«Mi hijo se ha alejado de Dios», 11 cosas que un padre debe entender y, sobre todo, ¡paciencia!

Cuando te enteras que tu esposa está embarazada, o cuando te enteras
que te darán un niño en adopción, te cambia la vida para siempre. ¡Tú y
tu cónyuge van a ser padres! ¡Y de pronto te vuelves loco de amor!
Escribe Andrés D’Angelo en Catholic-Link.
Te prometes que vas a hacer por esa pequeña personita que Dios puso en
tu camino, todos los sacrificios posibles, todos los esfuerzos
imaginables y que siempre vas a ser un padre o una madre presente,
paciente, amoroso y genial. Pero… 



1. Luego los niños comienzan a crecer


Y te das cuenta de que… las cosas no son tan sencillas. Los niños
tienen una extraordinaria capacidad de trabajar la paciencia de la gente
mayor casi desde el primer día. Por eso, Dios en su infinita sabiduría
puso un papá y una mamá, para que tomen turnos cuidando al pequeñajo.


Las mamás lo hacen instintivamente, y los papás… no tanto, pero
¡podemos aprender! Cuando logramos hacer un gran equipo, los niños se
desarrollan plenos y felices.


2. Y entonces llega la temida adolescencia


No podemos creer que ese pequeño, que era el sol de nuestras vidas,
que tantas alegrías nos dio, de pronto se convierta en un ser huraño,
protestón, aburrido, peleón y muchas veces tan tonto, que parece que no
hay instrumentos para medirlo.


 Nos busca, y generalmente nos encuentra, y esos encontronazos no son
siempre lindos. La relación se desgasta, nos peleamos, nos amargamos y
pensamos: “qué lindo será todo después de la adolescencia, cuando mi
hijo o mi hija se comporten como adultos serios y responsables”. Pero
entonces… ¡Tampoco sucede!


 Nos preguntamos: ¿Por qué esta serie de desencuentros entre el hijo ideal que siempre nos imaginamos y la realidad tan dura?



3. ¡Nuestros hijos son libres!


Así es, ¡Porque nuestros hijos son seres libres! Dios no solo los
creó libres: ¡los quiere libres! ¿Y por qué Dios querría ese disparate?
¿Por qué no los hizo obedientes, buenos, sencillos, manejables y dulces
como siempre los imaginamos?


 Porque Dios quiere hijos, y no esclavos. El amor es una
decisión libre, y por eso, la libertad es tan importante para Dios. El
problema es que nuestros hijos los “tenemos” nosotros, y su libertad
muchas veces choca con nuestra idealización del hijo. Contra nuestras
normas de convivencia, y a veces ¡contra el mismo Dios!


 ¿Cómo puede ser que ese chiquitín o esa chiquitina que participó en
su primera comunión con tanto fervor, de pronto no quiera ir más a Misa?
Muchas veces esa revisión de “qué pasó”, puede desembocar en una
acusación implícita o explícita a nosotros mismos, a nuestra misión como
padres.


 ¿Qué hice, o qué hicimos mal para que este pequeño que era tan dócil
de pronto se convierta en un rebelde sin causa, que se revuelva contra
la autoridad de papá y mamá y quiera “hacer su vida” o que “lo dejemos
tranquilo”?



4. ¡No pasó nada, ni hicimos nada mal!


Nuestros hijos están “haciendo” su camino, y para ello deberán
dejarnos, por más que muchas veces les duela a ellos y nos duela más a
nosotros. Ellos necesitan resolver sus problemas por sí mismos, porque es una herramienta que necesitan para enfrentar la vida por sus propios medios.


 Saben instintivamente que no vamos a estar durante toda su vida,
y necesitan enfrentar los problemas que generan sus propias conductas
en libertad. Podemos pensar en ellos como en pequeñas plantas que hemos
mantenido en un invernadero, y que debemos sacar a las condiciones
naturales para que se templen, y desarrollen su propias raíces y
follajes.


