Los beneficios de confesarse en el confesionario: del anonimato a la pedagogía, pasando por el honor

El sacerdote Laurent Spriet los defiende frente a otras opciones para el sacramento

Muchos confesionarios han caído en desuso, cuando no desaparecido de los templos. Se van imponiendo otras formas para la confesión, como una sala o despacho ad hoc o el mismo banco de la iglesia. 

¿Es indiferente una u otra forma de administrar/recibir el sacramento? Laurent Spriet, sacerdote desde hace veinte años con ministerio en la archidiócesis de Lyon (Francia), piensa que no y lo explica en un artículo  publicado en el número 351 (octubre de 2022) del mensual católico francés La Nef.

Beneficios del confesionario

¿Qué exige la Iglesia? Para escuchar las confesiones, la Iglesia católica de rito latino prefiere el confesionario.

El Código de Derecho Canónico dice explícitamente (canon 964): “El lugar propio para oír confesiones es una iglesia u oratorio (n. 1). Por lo que se refiere a la sede para oír confesiones, la Conferencia Episcopal dé normas, asegurando en todo caso que existan siempre en lugar patente confesionarios provistos de rejillas entre el penitente y el confesor que puedan utilizar libremente los fieles que así lo deseen. (n. 2). No se deben oír confesiones fuera del confesionario, si no es por justa causa (n. 3)”.

Nótese que el punto 2 abre el camino a una alternativa al confesionario y el punto 3 indica el confesionario como el lugar habitual y normal para escuchar las confesiones.

En el Código de 1917, sólo las mujeres debían ser imperativamente escuchadas en el confesionario (canon 909.1); en el Código de 1983 promulgado por San Juan Pablo II, son todos los fieles sin distinción.

Curiosamente, la conferencia episcopal francesa sugirió que el confesionario u otro lugar eran posibilidades equivalentes: “Para el lugar de la confesión, tal como se prevé en el CIC 964.2, la Asamblea de Obispos se adhiere a las ‘Variaciones’ del Ritual de la Penitencia en su texto francés preparado por la Comisión Internacional francófona: el lugar donde se celebra el sacramento es importante para dar a los signos de acogida y de perdón (absolución) su pleno valor expresivo. Suele ser, a menos que haya una buena razón, una iglesia o un oratorio. En cuanto a la sede, se debe permitir siempre a las personas que puedan dirigirse a un lugar visible, ya sea al confesionario con rejilla, o a un lugar donde puedan sentarse y donde sea más fácil el diálogo entre el penitente y el sacerdote: las confesiones solo deben recibirse allí, a menos que haya una buena razón para hacerlo” (Documentation Catholique [DC], 86 [1989], 76).

Obsérvese que los términos utilizados por la conferencia episcopal francesa muestran una cierta preferencia por la “sala” en lugar del confesionario. Y es lamentable, porque no es lo que dice el Código de 1983.

¿Y si el confesor quiere confesar a los penitentes en un confesionario? La cuestión se planteó a la Santa Sede, que respondió que el sacerdote tiene derecho a elegir el confesionario como lugar para escuchar las confesiones, “incluso si el penitente pide que se haga de otra manera” (DC 95 [1998]), 799). Esta directriz fue retomada en 2002 por San Juan Pablo II en su carta apostólica en forma de motu proprio Misericordia Dei (n. 9). Los sacerdotes y los fieles de rito latino tienen derecho al confesionario.

Las ventajas del confesionario

La primera es el anonimato. Los fieles tienen derecho a confesar sus pecados sin estar obligados a revelar su identidad personal. En un confesionario, el sacerdote no se encuentra cara a cara con el penitente, no lo mira y no está obligado a volverse hacia la rejilla para saber quién es.

No cabe duda de que este anonimato puede facilitar a muchos pecadores la petición de perdón. Por el contrario, un “local” puede hacer que muchos den marcha atrás.

[Lee en ReL: Un arquitecto propone confesionarios con dos espacios y anonimato: usar salas facilita abusos]

Además, el confesionario protege el derecho de los fieles (confesor y penitente) a defender su integridad y su honor de cualquier peligro o sospecha. ¿Cómo, por ejemplo, podría una mujer o un hombre acusar a un confesor de tocamientos si les escucha en un confesionario con rejilla fija?

Por último, el confesionario permite comprender bien la naturaleza del sacramento: no es un diálogo cara a cara entre un sacerdote y un penitente, sino un encuentro de un penitente arrodillado ante su Salvador crucificado y en presencia de un ministro de la Iglesia. El confesionario tiene una gran virtud pedagógica.

Evitar los abusos sexuales

Los hechos dramáticos son de sobra conocidos: algunos sacerdotes se han aprovechado de las confesiones no solo para realizar proposiciones sexuales a sus penitentes, sino también para cometer pecados contra el sexto mandamiento.

[Por poner solo dos ejemplos de personas que han sido declaradas culpables tras un juicio canónico: Theodore McCarrick (ex cardenal arzobispo de Washington) y el padre Mansour Labaky.]

Está claro que el confesionario no es una garantía absoluta contra tales proposiciones: no importa dónde se encuentre, un sacerdote o un penitente desequilibrado siempre podrán incitar al mal y al pecado. [Véanse las películas Léon Morin, prêtre y La Confession, donde queda claro que es más bien la penitente que el confesor quien tiene la tentación de pedir ad turpia.] Sin embargo, el confesionario es una protección contra las acciones pecaminosas cometidas durante la celebración del sacramento: la rejilla fija protege tanto al confesor como al penitente. En este sentido, el santo Papa Pablo VI pudo hablar de la “pantalla protectora” del confesionario.

Esta es también la razón por la que Benedicto XVI dijo a los sacerdotes: “Es preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento de la Reconciliación, pero también como lugar en el que ‘habitar’ más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia divina, junto a la presencia real en la Eucaristía”.

Y es que, ¿los clérigos de hoy se creen más sabios y virtuosos que los de ayer? Aunque el confesionario sea un mueble litúrgico utilizado sólo desde el siglo XVI (debemos su invención a San Carlos Borromeo, según Raoul Naz en su Dictionnaire de Droit Canonique, vol. IV, 1949, 63), ¿hay que descuidarlo y despreciarlo hoy? Seguramente no.

Traducido por Verbum Caro.

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