«Oremos para que este silencio, nuevo en nuestros hábitos, nos enseñe a escuchar», propone el Papa

Este martes 21 de abril el Papa Francisco ha empezado su habitual
misa matutina en la Residencia Santa Marta pidiendo orar para que el
silencio que muchos están descubriendo a causa del confinamiento
sanitario ayude a crecer en la capacidad de escucha.


“En este tiempo hay tanto silencio… incluso se puede oír el
silencio. Que este silencio, que es un poco nuevo en nuestros hábitos,
nos enseñe a escuchar, nos haga crecer en nuestra capacidad de escucha
. Oremos por esto”, pidió el Pontífice al inicio de la celebración.


En su homilía, el Papa comentó la primera lectura (Hechos 4, 32-37) que describe la vida de los miembros de la primera comunidad cristiana, cuando tenían un “solo corazón y una sola alma”, poniendo “todo en común” y “nadie estaba necesitado”.


Según explicó Francisco, esa primera comunidad cristiana es un modelo, un ideal, un signo de lo que el Espíritu Santo puede hacer cuando los cristianos son dóciles a su enseñanza.



El Papa después comentó 3 causas de división en una comunidad:


el dinero, que hace discriminar a los pobres; “muchas veces, detrás de las desviaciones doctrinales, hay dinero”, afirmó
la vanidad, “sentirse mejor que los demás y ser visto, como los pavos reales”
las habladurías, “que el diablo pone en nosotros”, la necesidad de hablar mal de los demás


Homilía del Papa Francisco del 24 de abril en Santa Marta (transcripción de VaticanNews)


Nacer de lo alto es nacer con la fuerza del Espíritu Santo. Nosotros
no podemos tomar el Espíritu Santo para nosotros, sólo podemos dejar que
nos transforme. Y nuestra docilidad abre la puerta al Espíritu Santo: es Él quien hace el cambio, la transformación, este renacer de lo alto.
Es la promesa de Jesús de enviar el Espíritu Santo. El Espíritu Santo
es capaz de hacer maravillas, cosas que ni siquiera podemos pensar.



Un ejemplo es esta primera comunidad cristiana, que no es una fantasía,
esto es lo que nos dicen aquí: es un modelo, donde se puede llegar
cuando hay docilidad y dejar que el Espíritu Santo entre y nos
transforme. Una comunidad, digamos, “ideal”. Es cierto que
inmediatamente después de esto comenzarán los problemas, pero el Señor
nos muestra hasta dónde podemos llegar si estamos abiertos al Espíritu
Santo, si somos dóciles.



En esta comunidad hay armonía. El Espíritu Santo es el maestro de la armonía,
es capaz de hacerlo y lo ha hecho aquí. Debe hacerlo en nuestros
corazones, debe cambiar muchas cosas de nosotros, pero debe hacer
armonía: porque Él mismo es la armonía. También la armonía entre el
Padre y el Hijo: es el amor de la armonía, Él. Y Él, con armonía, crea
estas cosas como esta comunidad armoniosa. Pero entonces, la historia
nos dice – el mismo Libro de los Hechos de los Apóstoles – de tantos
problemas en la comunidad. Este es un modelo: el Señor ha permitido que este modelo de una comunidad casi “celestial” nos muestre a dónde debemos llegar.



Pero entonces comenzaron las divisiones en la comunidad. El Apóstol
Santiago dice en el segundo capítulo de su Carta: “Que vuestra fe sea
inmune al favoritismo personal” – ¡porque lo hubo! “No discriminar”: los
apóstoles deben salir y amonestar. Y Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 11, se queja: “He oído que hay divisiones entre ustedes”: empiezan las divisiones internas en las comunidades. Este “ideal” debe ser alcanzado, pero no es fácil: hay muchas cosas que dividen a una comunidad,
ya sea una parroquia cristiana o una comunidad diocesana o presbiteral o
de religiosos o religiosas… muchas cosas entran para dividir a la
comunidad.


Viendo las cosas que han dividido a las primeras comunidades cristianas, yo encuentro tres: primero, el dinero.
Cuando el apóstol Santiago dice esto, que no tiene ningún favoritismo
personal, da un ejemplo porque “si en su iglesia, en su asamblea, entra
un hombre con un anillo de oro, lo ponen inmediatamente adelante, y el
pobre queda al margen”. El dinero. El mismo Pablo dice lo mismo: “Los ricos traen comida y comen, ellos, y los pobres, de pie”,
los dejamos allí como para decirles: “Arréglate como puedas”. El dinero
divide, el amor al dinero divide la comunidad, divide la Iglesia.



Muchas veces, en la historia de la Iglesia, donde hay desviaciones
doctrinales – no siempre, sin embargo, muchas veces – hay dinero detrás:
dinero del poder, tanto el poder político como el dinero en efectivo,
pero es dinero. El dinero divide a la comunidad. Por esta razón, la
pobreza es la madre de la comunidad, la pobreza es el muro que protege a
la comunidad. El dinero divide, el interés propio. Incluso en las
familias: ¿cuántas familias terminaron divididas por una herencia? ¿Cuántas familias? Y ya no se hablaban... Cuántas familias… Una herencia… Se dividen: el dinero divide.



Otra cosa que divide a una comunidad es la vanidad, ese deseo de
sentirse mejor que los demás. “Gracias, Señor, porque no soy como los
demás”, la oración del fariseo. Vanidad, sentirme que… Y también
vanidad en mostrarse, vanidad en los hábitos, en el vestir: cuántas
veces – no siempre pero sí cuántas veces – la celebración de un sacramento es un ejemplo de vanidad, quién va con la mejor ropa,
quién hace eso y lo otro… Vanidad… la mayor fiesta… La vanidad
entra ahí también. Y la vanidad divide. Porque la vanidad te lleva a ser
un pavo real y donde hay un pavo real, hay división, siempre.



Una tercera cosa que divide a una comunidad son las habladurías: no
es la primera vez que lo digo, pero es la realidad. Y es la realidad.
Esa cosa que el diablo pone en nosotros, como una necesidad de hablar de
los demás. “Qué buena persona es esa…” – “Sí, sí, pero, pero…”:
inmediatamente el “pero”: es una piedra para descalificar al otro e inmediatamente algo que oigo decir y así disminuyo un poco al otro.



Pero el Espíritu siempre viene con su fuerza para salvarnos de esta
mundanidad del dinero, la vanidad y la habladuría, porque el Espíritu no
es el mundo: está contra el mundo. Es capaz de hacer estos milagros,
estas grandes cosas.



Pidamos al Señor esta docilidad al Espíritu para que nos transforme y
transforme nuestras comunidades, nuestras comunidades parroquiales,
diocesanas, religiosas: las transforme, para que podamos avanzar siempre
en la armonía que Jesús quiere para la comunidad cristiana.

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