No veo resultados en mi apostolado, ¿qué puedo hacer?

Lo que no haga quedará en mi debe, lo que haga me hará mejor persona, ya sea fracasando o teniendo éxito. Lo importante es salir de mí, y entrar en la vida de aquellos que necesitan conocer a Jesús

La vida es servir. Y el que no vive para servir, no sirve para vivir. Job decía:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha».

Un servicio con fecha de caducidad. Un paso corto por esta vida para luego dejarla. A veces sin huella, en otros momentos dejando fruto.

Sembrar sin más pretensiones

No sé muy bien lo que tengo hasta que lo pierdo. Y no conozco la ganancia hasta que muere la semilla bajo la tierra.

Yo sólo siembro con paz dentro del alma. El corazón tranquilo. Y siempre sabiendo que todo es porque no me queda más remedio como dice san Pablo:

«El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos».

Es vanidad pretender dejar mi nombre escrito en una roca. O mi foto para la posteridad. Los días del hombre pasan y se consumen. Y yo, como san Pablo, no puedo dejar de anunciar la alegría de Jesús que viene hasta mí. Él me ha salvado y me ha dado testimonio.

Jesús no pensó en el fruto que Él mismo no veía. Ni pensó en descansar. Se retiraba al monte a orar en compañía de su Padre. Pero enseguida se ponía en camino porque tenía que recorrer toda Galilea.

Ayuda, da, responde

Con frecuencia me canso cuando entrego la vida. Y pienso que tengo que cuidarme. Una vida sana, el respeto del sueño. El descanso suficiente. Que la vida es corta y se me escapa entre los dedos. No basta con vivir volcado en los hombres. Todo es muy frágil.

¿Realmente siento como Jesús que no puedo dejar de predicar?

Puede que se haya metido dentro de mi alma el espíritu de la comodidad.

Yo primero, mi placer y mi descanso primero. Y luego los demás, los que vienen, los que necesiten. Pero primero yo, no ellos. Puede que la vida la conjugue en primera persona. Yo soy el que necesita más que otros. Yo y mi descanso, mi tiempo, mis cosas.

El amor de Cristo parece no urgirme. Como si tuviera toda la vida por delante. Y el tiempo es finito, no lo marco yo ni decido cuándo acaba mi jornada. Es Dios en los hombres que buscan consuelo, descanso, paz, esperanza.

Y yo no puedo guardarme el tesoro que llevo en una vasija de barro. Me hago pobre con el pobre, débil con el débil, para llegar a lo alto del monte.

No es una carrera en la que tengo que llegar primero. Me coloco al final de la fila alentando a los últimos, animando a los desfallecidos. Fortaleciendo a los débiles.

Es tan sencillo y a la vez tan complejo… Creo que no puedo dejar de ponerme en camino y dar la vida. Mis mayores pecados son los de omisión y son los que más me duelen. El otro día leía:

«Solo puedes arrepentirte de lo que no hagas. Porque lo que te atrevas a hacer formará parte de ti y te servirá para ser más tú«.

Lo que no haga quedará en mi debe. En cambio lo que haga me hará mejor persona, ya sea fracasando o teniendo éxito. Porque lo importante es salir de mí, y entrar en la vida de aquellos que necesitan conocer a Jesús.

Servicio oculto y silencioso

No puedo dejar de predicar su Palabra y anunciar su Reino. Pero yo no lo hago crecer. Es como el que señala el sol que nace cada mañana, sin atribuirse el milagro delante de nadie.

Lo mismo es mi vida, señalo a la luz que ilumina mis pasos. No me quedo emocionado mirando mis pies. Señalo el camino, la luz que lo desvela y le pongo voz a su Palabra.

Y todo entonces es mucho más sencillo. Yo puedo dormir cada noche sabiendo que el Reino crece sin que yo vea cómo muere la semilla bajo la tierra.

No importa, porque no soy yo, es Cristo en mí el que fortalece mi debilidad. Es su reino, no el mío. Su Iglesia, no yo el protagonista.

Asumo que mi vida es servicio oculto y silencioso. Eso le da valor a las horas que invierto bajo el peso del sol cada día. Todo es sembrar y dejar que surja la vida.

Consiste en ponerme a disposición de Dios desde mi corazón y decirle que estoy ahí para entregarme. Con la ilusión de los niños, con la humildad de los pobres que no sienten tener derecho a nada. Así es mi vida. 

Aleteia / Carlos Padilla