Monseñor Barrio: un acontecimiento “institucional y pastoral” que resalta la unidad entre el Obispo y los sacerdotes

El arzobispo compostelano, monseñor Julián Barrio, a quien acompañaba su obispo auxiliar, monseñor Jesús Fernández González, presidió ayer la reunión del Consejo Diocesano de Presbíteros, en la que se designaron los nuevos miembros de la Comisión Permanente de dicho consejo. El acto tuvo lugar en la Casa Diocesana de Ejercicios Espirituales y a lo largo de la sesión de trabajo, además, se analizaron distintas cuestiones de interés para el presbiterio diocesano. El encuentro se inició con una oración y con una intervención de monseñor Barrio, en la que habló de la importancia del Consejo Diocesano de Presbíteros, a la que siguió la lectura del acta correspondiente a la reunión anterior.

Los nuevos miembros de la Comisión Permanente del Consejo de Presbíteros son: José Antonio Seoane Ares, Elisardo  Temperán, Fabio Pallota, Severino Suárez Blanco y José Ramón Aldao. De la permanente forma parte, también, el secretario, Carlos Álvarez, rector del Seminario Mayor.

El discurso del arzobispo compostelano, que ofrecemos a continuación en su integridad, conforma un documento esencial en el entendimiento de este órgano consultivo, en su naturaleza y en su misión. Monseñor Barrio apeló a la conversión personal para situar a la Iglesia que peregrina en Santiago, en el marco de su Sínodo diocesano, en la perspectiva de la misión y la evangelización. “La Iglesia”, dijo monseñor Barrio, “tiene que lanzar un mensaje de conversión y de autenticidad cristiana en todos los órdenes de la vida. No podemos conformarnos con una pastoral de signo defensivo y conservador, ni resignarnos a seguir perdiendo terreno en el campo de la fe y de la vida cristiana de las personas, de las familias, de nuestra sociedad, ya sea en las aldeas, en los barrios de las villas y en las ciudades. Tenemos que reaccionar. Son necesarias la conversión y la renovación, la evangelización y la misión. Debemos comenzar por revisarnos a nosotros mismos y tratar de vivir evangélicamente, eliminando la desconfianza y corrigiéndonos sin dejar de amarnos”.

TEXTO ÍNTEGRO DE LA INTERVENCIÓN DE MONSEÑOR JULIÁN BARRIO

“Revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, más da su gracia a los humildes. Así pues, sed humildes bajo la poderosa mano de Dios para que él os ensalce en su momento. Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros” 1Pe 5,5-7).

La nueva constitución del Consejo Diocesano de Presbíteros es un acontecimiento institucional y pastoral para toda nuestra Iglesia Particular. En este tiempo que llevo como Arzobispo nunca me han faltado el consejo, las orientaciones y la ayuda en el pastoreo diocesano, provenientes de una reflexión serena sobre la realidad, de una preocupación espiritual y de un conocimiento preciso de nuestra Iglesia Compostelana por parte de los miembros del Presbiterio, aspectos imprescindibles para el buen gobierno pastoral de la misma. Los tiempos de crisis son especialmente tiempos de gracia. Dirigen la mirada a lo esencial. Llaman a la reflexión y a una nueva decisión, precisamente también en relación al desaliento y resignación. En tiempos de crisis surge frecuentemente lo nuevo que antes no se veía. Queremos retomar la iniciativa de una reflexión conjunta sin que se desmoronen los puentes y se destruya la unidad existente. Es evidente que buscamos respuestas a las preguntas actuales en los fundamentos de la revelación y de la doctrina de la Iglesia, porque sólo así podemos permanecer en la verdad de nuestra fe en la comunión de la Iglesia. Los impulsos del Vaticano II, el testimonio de fe de los santos y las directrices de grandes pastores nos pueden proporcionar una valiosa orientación en estos diálogos.

Es posible que el desaliento, el cansancio y la tibieza se hagan notar. Si así fuera, no hemos de ahorrar esfuerzo alguno para superar esas incidencias que pueden paralizarnos. Es necesaria una actitud de reflexión y discernimiento. Lo fácil es dejarnos llevar por la corriente de la indiferencia, lo difícil es pararnos a pensar y tomar conciencia de dónde venimos, dónde estamos y a dónde nos encaminamos en nuestra Iglesia diocesana.

