Santuario de Fátima

Por qué tienes que creer en lo imposible este 2021

¿Y si dejas de ser tan realista y das alas a tus sueños? Todo puede ser posible si creemos en lo imposible, en el poder de Dios

Santuario de Fátima

Paso la última página de mi año y abro una página en blanco, todo por escribir.

Hay años que son indiferentes, con regalos y dolores. Otros años tibios, en los que no recuerdo nada relevante. Hay otros años alegres porque trajeron bendiciones a mi hogar, a mi alma. Hay años grandiosos y otros años, que como el que acaba de concluir, vienen marcados por el dolor.

Cierro esa última página y pienso que por arte de magia todo lo que va a suceder en las siguientes horas va a mejorarlo todo. Pero no es tan sencillo.

En la vida, cuando no me resulta algo, creo que con cambiarlo todo se soluciona. Un ordenador, un coche, un móvil. Cambio de médico cuando no sana mi enfermedad, de cónyuge cuando no me alegra la vida como lo hizo al principio, de hijo incluso alejándolo de mí cuando no responde a mis expectativas.

Vivo una cultura en la que todo tiene un recambio. Y lo que no funciona bien, mejor condenarlo a morir. Como diría Sor Verónica, fundadora de Iesu Comunio:

«Vivimos en una cultura que odia la muerte sin amar la vida».

Contradicciones

Una cultura a la que no le tiembla la mano para decretar la muerte de los inocentes que no llegan a nacer. Ni ve tan mal que mueran los que lo desean, aun sin estar en plena posesión de sus facultades para decidir.

Esa misma cultura sí tiembla cuando la promesa de inmortalidad en esta carne se ve amenazada por una enfermedad desconocida. Cuando una pandemia pone en peligro esa proyección de un futuro que quiere ser eterno en esta tierra.

Parece que yo mismo me uno a esa cultura del descarte y me detengo al final de este año que ha salido mal, como fallado, y quiero cambiarlo por otro.

Igual que cambio el amor por otro cuando no funciona. O cambio la ropa ya vieja, o mis bienes cuando no van bien.

Y por eso me levanto con el deseo de un año mejor, diferente, sanador. Cierro el almanaque del año que acaba con el alma feliz. Y abro el año nuevo deseando que todo mejore.

No todo fue malo en 2020

No puede salir todo tan mal. ¿Será todo tan rápido? No es todo malo lo vivido, porque un año como el pasado me ha dejado muchas enseñanzas.

Me he fortalecido en mi debilidad. Me he vuelto más humano en mi forma de mirar, más solidario, más empático. He dejado de ser tan individualista porque como dice el papa Francisco:

«Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante».

He aprendido a confiar en otros. No me he dejado llevar por el pánico. No he caído en la desesperanza cuando a mi alrededor mis planes no resultaban.

En medio de mi dolor por la pérdida, por la enfermedad, por la ausencia, me he hecho más de Dios, más niño, más confiado.

No ha sido un año ausente y vacío. Más bien su dolor me ha hecho comprender el verdadero sentido de la vida y el valor de las cosas pequeñas, esas que a menudo no valoro, y no cuido.


COVID

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Construir sobre lo pasado

No quiero descartar este año así como así, sin darle su valor, su peso, su importancia. No olvidaré ninguno de los meses del año que ahora muere. ¡Cómo hacerlo! Se han grabado a fuego dentro de mi alma.

Soy hijo de mi pasado y así voy construyendo mi presente. Es esa la mirada con la que ahora comienzo. Y hago mías las palabras de esa revolución del 68 en Francia:

«Seamos realistas, pidamos lo imposible».

De pequeño aprendí a prueba de golpes que no podía exigirle a la vida lo que no podía darme y me volví realista. Sólo hacía lo que podía hacer bien y sólo iba allí donde estaba seguro. Me movía en mis entornos sagrados y protegidos. Corrí el riesgo de ser poco niño y más bien un adulto triste.

Para Dios no hay nada imposible

Este año me ha hecho cambiar la mirada. Dejo de ser tan realista y me vuelvo soñador. Pido a este año y a la vida lo imposible. Pero en todos los sentidos que eso tiene.

Quiero exigirle más a mi vida, a mi alma. Más a mi forma de amar y de darme. Más a mi fe en Dios, en ese Dios que camina a mi lado. ¿Acaso no tengo claro que para Dios no hay nada imposible?

Pero yo sigo pensando que así: lo que no es razonable, no es posible; no puedo esperar de la vida lo que no puede darme; las cosas siempre van a ser así y no hay solución cuando no soy tan capaz de vivir la vida…

Me niego al conformismo. Miro al cielo esta mañana de este nuevo año. No creo que hayan cambiado las cosas de golpe, pero quizás yo sí he cambiado. Eso basta para empezar de cero.


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Claro que sí, todo puede ser posible si creo en lo imposible, si creo en el poder de Dios que sostiene mi vida y me vuelvo niño. Si creo en el poder de los sueños que me hacen esperar mucho más de todo lo que vivo.

Dejo el miedo a la puerta de mi alma. Y camino seguro por caminos empinados, poco importa. Aprendo a valorar la vida como es sin querer que sea distinta.

Simplemente cambio yo mi forma de vivir, para que todo cambie. Creo en la vida, no en la muerte. Y deseo vivir con todos los sentidos, con toda mi alma. Creo en lo imposible.




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Aleteia / Carlos Padilla