Thérèse Hargot, 35 años, es belga, está casada y, tiene tres hijos.
Es licenciada en Filosofía y máster en Ciencias Sociales por la Sorbona
de París y se ha especializado en terapia de pareja y en sexualidad
humana. Se confiesa no creyente, pero no duda en afirmar que la visión de la Iglesia sobre las relaciones entre hombre y mujer es “verdadera”.
En más de una ocasión ha reflexionado sobre el daño del feminismo y la pornografía a la mujer, y en su último libro
aborda las consecuencias sobre el amor de la liberación sexual iniciada
en los años 60 y 70. Le inquietan especialmente los jóvenes, explica en
una entrevista de Albin Michel en Le Figaro:
-¿Puede el coronavirus salvar el amor?
-Estoy convencida de ello. Confinados en el seno de la familia nuclear, estamos obligados a una relación cara a cara
que, con frecuencia, tenemos la costumbre de evitar cuidadosamente. El
deporte, el trabajo, los amigos, nos sirven a menudo como escapatorias
para huir de los sufrimientos asociados a la relación.
-¿Por qué este cara a cara constituye una prueba para la pareja?
-Es un doble o nada. En nueve meses tendremos, o un boom de natalidad, o un aumento de los divorcios, como se ha constatado en China después del confinamiento.
-¿Cómo transformar este tiempo de confinamiento en un periodo de bendición?
-Ante todo, quitándole dramatismo a los conflictos. En un momento tan particular, es normal que aparezcan las dificultades. No hay que precipitarse
y sacar conclusiones sobre el final del amor. Al contrario, abordemos
nuestras dificultades de frente y hablemos de ellas juntos.
»Mi segundo consejo es dejarse ayudar cuando se sienta esta
necesidad. En nuestra sociedad, nunca ha sido tan difícil amarse de
manera duradera y, al mismo tiempo, nunca hemos tenidos tantos
instrumentos al servicio del amor y de la pareja para reparar los
vínculos dañados.
»El tercer consejo es usar y abusar del humor para neutralizar
los conflictos, las tensiones, las inquietudes. Jugar, reír,
divertirse, soñar juntos, aprovechar el confinamiento para volver a
introducir la alegría y la ligereza en nuestra familia y en nuestra
pareja.
-Los adultos de hoy, herederos del 68, ¿tienen una visión errónea de la pareja?
-El amor se ha idealizado, sólo debe rimar con placer. Así, en el
momento en que nuestros deseos más inmediatos ya no son satisfechos,
cuestionamos al otro y queremos reemplazarlo. A diferencia de nuestros
abuelos, pertenecemos a una época en la que descartamos el juguete
roto… De hecho, la liberación sexual liberó la pulsión sexual y destruyó nuestra capacidad de amar al otro por lo que es.
¿Acaso el amor no es esforzarse en ver al otro como un diamante en
bruto? El objetivo de la relación es devolverle todo su esplendor. Cada
persona tiene mil y una facetas que nunca acabamos de explorar.
-El título de su ensayo, Qu’est-ce qui pourrait sauver l’amour? [¿Qué es lo que podría salvar al amor?] es alarmista: ¿de verdad cree que el final del amor está cerca?
-Es absolutamente necesario recuperar la relación. El modelo individualista de la liberación sexual lleva, inevitablemente, al final del amor.
Y casi hemos llegado. Respecto al nivel tan fundamental de la
intimidad, es necesario oponer a la sexualidad pulsional, genital,
recreativa, la que busca el placer a cualquier precio, una sexualidad de relación,
que es la que tiene por objetivo ser testimonio de su amor, para
reforzar el vínculo. La sexualidad de orificio fomentada por el mundo
del porno reduce a la mujer y al hombre a pedazos de carne. La
sensualidad humaniza la sexualidad: tener tiempo para mirarse,
abrazarse, acariciarse, hablar…
-Parece preocupada por la generación de los 20-35 años, a la que usted pertenece…
-Cuando hablo con los jóvenes, estos se sorprenden cuando descubren
que la sexualidad puede estar insertada en la relación. Cuando les
hablamos, se adhieren a esta idea porque todos quieren amar y ser
amados. Criados con la pornografía, no sólo por medio de las películas,
sino también por el ambiente porno que caracteriza los programas
de televisión y de la radio, o las series, notan su carácter violento y
adictivo, pero no consiguen salir de él. Es necesario proponerles, con
firmeza, un camino de coherencia y resistencia.
Como ella misma explica, en su último libro
Thérèse Hargot se pregunta qué podría salvar el amor: “Estamos
asistiendo a una transformación de la sexualidad y a una pérdida de la
relación”. Ella propone una nueva visión de la sexualidad y del
feminismo, que denomina “feminismo ecológico” porque tendría “como
emblema” los métodos naturales de regulación de la natalidad, es decir,
“el conocimiento por parte de las mujeres y de los hombres de su cuerpo y
de su fertilidad”. Este conocimiento “permite respetarse a sí mismo,
respetar al otro, la admiración, la comunicación, actitudes necesarias
para el amor”. Es “una revolución del amor para salvar las relaciones
humanas”, destruidas entre otras cosas, como insiste en buena parte de
sus intervenciones, por los métodos anticonceptivos.
-¿Tienen los jóvenes una discapacidad afectiva, relacional?
-Sí. La mayor parte de ellos son discapacitados afectivos,
ineptos para la relación humana. Para establecer una relación con el
otro, es necesario ante todo construir la persona, tener una cierta
madurez afectiva. Sólo el adulto puede amar en la diferencia, amar la
diferencia. La sexualidad precoz es a menudo vivida como un medio de
reafirmación narcisista (¿soy deseable? ¿soy lo suficientemente viril?,
etc.), replegada fatalmente hacia sí misma y no hacia el otro.
-¿Cuál es, en su opinión, la mayoría de edad sexual?
-Creo que es fundamental recordar que ejercer el proprio
consentimiento requiere una madurez afectiva previa y una capacidad de
decir no. La mayoría sexual debería ser la mayoría de edad: 18 años. Se
necesita tiempo para ser capaz de comprender lo que está en juego. La
nueva generación banaliza la sexualidad. El sexo se ha convertido en un
producto de consumo: se dice que “tenemos sexo” como se dice que
“jugamos al tenis”. Creo que es un error creer que todo está permitido si hay consentimiento. