Ofensiva para legitimar el poliamor: hay que defender el matrimonio con argumentos sustanciales

Son inútiles las razones «de conveniencia», afirma el politólogo Scott Yenor

Hace ya mucho tiempo que el matrimonio pasó a considerarse en términos de “auto-realización” o “auto-expresión”, más que en términos de su finalidad intrínseca: la procreación y educación de los hijos y el sostén mutuo de los esposos. La cultura ambiente prescinde de ambos aspectos en aras de la satisfacción de los adultos y en detrimento del bien de los niños y del amor profundo, real, fiel y duradero entre hombre y mujer. El divorcio, la consideración como matrimonio de las uniones del mismo sexo o las formas de reproducción artificial son hitos de ese camino.

Y ahora llega el poliamor, que ha pasado de ser considerado una excentricidad a buscar un hueco en la legislación. Scott Yenor, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Boise (Idaho), explica la forma de enfrentarse a esta nueva amenaza a la familia en un reciente artículo en Public Discourse (los ladillos son de ReL).

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Aumenta la poligamia (o algo parecido a ella)

El apoyo público a la poligamia aumenta inexorablemente. Según Gallup, casi una cuarta parte de los estadounidenses piensa ahora que es moralmente aceptable que una persona casada tenga más de un cónyuge al mismo tiempo, frente al 5% en 2006.

Estos cambios siguen la estela de otros que van mermando el apoyo público al matrimonio duradero y procreador entre un hombre y una mujer.

La aprobación moral de las relaciones sexuales fuera del matrimonio, del matrimonio entre personas del mismo sexo, de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, del divorcio, de tener hijos fuera del matrimonio y de las parejas de hecho ha aumentado considerablemente en los últimos años.

Uno de los únicos diques que aún no se ha roto es la importancia de la fidelidad, que casi nueve de cada diez encuestados afirman apoyar.

La diferencia entre la poligamia y el poliamor

En cierto sentido, es sorprendente que la desaprobación pública de la poligamia haya perdurado tanto tiempo. La poligamia tiene un recorrido histórico mucho más profundo y mejor que el matrimonio entre personas del mismo sexo, y con razón. Han existido grandes civilizaciones polígamas.

Las relaciones polígamas hacen hincapié en los deberes que vinculan el sexo, la procreación, el matrimonio y la paternidad con una relación duradera.

Abundan los mandatos bíblicos contra la sodomía y el lesbianismo; el Nuevo Testamento no tiene ningún mandato explícito contra la poligamia para los laicos, y el Antiguo Testamento legitima no poco la poligamia. Los matrimonios polígamos tienen sus problemas, sin duda, pero en cierto modo son problemas secundarios.

El matrimonio entre personas del mismo sexo es, en todos los sentidos, una afrenta a la civilización mayor que la poligamia. El matrimonio entre personas del mismo sexo supone una nueva concepción de la institución que la aleja de las obligaciones y de los niños y la acerca a una forma adulta de expresarse a sí mismo. La mayoría de las civilizaciones, de un modo u otro, han estigmatizado y proscrito el sexo entre personas del mismo sexo que está en el corazón del matrimonio homosexual, el cual bendice el sexo entre personas del mismo sexo.

La mayoría de las civilizaciones orientan la sexualidad humana hacia el matrimonio duradero y procreador entre un hombre y una mujer.

El matrimonio entre personas del mismo sexo necesita alternativas para procrear, como la maternidad subrogada, la adopción o la inseminación artificial. No es de extrañar que ninguna civilización haya adoptado, y mucho menos celebrado, el matrimonio entre personas del mismo sexo, al contrario de lo que hace nuestro imperio global.

Centrados en lo subjetivo y en la autorrealización

Los revolucionarios, en cambio, buscaron primero la aprobación pública del matrimonio entre personas del mismo sexo. Esto es revelador. Los revolucionarios sembraron “relaciones puras” (como las llama el sociólogo británico Anthony Giddens) centradas en el sexo, autoexpresivas y libres de obligaciones en el seno de nuestros antiguos acuerdos matrimoniales y dejaron que esa semilla creciera.

La transformación del sexo se convirtió en el medio para transformar los fines del matrimonio en la ley y la opinión. Cuando llegaron a la poligamia, los revolucionarios ya abogaban por el poliamor. (La poligamia es cuando un hombre o una mujer tiene más de un cónyuge, siendo la poliginia, en la que un hombre tiene varias esposas, el tipo más común de poligamia; el poliamor es un grupo de personas involucradas sexualmente, con o sin matrimonio.)

El cambio crucial de la poligamia al poliamor revela que ahora lo que importa es el amor, no la forma. A finales del siglo XIX, el Tribunal Supremo de Estados Unidos permitió que se mantuvieran las leyes contra la poligamia. Los mormones alegaban que la poligamia era una expresión de su libertad de práctica religiosa protegida por la Primera Enmienda. El Tribunal Supremo mantuvo las restricciones a la poligamia porque era una forma patriarcal de matrimonio que violaba los principios de igualdad en el corazón de la ciudadanía republicana. Condenar la poligamia formaba parte de la defensa de la monogamia.

Los revolucionarios han socavado cualquier justificación para limitar el número de cónyuges en un matrimonio. Lo que tienen en mente es el poliamor, en el que supuestos cónyuges de cualquier número entran en acuerdos de vida en grupo y relaciones amorosas. Las justificaciones legales no se basan en la libertad de la práctica religiosa, como argumentaban los mormones, sino en la inviolabilidad de las relaciones libremente elegidas, un principio derivado de Obergefell [la sentencia de 2015 que aceptó considerar matrimonio las uniones del mismo sexo].