Hay que superar la tentación del continuismo, de la vuelta al pasado, del culto a las formas, desarrollando un espíritu más misionero. La Iglesia tiene que lanzar un mensaje de conversión y de autenticidad cristiana en todos los órdenes de la vida. No podemos conformarnos con una pastoral de signo defensivo y conservador, ni resignarnos a seguir perdiendo terreno en el campo de la fe y de la vida cristiana de las personas, de las familias, de nuestra sociedad, ya sea en las aldeas, en los barrios de las villas y en las ciudades. Tenemos que reaccionar. Son necesarias la conversión y la renovación, la evangelización y la misión. Debemos comenzar por revisarnos a nosotros mismos y tratar de vivir evangélicamente, eliminando la desconfianza y corrigiéndonos sin dejar de amarnos. Pablo de Tarso en su entrega incondicional a la comunidad de Corinto también sufrió en su propia carne la herida de la decepción, pero alcanzó las profundidades de lo humano y pudo exclamar: “nos encontramos en apuros, pero no desesperados” (2 Cor 4, 8). Sólo acertaremos manteniéndonos en actitud humilde y colaboradora. En comunión acertaremos, y entre los particularismos nos perderemos. La comunión no es creación de las palabras ni del ingenio personal, sino de los corazones convertidos. Nuestra acción pastoral debe entender bien las necesidades actuales, teniendo en cuenta condiciones no sólo morales y espirituales, sino también sociales, económicas y culturales. Se trata, en definitiva, de vivir la realidad como el solar donde se está realizando nuestra historia de la salvación. No nos instalemos en la añoranza de tiempos pasados, resurjamos de la esperanza en el Señor. Reconozco en el sentir de san Pablo hacia su querida comunidad de Corinto todo mi agradecimiento: “Doy gracias a Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo; en toda palabra y en toda ciencia” (1 Cor. 1, 4-5).

Hoy de una manera oficial, canónica, instituimos este nuevo Consejo Presbiteral, que empieza su andadura en medio de las inquietudes del Sínodo diocesano. No es la perspectiva sociológica y puramente cultural del contexto democrático en el que nos encontramos, la que nos lleva a  dar razón de esta institución. Sería desvirtuar su contenido, si nuestro planteamiento fuera ese. El Consejo Presbiteral encuentra su razón de ser y su sentido en la sacramentalidad del presbiterio diocesano y en el acontecer de la vida eclesial donde el ejercicio de la autoridad se realiza como servicio. La corresponsabilidad en la Iglesia encuentra su base explícita en el misterio de la comunión, que por su propia naturaleza contempla en sí misma la presencia y la acción de la Jerarquía eclesiástica. En este sentido es necesario recordar que en el Presbiterio el Consejo Presbiteral no es expresión del derecho de asociación de los clérigos, ni mucho menos puede ser entendido desde una perspectiva sindical que comporta reivindicaciones e intereses de parte, ajenos a la comunión eclesial.

1. En la Lumen Gentium se dice: “Mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en la que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios” (LG 48). Si no se tiene en cuenta esta orientación, existe un doble peligro: por un lado se sobrevaloran los aspectos estructurales de la Iglesia: sus instituciones, su organización adquieren excesiva importancia, difundiéndose a veces una concepción de la Iglesia horizontalista y pragmática y contemplando excesivamente como obra humana y muy poco como lugar de gracia. Por otro lado, existe el peligro de que al acentuar excesivamente lo institucional se vea demasiado poco que la figura sacramental  de peregrina que la Iglesia tiene, lleva en sí todos los tesoros de la patria celestial aunque en vasijas de barro. El que busca el éxito de la Iglesia, en sus instituciones, fácilmente se desilusionará; creerá que la cáscara es el fruto, confundirá la aspereza de la cáscara con el fruto que aquella protege y envuelve. Las instituciones en la Iglesia son la cáscara necesaria para el meollo del fruto. Este humilde servicio prestado a la figura de peregrina de la Iglesia podrá comenzar a resplandecer desde dentro si tal servicio está animado por la fe, la esperanza y la caridad. Entonces se realizarán la reforma y la renovación que son las únicas que pueden rejuvenecer a la Iglesia en su peregrinación.

 2. Llegar a ser presbítero es entrar en un cuerpo, en un conjunto orgánico, en una familia sacerdotal, y esta realidad profunda se expresa en la ordenación con la imposición sacramental de las manos del Obispo y con la de los demás presbíteros, que simboliza la acogida en la fraternidad. La fraternidad sacerdotal y la pertenencia al presbiterio son elementos característicos del sacerdote. Por la fuerza del sacramento del Orden “cada presbítero está unido a los miembros del presbiterio por particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad”. San Ignacio de Antioquía contempla el presbiterio como sanedrín del Obispo. El Vaticano II nos ha ayudado a recuperar operativamente diferentes signos de la comunión sacerdotal: restaurar la concelebración eucarística, promover el sentido pastoral de los arciprestazgos, recomendar la vida comunitaria, la amistad y los grupos sacerdotales de diversa índole; establecer las bases de una pastoral de conjunto, con la incorporación de los seglares; el espíritu comunitario en todas las manifestaciones de la vida eclesial…, y especialmente, mandando la creación en cada iglesia particular del Consejo Presbiteral, como recuperación del sentido más profundo del presbiterio diocesano.

El Obispo ha de escuchar en este Consejo a sus sacerdotes, consultarlos y tratar con ellos sobre las cosas referentes a las necesidades del trabajo pastoral y al bien de la diócesis. Ayudar al Obispo, buscando una mayor eficacia en la atención pastoral al pueblo de Dios ha de ser el objetivo de este Consejo: “La unión de los presbíteros con el Obispo se requiere tanto más en nuestros días cuanto que, en nuestra edad, por causas diversas, es menester que las empresas apostólicas no sólo revistan formas múltiples sino que traspasen los límites de una parroquia o diócesis. Así pues, ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia” (PO 7). Cf. PO 15, AG 19-20.

