Jesús, mi Señor, mi Rey

Dice Santa Maravillas de Jesús a sus hijas carmelitas: “Ha querido le
llamen mendigo de amor… La verdad que es para volverse locos que desee
esto de sus pobres criaturas… A ver si sus esposas, las que Él ha
escogido, se lo dan de verdad, cada día más, cada momento más… ¡Pobre
Jesús mío! ¡Que le dejen tan solo… que le amen tan poco!” Tu alma, mi
alma, también está desposada espiritualmente con Cristo, nuestro Amado
Dios y Señor. Y Jesús mendiga, ¡mendiga!, nuestro amor… Sin grandes
aspavientos nos lo pide y sin grandes aspavientos hay que
corresponderle. No hace falta más que todo nuestro cariño y ternura en
los detalles cotidianos más pequeños pensando que se los hacemos a
Jesús: responder sonriendo a ese familiar que a veces me cansa, poner la
mesa con delicadeza… Solo una pregunta: ¿le vas a querer?



JésedCristo Rey y Señor   https://youtu.be/GgiLSibuEvo


Elena Fernández Andrés · https://twitter.com/poverellacm



La Verónica enjuga el rostro de Jesús +


«Sin figura, sin belleza… Lo vimos sin aspecto atrayente»
(Is 52, 2). Muchos pretenderían echar de la historia a esta intrusa de
la misericordia, cuyo gesto no viene recogido en el evangelio. Gracias a
Dios que existe esta mujer con su pañuelo, pasado furtivamente por un
rostro cubierto de sudor, sangre y salivazos. El rostro de Jesús, el
Hombre.


ACTUALIDAD


También hoy hay gente de la familia de la Verónica. Son personas que
tienen el coraje de realizar un gesto que no resuelve nada… No tienen la
pretensión de resolver los problemas globales, sino uno minúsculo:
aquel sufrimiento que tienen delante. El amor tiene una lógica en la
cual no hay gesto inútil o insignificante. Todo merece la pena cuando se
ama.


TÚ, YO, NOSOTROS


Demasiadas discusiones académicas. La insistencia en pensar en
«nuestras cosas». La cabeza y la boca en actividad frenética… y el
corazón distraído, tardo para entender.


Señor Jesús, dame la fuerza del gesto que
«no resuelve nada». El gesto de aquel que sale fuera del propio egoísmo y
pone al descubierto su corazón… de carne.


Montse de Javier · Comunidade Caná

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