Los tres consejos prácticos de Francisco para escuchar al Espíritu Santo y seguir sus mociones

La concelebración de la misa de Pentecostés en la basílica de San Pedro y la homilía que Francisco pronunció en ella llenaron el templo de fieles, muchos de los cuales le escucharon después el Regina Coeli en la Plaza de San Pedro.

Concluía así un intenso fin de semana del Papa, quien el sábado visitó la ciudad de Verona con varios actos, dos de ellos grandes, en la Arena y en el estadio Bentegodi, donde participó en la misa de la víspera de la solemnidad.

El Espíritu Santo, fuerza y delicadeza

“El relato de Pentecostés”, comenzó diciendo este domingo, “nos muestra dos ámbitos de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia: en nosotros y en la misión. Y con dos características: la fuerza y la delicadeza“.

Si la fuerza del Espíritu en nosotros “nunca conseguiremos derrotar al mal ni vencer los deseos de la carne de los que habla San Pablo: la impureza, la idolatría, las discordias, las envidias… Estos impulsos arruinan nuestras relaciones con los demás y dividen nuestras comunidades. Cuando Él entra, lo sana todo”.

Pero, al mismo tiempo que fuerte, la acción del Paráclito en nosotros es delicada: el viento y el fuego que la simbolizan no destruyen, sino que el viento llena la casa en la que están los apóstoles, y el fuego se posa en forma de llama sobre sus cabezas: “Esta delicadeza es un rasgo de la acción de Dios que encontramos muchas veces en la Biblia”, recordó el Papa.

Al mismo tiempo que derrotar las pasiones, el Espíritu hace “crecer y robustecer” las virtudes, y así “podemos gustar, tras la fatiga del combate contra el mal, la dulzura de la misericordia y de la comunión con Dios”.

Esa fuerza y esa delicadeza que sentimos en nosotros valen asimismo para la misión. Recibimos el Espíritu en el Bautismo y en la Confirmación, lo que nos invita “a anunciar a todos el Evangelio“, más allá de cualquier barrera.

Pero fuerza no significa “prepotencia e imposición”, aclaró el Papa, ni “cálculo ni astucia”, sino “fidelidad a la verdad, que el Espíritu Santo nos enseña en el corazón y hace crecer en nosotros”. Por eso los cristianos “nos rendimos al Espíritu, pero no a la fuerza del mundo“: “Hablamos de paz a quien quiere la guerra, de perdón a quien siembra venganza, de acogida y solidaridad a quien cierras las puertas y exige barreras, de vida a quien elige la muerte, de respeto a quien disfruta humillando, insultando y descartando, de fidelidad a quien rechaza cualquier vínculo, confundiendo la libertad con un individualismo superficial, opaco y vacío”.

Este anuncio debe ser “amable, para acoger a todos”. Francisco reiteró la fórmula que ya ha hecho célebre, al insistir por triplicado: “Todos, todos, todos“.

“Necesitamos esperanza, que no es optimismo, es algo distinto: necesitamos alzar los ojos sobre horizontes de paz, de fraternidad, de justicia y de solidaridad. No hay otra vía. En ocasiones se presenta tortuosa y empinada, pero sabemos que no estamos solos y que con la ayuda del Espíritu Santo y con sus dones podemos recorrerla y ayudar a los demás a recorrerla”, concluyó.

Leer el Evangelio, orar en silencio, decir buenas palabras

Posteriormente, antes de rezar el Regina Coeli desde el balcón del Palacio Apostólico, Francisco ofreció algunos consejos para poner en práctica “la escucha del Espíritu Santo”, que nos habla con palabras que expresan “sentimientos maravillosos, como el afecto, la gratitud, la confianza, la misericordia”, como son las palabras “que se dicen el Padre y el Hijo, las palabras transformantes del amor”.

Para aprender a sentirlas y decirlas, propuso dos cosas.

Una, nutrirnos de la Palabra de Dios: “Lo digo muchas veces: llevar consigo un Evangelio de bolsillo y aprovechar los momentos oportunos para leer un pasaje… Escuchar la Palabra de Dios hace callar las habladurías”.

Dos, la Adoración: “No olvidemos la oración en silencio, especialmente la más sencilla, que es la adoración”.

Y tres, decir buenas palabras, que “no es difícil”, remató, “todos lo podemos hacer. Es más fácil que insultar y enfadarse…”. Por lo que invitó a preguntarse: “¿Qué lugar ocupan en mi vida estas palabras? ¿Cómo puedo cultivarlas para ponerme en mejor escucha del Espíritu Santo y ser su eco para los demás?”.

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