
Francisco José García-Roca (Melilla, 1965), es psicólogo, militar en excedencia, orientador escolar, perito psicológico y formador de diáconos permanentes. Está casado, tiene cuatro hijas y ya es abuelo. Fue ordenado diácono permanente en 2006 para la diócesis de Madrid. Colabora en parroquias de Madrid y en pueblos de Cantabria. Escribe a petición de ReL esta reflexión sobre las peculiaridades del diaconado permanente en España.
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Las ocho extrañas paradojas del diaconado permanente en España
Un ministerio con escasa presencia, pobremente promovido y a menudo incomprendido: así se presenta el diaconado permanente en España, sobre todo si lo comparamos con otros países.
En 1980 fue ordenado el primer diácono permanente de España. Pasados 45 años, vamos a analizar ocho realidades que evidencian la situación del diaconado permanente en el país y sus principales desafíos.
1. Pocos diáconos: una presencia casi simbólica
En España, el número de diáconos permanentes es alarmantemente bajo en comparación con otros países. Actualmente, la cifra en todo el país apenas roza los 600, mientras que en Estados Unidos supera los 14.000, en Italia los 4.500, Austria cuenta con 750 y la República Dominicana con 540. Sólo la diócesis de Nápoles, en Italia, ya cuenta con más de 300. Y la de Galveston-Houston (EEUU) tiene más de 400.
Llama especialmente la atención que todavía existan diócesis españolas —algunas de considerable tamaño como Córdoba, Mérida-Badajoz o la diócesis castrense— donde ni siquiera se ha restaurado este ministerio. Al comparar con otros países, se ve una clara desproporción y sugiere una falta de impulso institucional.
2. Falta una pastoral vocacional específica para el diaconado
Uno de los errores más comunes es pensar que los candidatos al diaconado aparecerán espontáneamente, sin necesidad de campañas ni promoción. Sin embargo, el sentido común y la experiencia muestran lo contrario: la vocación necesita ser visibilizada y alentada.
En una gran ciudad con millones de habitantes y apenas unos pocos diáconos, es improbable que surjan vocaciones sin conocer un referente cercano.
Pocas veces se promueven jornadas diocesanas, testimonios públicos o encuentros vocacionales específicos sobre el diaconado.
Además, es frecuente que incluso los propios diáconos no se impliquen en animar a otros. Si ni los párrocos ni los diáconos actuales invitan o proponen esta vocación a los fieles comprometidos, es lógico que no haya relevo. El obispo diocesano, como primer responsable del ministerio ordenado, debería ser su principal promotor, no solo desde el púlpito o los medios diocesanos, sino también en el trato personal.
3. Invisibilizar a las esposas de los diáconos
Otra paradoja es la tendencia a silenciar o minimizar el hecho de que la mayoría de los diáconos permanentes están casados. En lugar de asumirlo como un testimonio de la compatibilidad entre la vida familiar y este ministerio ordenado, se transmite, tácitamente, que es un «defecto» o una excepción incómoda.

Algunas prácticas simbólicas que visibilizaban esta dimensión, como el gesto de entregar una flor a las esposas durante la ordenación, han desaparecido en ciertas diócesis.
Sin embargo, los documentos oficiales —como el Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes— insisten en la necesidad de involucrar activamente a la esposa en la vocación de su marido, y que esto se haga especialmente durante la ceremonia de ordenación. Silenciar esta realidad es ir en contra del espíritu del diaconado permanente tal como fue restaurado por el Concilio Vaticano II.
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4. Diáconos sólo cuando faltan curas
Otro error frecuente es considerar que los diáconos sólo son necesarios cuando escasean los sacerdotes.
Es una visión utilitarista, que ignora que el diaconado es una vocación propia, no un «plan B» del sacerdocio. Es un ministerio ordenado, con identidad y funciones distintas, profundamente insertado en la vida social, laboral y familiar de la comunidad.
