hago una promesa, Él me hace las suyas.

Esa forma de mirarme me conmueve. Necesita mis pasos, mi entrega, mi fidelidad heroica. Necesita que camine a su lado cada día por sus sendas:

«Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador».

Los senderos de Dios. ¿Son los míos? Es lo que deseo, que sus sendas sean las mías. Quiero caminar por sus caminos. ¿Coincidirán con los míos? ¿O lograré hacer que sus sendas sean mis caminos?

Miro hacia atrás y veo caminos errados y otros que me han traído la paz. Hacia atrás tengo claro que en todos mis caminos estuvo Dios. Incluso cuando me equivoqué o no hice caso a sus mandatos. Incluso en el camino del pecado que no me llevaba a ninguna parte.

También ahí mi camino perdido se convierte con los años en su camino. Y otros caminos que eran suyos, pasaron también a ser los míos.

Porque elegí lo que no amaba y opté por lo que no quería, sin saber que me convenía, como así me lo hizo ver el paso del tiempo.


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Él siempre es fiel

Ser aliado es lo que me da paz para enfrentar la vida. ¿Cómo me va a abandonar quien tanto me ama aunque ahora no entienda el dolor de lo que me sucede?

En ocasiones tocaré el dolor de la pérdida, o la ausencia. Y sentiré que Dios me abraza con fuerza, me sostiene, en ese camino que creía cierto, o tal vez equivocado.

Nunca tengo certezas absolutas, sí intuiciones que levantan mi ánimo y mi mirada. No es tristeza lo que empapa el alma, sino una paz serena traspasada por un dolor profundo.

Entonces siento que no me he perdido, que Dios siempre me encuentra, vaya por donde vaya. Comenta el padre José Kentenich:

«Cuando una persona vive una acentuada conciencia de alianza, conciencia de donación y aceptación recíprocas, hasta en el subconsciente, no le resulta difícil imitar la actitud y la acción de María en las Bodas de Caná, y repetir en todas las situaciones con gran serenidad y seguridad, con fe y confianza: – No tienen vino«.

Cuando me sé amado en mi verdad, en mi pequeñez, vuelvo el corazón a María y exclamo con sus palabras que me falta vino. Cada vez que experimento la debilidad y la pérdida. Y el dolor de una espada que atraviesa el alma.

María conoce mi sed y ha tocado mi hambre. Y no me va a dejar solo en el desierto de mi vida. Menos aún cuando me siento perdido, sin rumbo, sin camino.




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Promesas de paz

Cuando no sé por dónde ir o no entiendo los pasos dados y los que me faltan por dar, en esos momentos recuerdo la alianza sellada con Dios.

Él me prometió una tierra, un hogar en el que habitar donde me sentiría seguro. Es la promesa que le hizo a Abraham y cumplió con su pueblo. Es la misma que me hizo a mí. Me dijo que me daría un hogar en el que echar mis raíces.

Pienso en ese hogar en mi vida donde me siento siempre en casa y encuentro la paz.

Me prometió una descendencia inmensa como las arenas de la playa, como las estrellas del cielo.

Lo hizo a través de Sara que era estéril y le concedió a Isaac. Y fue fiel a esa promesa. Lo ha hecho conmigo en mi vida, en esos hijos que he visto, que forman parte de mi historia.

Y le prometió una intimidad con Él. Un solo Dios, una sola alianza, un solo amor. Y pienso en esa intimidad con Dios. Me la ha prometido a mí desde mi cuna. No iba a estar solo nunca.

Y me regaló un lugar en el que descansar mi rostro en el costado de Jesús. Como un niño en las manos de su padre. Y así pude ver que esa intimidad era algo sagrado. ¿Cómo voy a dudar de esa alianza sellada con Dios, con María?

Hoy miro al cielo, veo las estrellas y confío. Así se cumple su promesa y se hace más firme mi paso.

No busco explicaciones ni encontrarles un sentido a todas mis decisiones. No espero que todo cuadre y funcione a la medida de lo que yo he soñado.

Su promesa trasciende todos mis pasos. Es más grande que mi capacidad para entender la vida. No me va a dejar nunca porque me ama y me ha elegido. Y esa elección le da paz a la vida que hoy llevo.

Aleteia / Carlos Padilla