3. El fundamento teológico del consejo presbiteral se encuentra en la unidad entre presbíteros y obispo: “Los presbíteros próvidos colaboradores del Orden episcopal y ayuda e instrumento suyo, llamados para servir al Pueblo de Dios, forman junto con su Obispo, un solo presbiterio, dedicado a diversas ocupaciones. Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia” (PO 28). En la comunión sacramental y jerárquica se basa el hecho de que los presbíteros son los cooperadores del orden episcopal (PO 2b) y los obispos disponen de ellos como ayuda y consejeros en el ministerio de enseñar, santificar y apacentar al pueblo de Dios. Los obispos y los presbíteros ejercen -aunque en diverso grado- el único ministerio de Cristo que se les trasmitió por medio de los Apóstoles: de esa comunión surge una corresponsabilidad de los presbíteros junto con el obispo respecto a la consecución del bien espiritual de la diócesis que debe encontrar su expresión concreta en formas de participación en el gobierno de la Iglesia.

La carta circular “Presbyteri Sacra” (11.4.71) define el consejo presbiteral “como órgano consultivo peculiar del obispo, ya que por su misma naturaleza y por su forma de proceder es preeminente respecto de los demás órganos consultivos: es órgano del sacerdocio ministerial, al que está confiada la tarea de apacentar al pueblo de Dios; procede siempre en unión con el obispo y nunca sin él. Por estas razones sólo a él le compete el título y la función de senado del obispo en el gobierno de la diócesis. Tiene carácter representativo respecto al presbiterio, porque lo representa tanto dando consejos e información al obispo, como ejerciendo la función de gobierno que es propia del presbiterio”.

 4. Las cuestiones que debe tratar el Consejo presbiteral son las relativas a toda la vida y gobierno de la diócesis. “Todos los sacerdotes diocesanos han de estar unidos entre sí, y, por tanto, sentirse apremiados por la solicitud del bien espiritual de toda la diócesis; más todavía, recordando, por otra parte, que los bienes que adquieren con ocasión del ministerio eclesiástico están unidos a un cargo sagrado, ayuden generosamente, en la medida de sus fuerzas, a las necesidades mismas materiales de la diócesis según la ordenación del Obispo” (ChD 28).

 5. Hago memoria del papa San Gregorio Magno que  dedicó especial cuidado al bien espiritual del clero, fomentando el estudio de las ciencias eclesiásticas y el perfeccionamiento de las virtudes eminentemente sacerdotales. Escribió en la Regla Pastoral: “El verdadero pastor de las almas es puro en su pensamiento, intachable en sus obras, sabio en el silencio, útil siempre en la palabra. Sabe acercarse a cada uno con verdadera caridad y entrañas de compasión. Elévase por encima de todos por la comunicación con Dios; asóciase con humildad y sencillez con todos los que trabajan en el bien de las almas, mas se levanta con ansias de justicia contra los vicios de los pecadores”. Palabras que inspiran seriedad y diligencia en la cura de almas.

6. Yo también deseo que nuestro presbiterio vaya escribiendo día a día esa Regla Pastoral para la que encontramos la teoría en la “Pastores dabo vobis”, y para la que nuestra diócesis nos ofrece el espacio concreto para su realización. La sabia creatividad y el espíritu de iniciativa propia de la madurez de los presbíteros contribuirán en beneficio de la fecundidad pastoral y son una garantía para la obra de la Evangelización. Que Santiago Apóstol, San Juan de Ávila y la Reina de los Apóstoles nos acompañen en nuestro peregrinar en este tercer milenio lleno de interrogantes pero también repleto de expectativas.               + Julián Barrio Barrio,

Arzobispo de Santiago de Compostela.

 “Señor, Jesús, te damos gracias porque animas con tu gracia a esta iglesia compostelana, que se siente peregrina, orientada por el testimonio de la fe apostólica. Tú sabes cuanto deseamos servirte y cómo nos sentimos impulsados por el espíritu al compromiso pastoral. Sabes que a menudo en este servicio nos vemos asaltados por las dudas y temores, y nos preguntamos si lo que estamos haciendo es en realidad importante, si lo hacemos de la mejor manera. Te pedimos, Señor Jesús, Pastor Supremo del rebaño de la Iglesia, Obispo de nuestras almas, nos ilumines para que en todo te imitemos a tí. Sana nuestro corazón de lo que lo turba, y le impide comprender tu palabra. Que seamos limpios en los pensamientos, los primeros en obrar, discretos en el silencio, útiles en el hablar, prójimos de cada uno en la compasión, dados a la contemplación, humildes compañeros de los que obran bien, firmes en velar por la justicia, sin disminuir el cuidado de las cosas interiores por las ocupaciones exteriores. Haz que olvidando nuestras angustias, podamos captar con ánimo libre el sentido de tu palabra y la verdad de amor y de salvación que encierra. Ilumina nuestra para que con verdad y ánimo decidido ofrezcamos signos de esperanza en nuestro ministerio sacerdotal. Encomendándonos al Santo Cura de Ars y al Apóstol Santiago, amigo y testigo del Señor, te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor”.