El Papa, a los líderes de la UE: «Sin el cristianismo, los valores occidentales son incomprensibles»

Ante los jefes de Estado y de gobierno
de la Unión Europea, congregados para la celebración del 60º aniversario
del Tratado de Roma, Francisco evocó el espíritu de los padres
fundadores, a quienes citó con profusión durante su discurso, y animó a
revitalizarlo en torno a una palabra: “Esperanza“. (Ver abajo el discurso íntegro.)

“A quien gobierna compete discernir los caminos de la esperanza: ésa es
la tarea de ustedes”, dijo el Papa a los presentes tras escuchar los
discursos de Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, y del primer ministro italiano, Paolo Gentiloni. Les escuchaban los representantes de los 27 países miembros de la Unión Europea, con la excepción de la británica Theresa May,
tanto por la situación creada tras el atentado del miércoles en Londres
como porque el Reino Unido activará el Brexit la semana que viene.
Entre los presentes, François Hollande (quien besó dos veces al Papa en el breve saludo que recibió el pontífice de cada uno de ellos), Angela Merkel y Mariano Rajoy.

En la primera parte de su discurso, Francisco evocó con frecuencia a los
jefes de Estado, de gobierno y de la diplomacia europeos que
posibilitaron la firma del Tratado de Roma, embrión de la UE, y que
respondía, dijo “a una particular concepción de la vida a medida del
hombre, fraterna y justa”: “Europa no es un conjunto de reglas que
observar, no es un prontuario de protocolos y de procedimientos. Es una
forma de vida, un modo de concebir el hombre a partir de su
dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de
derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar
“.

En ese sentido, recordó que ese concepto de la persona humana incluye “su fermento de fraternidad evangélica
y se articula en torno a la idea de “solidaridad” entre los pueblos
europeos y con otros pueblos. El Papa hizo alusión en varias ocasiones
al problema de los inmigrantes y de los refugiados, invitando a esa
solidaridad con ellos.

Francisco recordó que el “denominador común” de los padres fundadores
fue “el espíritu de servicio unido a la  pasión política”, y a la
conciencia del papel como fermento “que se encuentra en el cristianismo, sin el cual los valores occidentales de dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles“.

El Papa lamentó la existencia en Europa tanto de tendencias
“centrífugas” como “uniformizadoras”, frente a lo cual apostó por la
unidad en las diferencias: “Europa encuentra la esperanza en la
solidaridad, que es la alternativa a los modernos populismos“.
Éstos “florecen por el egoísmo que se encuentra en un círculo estrecho y
sofocante que no consiente superar la limitación del propio
pensamiento”. Y propuso una “esperanza” basada en que la historia de
Europa “está determinada por el encuentro con otros pueblos y culturas. Su identidad siempre ha sido dinámica y multicultural“.

Entre los valores constitutivos de esa identidad, el Papa citó la “familia como célula fundamental de la sociedad” y la defensa de “la vida en toda su sacralidad”.

Francisco comprometió la “proximidad de la Santa Sede y de la Iglesia” a la edificación de Europa, “invocando para ella la bendición del Señor para que la proteja y le dé paz y progreso“.

Discurso íntegro del Papa Francisco a los líderes de la UE
Distinguidos invitados:

A los Padres de Europa he dedicado esta primera parte de mi
intervención, para que nos dejemos interpelar por sus palabras, por la
actualidad de su pensamiento, por el apasionado compromiso en favor del
bien común que los ha caracterizado, por la convicción de formar parte
de una obra más grande que sus propias personas y por la amplitud del
ideal que los animaba. Su denominador común era el espíritu de servicio,
unido a la pasión política, y a la conciencia de que “en el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo”,[12]
sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y
justicia resultan incomprensibles. “Y todavía en nuestros días ―afirmaba
san Juan Pablo II― el alma de Europa permanece unida porque, además de
su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son
los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de
justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor
a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de
cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan”.[13]

En nuestro mundo multicultural tales valores seguirán teniendo plena
ciudadanía si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró.
En la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades
auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que
encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y
el no creyente. En los últimos sesenta años el mundo ha cambiado mucho.
Si los Padres fundadores, que habían sobrevivido a un conflicto
devastador, estaban animados por la esperanza de un futuro mejor y con
una voluntad firme lo perseguían, para evitar que surgieran nuevos
conflictos, nuestra época está más dominada por el concepto de crisis.

Está la crisis económica, que ha marcado el último decenio,
la crisis de la familia y de los modelos sociales consolidados, está la
difundida “crisis de las instituciones” y la crisis de los emigrantes
:
tantas crisis, que esconden el miedo y la profunda desorientación del
hombre contemporáneo, que exigen una nueva hermenéutica para el futuro. A
pesar de todo, el término «crisis» no tiene por sí mismo una
connotación negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay
que superar. La palabra crisis tiene su origen en el verbo
griego crino (κρίνω), que significa investigar, valorar, juzgar. Por
esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita a
valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un
tiempo de desafíos y de oportunidades.

Entonces, ¿cuál es la hermenéutica, la clave interpretativa con la
que podemos leer las dificultades del momento presente y encontrar
respuestas para el futuro? Evocar las ideas de los Padres sería en
efecto estéril si no sirviera para indicarnos un camino, si no se
convirtiera en estímulo para el futuro y en fuente de esperanza. Cada
organismo que pierde el sentido de su camino, que pierde este mirar
hacia delante, sufre primero una involución y al final corre el riesgo
de morir.
¿Cuál es la herencia de los Padres fundadores? ¿Qué
prospectivas nos indican para afrontar los desafíos que nos aguardan?
¿Qué esperanza para la Europa de hoy y de mañana?

La respuesta la encontramos precisamente en los pilares sobre los que
ellos han querido edificar la Comunidad económica europea y que ya he
mencionado: la centralidad del hombre, una solidaridad eficaz, la
apertura al mundo, la búsqueda de la paz y el desarrollo, la apertura al
futuro. A quien gobierna le corresponde discernir los caminos
de la esperanza, identificar los procesos concretos para hacer que los
pasos realizados hasta ahora no se dispersen, sino que aseguren un
camino largo y fecundo.

Europa encuentra de nuevo esperanza cada vez que pone al hombre en el
centro y en el corazón de las instituciones. Considero que esto implica
la escucha atenta y confiada de las instancias que provienen tanto de
los individuos como de la sociedad y de los pueblos que componen la
Unión. Desgraciadamente, a menudo se tiene la sensación de que
se está produciendo una “separación afectiva” entre los ciudadanos y las
Instituciones europeas
, con frecuencia percibidas como lejanas
y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la Unión.
Afirmar la centralidad del hombre significa también encontrar
el espíritu de familia, con el que cada uno contribuye libremente, según
las propias capacidades y dones, a la casa común. Es oportuno tener
presente que Europa es una familia de pueblos[14] y, como en toda buena
familia, existen susceptibilidades diferentes, pero todos podrán crecer
en la medida en que estén unidos.

La Unión Europea nace como unidad de las diferencias y unidad en las
diferencias. Por eso las peculiaridades no deben asustar, ni se puede
pensar que la unidad se preserva con la uniformidad. Esa unidad es más
bien la armonía de una comunidad. Los padres fundadores
escogieron precisamente este término como punto central de las entidades
que nacían de los Tratados, acentuando el hecho de que se ponían en
común los recursos y los talentos de cada uno.
Hoy la Unión
Europea tiene necesidad de redescubrir el sentido de ser ante todo
“comunidad” de personas y de pueblos, consciente de que “el todo es más
que la parte, y también es más que la mera suma de ellas”,[15] y por lo
tanto “hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos
beneficiará a todos”[16]. Los Padres fundadores buscaban aquella armonía
en la que el todo está en cada una de las partes, y las partes están
―cada una con su originalidad― en el todo.

Europa vuelve a encontrar esperanza en la solidaridad, que es también
el antídoto más eficaz contra los modernos populismos. La solidaridad
comporta la conciencia de formar parte de un solo cuerpo, y al mismo
tiempo implica la capacidad que cada uno de los miembros tiene para
“simpatizar” con el otro y con el todo. Si uno sufre, todos sufren
(cf. 1 Co 12,26). Por eso, hoy también nosotros lloramos con el Reino
Unido por las víctimas del atentado que ha golpeado en Londres hace dos
días. La solidaridad no es sólo un buen propósito: está
compuesta de hechos y gestos concretos que acercan al prójimo, sea cual
sea la condición en la que se encuentre
.

Los populismos, al contrario, florecen precisamente por el egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante
y no nos permite superar la estrechez de los propios pensamientos ni
“mirar más allá”. Es necesario volver a pensar en modo europeo, para
conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo,
el triunfo de los particularismos. A la política le corresponde esa leadership ideal,
que evite usar las emociones para ganar el consenso, para elaborar en
cambio, con espíritu de solidaridad y subsidiaridad, políticas que hagan
crecer a toda la Unión en un desarrollo armónico, de modo que el que
corre más deprisa tienda la mano al que va más despacio, y el que tiene
dificultad se esfuerce para alcanzar al que está en cabeza.