 El invernadero estuvo muy bien mientras fueron frágiles, ahora es
tiempo de que prueben (y especialmente que se prueben a sí mismos) en
“condiciones reales”. De ese modo, cuando vengan las tormentas de la
vida, ya tendrán herramientas para enfrentarlas, porque dejamos que
desplieguen sus alas y vuelen.


 5. ¿Cómo comportarnos ante ese hijo desafiante?


Pero mientras tanto, mientras todavía chocamos, mientras nos
desesperan con sus actitudes y desafíos, tendremos que saber cómo
comportarnos. Qué cosas les ayudan en esta exploración, qué cosas podemos hacer para otorgarles confianza, tal vez para hacer más corto este “recorrido divergente” y este crecimiento, y en última instancia, para no perder la paciencia y perjudicarnos mutuamente en esta etapa de su desarrollo.


 Para ello me gusta mucho fijarme en la parábola del Hijo Pródigo (o
como le gusta llamarla al papa Francisco, la parábola del “Padre
Misericordioso”). Viendo la actitud del padre, podremos ver algunas
pistas para saber qué hacer en estas circunstancias.


6. Tus hijos te van a “pedir la herencia”


Como vimos, tarde o temprano, tus hijos van a pedirte “que no te
metas más en sus vidas”, que te hagas a un lado y te apartes, que ellos
necesitan “que los dejes en paz”. Te lo garantizo, la primera vez que te
pase se te va a partir el corazón en pedazos.


 No es fácil, no es lindo y es casi seguro que va a suceder, más temprano que tarde.
La tendencia natural sería de decirles “mientras dependas de nosotros,
cumplirás nuestras reglas”. Pero el Padre Misericordioso no hace eso. Al
contrario, accede al pedido de su hijo y lo deja ir con “su parte de la
herencia” y probablemente con los pedazos de su corazón destrozado.


 Como te dije en la introducción: ellos necesitan abrirse camino por sus propios medios, necesitan equivocarse y golpearse para poder crecer. Puedes ofrecerle a Dios esos pedazos de tu corazón, para que esa “ruptura” sea fructífera y no tan dolorosa.



7. Tus hijos se van a ir a tierras extrañas


Cuando se vayan de casa, cuando se vayan a estudiar lejos, o cuando
comiencen su vida, habrá tiempos en los que no querrán hablar con
ustedes, y sentirás que el corazón se te cae de nuevo a pedazos. ¿Cómo
puede ser que no nos quieran llamar, que no quieran pasar su cumpleaños
con nosotros, que quieran alejarse voluntariamente de la casa que los
vio crecer?


 Precisamente, porque necesitan ampliar sus horizontes. Conocer gente nueva, experimentar otras formas de ver el mundo, hablar de otros temas, crecer y conocer nuevas experiencias,
tal vez algunas que nosotros no nos animamos a su edad… Y también harán
algunas cosas que van en contra de nuestras convicciones y creencias.


 Van a buscarse en tierras extrañas, con la ilusión de descubrirse y
encontrarse, pero también… con el riesgo de perderse. ¿Qué hace el Padre
Misericordioso?, ¿va a buscarlo?, ¿va a pedirle que vuelva y que no
haga lo que está haciendo? ¡No! El padre se mantiene a una respetuosa distancia.


 Respeta la decisión de su hijo, a pesar de que probablemente haya
tenido el corazón hecho trizas. Se mantiene apartado, deja que su hijo
busque lo que quiera buscar, incluso con riesgo de que se pierda.



8. Puede ser que se equivoquen. Y mucho. Y muy feo


El Hijo Pródigo malgasta su herencia en una vida libertina. Nuestros
hijos pueden ser, que en esa búsqueda de sí mismos, en esa exploración,
se equivoquen. Y esas equivocaciones hasta pueden tener consecuencias
graves. La herencia del padre se perdió… aparentemente.


