Obispos

Monseñor José Diéguez Reboredo (in memoriam)

Obispos

No llegué a conocerle en mis tiempos de seminarista, pues era algunos años anterior a mí. Sí que le conocí cuando le nombraron Rector del Seminario Menor, a él que era profesor de Matemáticas de aquel Centro. Poco a poco ha ido subiendo en el escalafón, llegando a ser Provicario de la Diócesis. En aquellos tiempos, recuerdo que, siendo yo Vicerrector del Seminario, y reuniéndose en esta sede la Junta de Gobierno de la Diócesis, él no se quedaba nunca a comer allí. La razón es que tenía a su madre encamada, desde mucho tiempo atrás, y la atendía él… En aquellos años ochenta y muchos el Sr. Arzobispo lo nombró Canónigo de la Catedral de Santiago, y, con su habitual humildad, aceptó el cargo.

Cuando lo hicieron Obispo de Burgo de Osma-Soria, Mons. Antonio Rouco se quedó desamparado, pues D. José era una pieza clave para la Curia Diocesana. Por su parte, él fue Ordenado Obispo en Osma, e hizo su entrada en aquella Diócesis en un día en que el viaje a tierras castellanas segó la vida de unos cuantos familiares suyos. A pesar de todo, aquel hombre fue siempre adelante, transmitiendo la palabra de Dios y ejerciendo su Ministerio Episcopal con sencillez y mucha humanidad.

Después de algunos años en la Diócesis de Burgo de Osma-Soria, ese Obispo nacido en la zona de Touro quiso acercarse a su tierra natal, y fue nombrado sucesivamente Obispo de Ourense y, después de algunos años en la ciudad de las Burgas, de Tui-Vigo. En cada una de esas Diócesis se desenvolvió con soltura, sin buscar nada para sí mismo, sino más bien preocupado por anunciar el Evangelio y transmitir a las gentes el perdón y la paz que Cristo nos anunció.

Cuando le llegó el tiempo de la jubilación, trató, como siempre, de no significar una carga para nadie. Solo quién no le conociera, podía sentirse extrañado de la decisión que tomó: se fue a la Residencia que las Hermanitas de los Ancianos Desamparados tienen en San Marcos. Quién le veía, consideraba que era un simple sacerdote, no un Obispo; no creo, por otra parte, que haya exigido nunca un determinado tipo de comida, a no ser por prescripción facultativa; y, si tenía que ir a Santiago, no se rompía la cabeza para hacer el viaje con cierta comodidad, pues viajaba siempre en autobús.

Se nos ha muerto un hombre pobre y humilde, servidor de los hermanos y pletórico de fe. ¡Que el Señor lo haya acogido consigo como hombre fiel y prudente, y que lo llene de dicha y de paz!

José Fernández Lago, Deán de la Catedral

Artículo publicado en El Correo Gallego

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