Europa vuelve a encontrar esperanza cuando no se encierra en el miedo de las falsas seguridades. Por el contrario,
su historia está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos
y culturas, y su identidad “es, y siempre ha sido, una identidad
dinámica y multicultural”
.[17] En el mundo hay interés por el
proyecto europeo. Así ha sido desde el primer momento, como demuestra la
multitud que abarrotaba la plaza del Campidoglio y los mensajes de
felicitación que llegaban de otros Estados. Aún más interés hay hoy,
empezando por los Países que piden entrar a formar parte de la Unión,
como también de los Estados que reciben las ayudas que, con gran
generosidad, se les ofrecen para afrontar las consecuencias de la
pobreza, de las enfermedades y las guerras. La apertura al mundo implica
la capacidad de “diálogo como forma de encuentro”[18] a todos los
niveles, comenzando por el que existe entre los Estados miembros y entre
las Instituciones y los ciudadanos, hasta el que se tiene con los
muchos inmigrantes que llegan a las costas de la Unión.

No se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos
años como si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad.
La cuestión migratoria plantea una pregunta más profunda, que es sobre
todo cultural. ¿Qué cultura propone la Europa de hoy? El miedo que se
advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de
ideales. Sin una verdadera perspectiva de ideales, se acaba
siendo dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras
costumbres arraigadas
, nos prive de las comodidades adquiridas,
ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida basado sólo con
frecuencia en el bienestar material. Por el contrario, la riqueza de
Europa ha sido siempre su apertura espiritual y la capacidad de
platearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia. La
apertura hacia el sentido de lo eterno va unida también a una apertura
positiva, aunque no exenta de tensiones y de errores, hacia el mundo.

En cambio, parece como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas, y le hubiera hecho bajar la mirada. Europa
tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece
ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad,
y
que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo,
terreno fértil para toda forma de extremismo. Estos son los ideales que
han hecho a Europa, la “península de Asia” que de los Urales llega hasta
el Atlántico.

Europa vuelve a encontrar esperanza cuando invierte en el desarrollo y
en la paz. El desarrollo no es el resultado de un conjunto de técnicas
productivas, sino que abarca a todo el ser humano: la dignidad de su
trabajo, condiciones de vida adecuadas, la posibilidad de acceder a la
enseñanza y a los necesarios cuidados médicos. “El desarrollo es el
nuevo nombre de la paz”,[19] afirmaba Pablo VI, puesto que no existe
verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la
miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa
de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades,
donde abunda la droga y la violencia.

Europa vuelve a encontrar esperanza cuando se abre al futuro. Cuando
se abre a los jóvenes, ofreciéndoles perspectivas serias de educación,
posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo. Cuando
invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de la
sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus ciudadanos. Cuando
garantiza la posibilidad de tener hijos, con la seguridad de poderlos
mantener. Cuando defiende la vida con toda su sacralidad.

Distinguidos invitados:

Con el aumento general de la esperanza de vida, los sesenta años se
consideran hoy como el tiempo de la plena madurez. Una edad crucial en
la que estamos llamados de nuevo a revisarnos. También hoy, la Unión
Europea está llamada a un replanteamiento, a curar los inevitables
achaques que vienen con los años y a encontrar nuevas vías para
continuar su propio camino. Sin embargo, a diferencia de un ser humano
de sesenta años, la Unión Europea no tiene ante ella una inevitable
vejez, sino la posibilidad de una nueva juventud. Su éxito dependerá de
la voluntad de trabajar una vez más juntos y del deseo de apostar por el
futuro. A vosotros, como líderes, os corresponde discernir el camino para un “nuevo humanismo europeo”,[20]
hecho de ideales y de concreción. Esto significa no tener miedo a tomar
decisiones eficaces, para responder a los problemas reales de las
personas y para resistir al paso del tiempo.

Por mi parte, renuevo la cercanía de la Santa Sede y de la Iglesia a
Europa entera, a cuya edificación ha contribuido desde siempre y
contribuirá siempre, invocando sobre ella la bendición del Señor,
para que la proteja y le dé paz y progreso. Hago mías las palabras que
Joseph Bech pronunció en el Campidoglio: Ceterum censeo Europam esse
ædificandam, por lo demás, pienso que Europa merezca ser construida.
Gracias.

_______________

[1] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).

[2] Ibíd.

[3] A. De Gasperi, Nuestra patria Europa. Discurso a la Conferencia
Parlamentaria Europea (21 abril 1954), en: Alcide De Gasperi e la
politica internazionale, Cinque Lune, Roma 1990, vol. III, 437-440.

[4] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.

[5] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).

[6] Ibíd.

[7] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).

[8] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).

[9] P.H. Spaak, Discurso, cit.

[10] Discurso a los Miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (9 enero 2017).

[11] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.

[12] A. de Gasperi, La nostra patria Europa, cit.

[13] Acto Europeo en Santiago de Compostela (9 noviembre 1982): AAS 75/I (1983), 329.

[14] Cf. Discurso en el Parlamento Europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 1000.

[15] Exhort. Apost. Evangelii Gaudium, 235.

[16] Ibíd.

[17] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 4.

[18] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 239.

[19] Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 87: AAS 59 (1967), 299.

[20] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 5.

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