El testimonio de un diácono que comparte la vida cotidiana de su entorno, que trabaja, cuida de su familia y sirve en la Iglesia, es profundamente evangelizador. Su presencia puede ser especialmente significativa en barrios, escuelas y ambientes donde la Iglesia institucional apenas llega. No se trata de «reemplazar» curas, sino de enriquecer el rostro ministerial de la Iglesia con nuevos perfiles.
5. Falsa creencia: pensar que resta vocaciones sacerdotales
Algunos piensan que fomentar el diaconado puede disminuir el número de seminaristas. Los números en varios países demuestran lo contrario.
La diócesis norteamericana de Knoxville (Tennessee), por ejemplo, presenta una correlación positiva entre el crecimiento del diaconado y del presbiterado. Sirven a 73.000 católicos con 85 sacerdotes y 78 diáconos, y siguen ordenando ministros de ambos tipos.
Además, las familias de los diáconos suelen ser semilleros vocacionales. En Puerto Rico, se ha constatado que un tercio de los seminaristas son hijos de diáconos. Más diáconos puede significar también más vocaciones sacerdotales, porque se multiplica el testimonio cercano y familiar del ministerio ordenado.
6. “Eso ya lo hacen los laicos”
Otra objeción habitual es que muchas de las funciones del diácono pueden ser realizadas por laicos. Sin duda, los ministros extraordinarios de la comunión tienen un papel importante en comunidades rurales o sin sacerdotes. Pero su misión es limitada y no sustituye el alcance sacramental, litúrgico y pastoral del diaconado.
El diácono proclama el Evangelio, predica, preside celebraciones litúrgicas como bautismos o matrimonios sin misa, y tiene una misión especial en la caridad y el acompañamiento pastoral. A diferencia de los laicos, ha recibido el sacramento del orden y actúa en nombre de la Iglesia, no sólo como miembro activo. Reducir el diaconado a funciones técnicas es una visión empobrecida y parcial.
7. Escándalo por su vida familiar
En algunos ambientes, especialmente rurales o de escasa formación, todavía sorprende ver a un ministro ordenado con su esposa e hijos. Algunos fieles se extrañan al ver a alguien con alzacuello recogiendo a sus hijos del colegio o haciendo la compra con su familia. Pero esta imagen, lejos de ser escandalosa, es profundamente reveladora: muestra una Iglesia encarnada, cercana, plenamente humana.

La familiaridad con los modelos clericales célibes puede provocar un desconcierto inicial. Sin embargo, la experiencia demuestra que las comunidades pronto se acostumbran y valoran esta figura como algo natural y enriquecedor. En un contexto de descristianización, donde gran parte de la sociedad desconoce mucho del celibato sacerdotal, la figura del diácono casado puede ayudar a tender puentes con el mundo secular.
8. Formación: difícil pero no imposible
Uno de los argumentos más repetidos es la complejidad de la formación de los aspirantes al diaconado permanente, dado que suelen tener empleo, responsabilidades familiares e incluso viven lejos de los centros de formación. Sin embargo, en la era digital, estas dificultades pueden y deben superarse.
Es perfectamente viable diseñar una formación mayoritariamente online, con encuentros presenciales periódicos. Algunas diócesis ya han iniciado programas híbridos o completamente virtuales con buenos resultados.
Por otra parte, el aspecto económico no debería ser un obstáculo: las diócesis —propietarias en muchos casos de las facultades de Teología— tienen la responsabilidad de ofrecer esta formación sin que represente una carga excesiva para el candidato. No puede haber vocaciones bloqueadas por motivos económicos cuando se trata de una entrega generosa a la Iglesia.
Conclusión: una vocación desatendida
El diaconado permanente es una de las grandes asignaturas pendientes de la Iglesia en España. La falta de promoción, la escasa visibilidad, la confusión sobre su identidad y la resistencia a asumir sus características propias (como el matrimonio) están frenando un ministerio con un enorme potencial evangelizador.
No se trata solo de «aumentar el número», sino de entender y abrazar plenamente la riqueza del diaconado como vocación propia, al servicio de la liturgia, la palabra y la caridad. Solo entonces podremos dejar de ver estas ocho paradojas como obstáculos, y empezar a verlas como retos a superar con valentía y esperanza.