Además de su discurso a las autoridades, el gran acto de Francisco en su jornada en Luxemburgo ha sido su encuentro con la comunidad católica del país, al que quiso asistir el Gran Duque Enrique. El acto tuvo lugar en la catedral de Notre-Dame, a cuya finalizacion emprendió camino a Bélgica.
La inmigración fue el tema nuclear de sus palabras a los presentes, tras escuchar el testimonio de vida y fe de tres de ellos: “En el Antiguo Testamento, hay como un estribillo que se repite y se repite tantas veces: la viuda, el huérfano y el extranjero. Tener compasión de los abandonados. En aquel tiempo las viudas y los huérfanos eran abandonados, como también los extranjeros, los migrantes. Los migrantes son parte de la Revelación“.
La reflexión del Papa se centro en tres palabras: servicio, misión y alegría.
“Yo, desde el servicio, quisiera encomendarles un aspecto que hoy es muy urgente: el de la acogida”, señaló: “El espíritu del Evangelio es espíritu de acogida, de apertura a todos, y no admite ningún tipo de exclusión. Los animo, por tanto, a permanecer fieles a esta herencia, a esta riqueza que ustedes tienen, a seguir haciendo de vuestro país una casa acogedora para todo el que llame a vuestra puerta pidiendo ayuda y hospitalidad.
En cuanto a la misión, hizo referencia a las palabras previas del cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, quien habló de la “evolución de la Iglesia luxemburguesa en una sociedad secularizada”.
“Me gustó esta expresión”, dijo Francisco, quien añadió: “La Iglesia, en una sociedad secularizada, progresa, madura, crece. No se repliega en sí misma, triste, resignada, resentida, no; sino que acepta el desafío, en fidelidad a los valores de siempre, de redescubrir y revalorizar de manera nueva los caminos de evangelización, pasando cada vez más de una simple propuesta de atención pastoral a una propuesta de anuncio misionero -y se necesita valor-“.
“Lo que nos impulsa hacia la misión no es la necesidad de ‘contar con números’, de hacer ‘proselitismo‘, sino el deseo de dar a conocer a la mayor cantidad posible de hermanas y hermanos la alegría del encuentro con Cristo“, resaltó Francisco, con el Espíritu Santo “ayudándonos a vencer el miedo de emprender nuevos caminos, empujándonos a acoger con agradecimiento la aportación de los demás”.
De ahí la “alegría”, con la que cerró el trío de conceptos que presentó ante los católicos luxemburgueses: “Nuestra fe es así. Es alegre, ‘danzante’, porque nos manifiesta que somos hijos de un Dios amigo del hombre, que nos quiere contentos y unidos, que nada lo hace más feliz que nuestra salvación. Y sobre esto, tengan presente por favor que a la Iglesia le hacen daño esos cristianos tristes, aburridos y con la cara larga. Estos no son cristianos. Por favor, tengan la alegría del Evangelio. Esto nos hace creer y crecer mucho”.