Como dictaminó recientemente un juez de Nueva York, “ha llegado el momento” de tomar en consideración la bendición de “otros constructos relacionales” además del típico dúo matrimonial. “¿Por qué la relación tiene que caracterizarse por la ‘exclusividad’?”, se preguntaba el juez. Solo los que a propósito no quisieron ver no lo vieron venir.

Preparando el terreno legal

Los estados se han movido, con cautela pero inexorablemente, en la dirección de reconocer las relaciones poliamorosas como equivalentes al matrimonio. En febrero de 2002, Utah cambió la bigamia de delito grave a delito menor. Una ciudad de Massachusetts aprobó una ordenanza que amplía los derechos de la pareja de hecho a tres o más personas que “se consideran una familia”. Los niños pueden tener más de dos padres en muchos estados, y las opiniones judiciales se basan casi universalmente en ese principio.

La legislación y la opinión de las élites promueven los acuerdos poliamorosos de forma generalizada (véase la Uniform Law Commission, por ejemplo). El apoyo público a las relaciones poliamorosas está hoy donde estaba el apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo a principios de la década de 1990.

Es tentador ver esta revolución como la aplicación de la lógica del liberalismo contemporáneo, que exige la neutralidad del Estado en el reconocimiento de tales acuerdos. Ciertamente, en nombre de la neutralidad el juez de Nueva York, la Uniform Law Commission y la propaganda de nuestro régimen desmantelan paso a paso el régimen matrimonial monógamo.

No recurrir a argumentos-trampa

Quienes se oponen a ampliar los derechos al poliamor se verán tentados a intentar preservar el matrimonio de dos personas y al mismo tiempo respetar el marco legal de neutralidad. Se verán obligados a identificar un “interés estatal relevante” que se beneficie de la preservación del matrimonio de dos personas, y a demostrar que la limitación del matrimonio a dos personas está “perfectamente adaptada” para lograr ese interés.

Es una trampa -que yo llamo en otro lugar el rodillo liberal- para los que se oponen al poliamor.

Tendrán la tentación de argumentar que la poligamia o el poliamor son antiliberales y abusivos; que están relacionados con delitos como el incesto, el abuso conyugal y el tráfico de seres humanos; o que sus relaciones tienden a ser aisladas y abusivas. No importa. A cada argumento, los liberales contemporáneos responden que no es necesariamente así.

Bendecir estas relaciones con el reconocimiento público las hace muchísimo mejores, dirán. Sacarlas de las sombras las mantendrá a raya, afirman. Este retorcimiento liberal pone a quienes se oponen a la poligamia o al poliamor en una situación sin salida.

Por consiguiente, desde un punto de vista legal, los opositores al matrimonio plural ni siquiera deben molestarse en argumentar dentro de este marco; ningún argumento a favor de la monogamia o el matrimonio tradicional puede resistir el escrutinio judicial desde dentro de ese marco. Si perdemos presentando estos argumentos, es que íbamos a perder de todos modos. En su lugar, deberíamos presentar los verdaderos argumentos contra la poligamia y el matrimonio plural, y ganar o perder con ellos.

Es decir, la nueva concepción al matrimonio en términos de “autoexpresión” ha sido un terrible error cargado de valores, que traiciona las pretensiones de neutralidad liberal. Nuestras leyes conforman nuestra cultura. Nuestra cultura debería favorecer el matrimonio entre dos personas, hombre-mujer, porque el matrimonio se ocupa sobre todo de tener hijos y criarlos como reflejo del amor unificado entre un hombre y una mujer.

El matrimonio plural es inferior en la crianza de los hijos y el mantenimiento de la armonía conyugal y, sobre todo, promueve la autoexpresión sexual de los adultos en lugar del bienestar de los niños.

Este argumento jurídico complementa el moral. Legalizar significa bendecir y promover. Antes de que Estados Unidos bendijera el matrimonio homosexual con el reconocimiento legal, menos del 5% de los estadounidenses se identificaban como LGBTQ. Esa cifra ha aumentado drásticamente, sobre todo entre las mujeres jóvenes. Es de suponer que la campaña publicitaria a favor del poliamor también aumentará el número de personas poliamorosas.

Los males del poliamor

Si el orgullo gay afecta especialmente a las chicas, el poliamor puede afectar más a los chicos. Nuestra bendición del orgullo gay ha hecho que más hombres se pasen a la sodomía, pero menos de los que cabría esperar. Bendecir el poliamor resultará un poco más atractivo que la sodomía para más hombres, ya que promete dar a los hombres atractivos más sexo con más mujeres sin demasiada responsabilidad.

Así pues, el poliamor será tolerado e incluso promovido especialmente como una opción para los hombres de éxito, lo que nos dará una realidad más polígama al amparo de valores igualitarios.

La bendición pública del poliamor, ya en marcha, probablemente dejará a la intemperie realidades fundamentales de la vida humana. Los hombres no aceptarán las relaciones una mujer-muchos hombres. Los hombres de las élites promoverán sus intereses. Las relaciones poliamorosas tal vez reduzcan las relaciones entre personas del mismo sexo, al tiempo que fomentarán otras.

El hecho de que el matrimonio monógamo trate estas diferencias sexuales humanas fundamentales mejor que el poliamor debe estar en el centro de todos nuestros argumentos contra esta forma degenerada.

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