Encontrándome con Jesús en el mar

Pienso en los pasos tranquilos de Jesús sobre las aguas. Oigo su voz
calmando el mar en la tormenta. En ese mar de Galilea. Su voz profunda
como el sonido de las aguas. Su mano firme sosteniendo el remo, el
timón, la vela. Su mano acariciando el agua al compás de los remos.


Navegando mar adentro. Conteniendo el aliento. Esperando una pesca
milagrosa en medio del silencio de un día que amanece lentamente. Sobre
el mar en calma. La vida se juega en decisiones simples. Posibles. En
márgenes cotidianos. Es extraordinario lo ordinario.


Oigo una voz sobre las aguas. Mi vida puede cambiar al ver un
simple gesto. O al escuchar una palabra importante. Jesús no sabe de
pesca. Pero sí conoce mi alma
. Y mi sed. Y mi llanto.


Y me abraza sobre las aguas sin necesidad de muchas palabras. Como
abrazó un día a Juan, a Andrés, a Pedro. Me abraza a mí mismo esta tarde
de invierno. Las olas muertas a mis pies. No han hecho casi ruido.
Muertas en una humedad que se me escapa.


Un simple gesto del mar. Un simple gesto de Jesús mirándome con
misericordia. Como a esos hombres en la orilla. Yo también como ellos
quiero dejar mis redes viejas en esta orilla tranquila. Me pesan tanto
mis viejas redes… Necesito otras redes más nuevas. Quizás también otra
barca.


Me gusta la calma de las olas. Me gusta ver a Jesús navegando hondo y
haciéndose pequeño al remar con fuerzas. Mecido por las aguas. Por mis
aguas. En este mismo mar que me calma por dentro. Quiero dejarlo todo y
seguir su voz sobre las aguas.


Su pasión, su fuerza, sus brazos firmes, sus piernas rápidas. Son
gestos. Son palabras. Como la primera vez que vino a mi vida. Como
tantas veces cuando ha vuelto y se ha quedado. Con sus ojos que miraron
este mismo mar tantas veces. El mismo mar de mi alma. Jesús oyó las
mismas olas. Pescó los mismos peces vivos bajo el agua.


Me gustan sus gestos tranquilos. Era un hombre lleno de paz, y de luz, y de misterio. Un hombre apasionado por la vida, inquieto. Había tanto que hacer en este mundo. Buscaba la paz y el silencio de este mar tranquilo. Sin voces extrañas. ¡Cuánto silencio!


Pero no podía permanecer escondido. Era tanta el hambre… Yo también lo veo. Y me duele. Como a Jesús tantas veces. Es necesario salir a predicar. Quiero romper las barreras y salir a curar enfermos. A expulsar demonios. A abrazar heridos. Hay tanta muerte. Tanta soledad.


Me voy a otra orilla. A su orilla. A descansar con Él en su playa. En
su silencio. Y la gente lo busca. Saben que son sus gestos los que
devuelven la vida. Me conmueve la fuerza de sus manos. Yo soy pobre ante Él.


Me quedo mirando callado su mar con las manos vacías. Su barca tan
cerca de mi orilla. Yo tan lejos en mi propia barca. Tengo tantos miedos
cerca de esta orilla. Escucho su voz y algo se conmueve muy dentro del
pozo de mi alma. Mar adentro. Nítida su voz sobre las aguas. Vence el
miedo esa voz llena de verdades.


Quiero ir con Él hasta donde Él vaya. Sé que hay un
hueco en su barca, eso seguro. Navega hondo. Cojo sus redes con mis
torpes manos. Dejé ya mis viejas redes en la orilla. Jesús permanece
callado en mi barca. En mi orilla. Su silencio me da tanta paz…


Me acompaña mientras navego en sus manos. Con el suave balanceo de
las olas. Me calmo por dentro. Y me inquieto. Hay tanto que hacer
delante de mis ojos. Los peces nadan en lo hondo y yo los veo. Escucho
en silencio.


No tengo miedo a la vida que florece en mis manos. En su orilla el
mar llega despacio y se retira lentamente. Sin hacer ruido. Se calma
todo al llegar. Como mi vida.


Me gustan más los gestos de Jesús que sus palabras,
eso lo tengo claro. La pasión de su mirada. La fuerza de sus manos. La
intensidad de sus pasos. La presión de su abrazo. La paz de su descanso.


Cuando reza en silencio se eleva la sutil presencia de Dios
que todo lo transforma. Ojalá pudiera navegar siempre sin miedo por sus
mares, en su barca
. Venciendo el miedo que me impide dejar tantas cosas. El miedo que no me deja romper todos mis límites.


Las olas suavizan mis torpezas, como las piedras lisas. Me llama
Jesús con su voz suave. Se acerca hasta mi orilla. Pronuncia mi nombre. Y
yo lo espero. Este mar se mete dentro del alma. Muy dentro. Una música
que añoro toda mi vida. La voz de sus silencios.


Vuelvo hasta su mar para que me hable en sus olas. Para que me grite
en su viento. Es la certeza que decide mi vida. Él va conmigo. Yo voy
con Él. En su barca. No se apaga el miedo, lo sé, pero se calma.


Y sigo sus pasos sobre las olas. Sus pies en mis pies. Amo sus gestos. Me dejo abrazar por Él. Sostener sobre las aguas. Pierdo el miedo. 

Carlos Padilla

Aleteia