 El hijo, a raíz de sus decisiones equivocadas termina alimentando a
cerdos, y deseando comer las bellotas que comen estos animales. Muchas
veces, como consecuencia de sus decisiones erróneas, nuestros hijos la
van a pasar realmente mal. Nuestra tentación como padres puede ir en dos direcciones, y (en mi opinión) ambas son decisiones equivocadas.


 En una primera dirección, podremos resolverles el problema,
diciendo: “mi hijo no va a comer bellotas de los cerdos”, e intervenir
con nuestro dinero, recursos o “poder”, para que nuestro hijo “no
sufra”. La otra decisión equivocada sería enfrentarlo y recriminarle por
sus errores. “Te lo advertí”, “Te lo mereces”. La actitud correcta es
la del padre. Y ya veremos cuál es.


9. Puede ser que pierdan la fe


En el sentido simbólico de la parábola, el derroche de la herencia y
la vida con los cerdos significan la pérdida de la fe. En esa búsqueda,
puede ser que nuestros hijos también la pierdan, y que dejen de
practicar la oración diaria, la misa dominical, la confesión.


 ¡Nos desesperamos cuando pasa eso! ¿Por qué, si nosotros les
enseñamos bien?, ¿por qué si nosotros rezamos constantemente por ellos?,
¿qué hicimos mal?, ¿qué podemos hacer?


 La fe es un don de Dios, y nosotros podremos pedirla para ellos, pero
nunca podremos reemplazarla forzándolos a hacer prácticas piadosas, por
más que a nosotros nos parezca que es lo que tenemos que hacer.
Dios quiere hijos, no esclavos.


 Y tal vez, si los forzamos a hacer cosas contra su voluntad,
empeoremos la situación. Paz, y ciencia. Es decir: paciencia. Tengamos
paz, sepamos que esto puede suceder y recemos al Buen Dios por la fe de
nuestros hijos, que Él nunca deja caer una lágrima de madre o padre en
vano.


10. El hijo recuerda cómo vivía en la casa de su padre


Una de las claves de la parábola es que el hijo, antes de volver, recuerda con cariño la experiencia de su vida como hijo amado.
Ahí es donde tenemos que concentrar nuestras energías. El amor de
familia, el recuerdo del hogar son la verdadera herencia del Padre
Misericordioso.


 Y eso se forja antes, mucho antes de que nuestros hijos decidan seguir su rumbo. Por
eso es tan importante que durante su infancia y adolescencia nos
enfoquemos en que su experiencia filial sea lo más benéfica posible.

Que sepamos que el amor que les damos durante su infancia y
adolescencia va a moldear su carácter, su modo de ver la vida y su modo
particular de amar en el futuro a su esposa e hijos, o a sus hijos
espirituales en el caso de que Dios suscite la vocación religiosa o
sacerdotal en tu hijo.


 El amor de los padres es reflejo del amor de Dios, y como tal
también moldea la fe de tus hijos. No solo el amor que los padres
tienen a los hijos, sino el amor que los padres tienen entre sí, así que
¡A cuidar a tu cónyuge, para beneficio de tus hijos!



11. El hijo que vuelve


Y un día, el hijo que se rebeló, el que se fue a estudiar lejos, el
que no quería saber nada con nosotros, el que incluso nos despreció,
vuelve. Me corrijo: no vuelve ese hijo, vuelve una persona renovada, un nuevo hijo. Y generalmente, ese hijo templado por las tormentas de su vida va a ser extraordinariamente mejor que el que se fue.


 Y tenemos que hacer como el Padre Misericordioso: devolverle inmediatamente y sin preguntar nada, la dignidad de hijo.
Nuestro hijo sigue siendo nuestro hijo, pero con una ventaja: ya es un
adulto probado por la vida, y va a poder acercarse y comprendernos mucho
mejor a nosotros como padres.


 Ya vamos a poder hablar de igual a igual, de adulto a adulto, de
persona fogueada a persona fogueada. Nuestro amor de padres se va a ver
engrandecido por lo que nuestro hijo logró por sus propios medios.

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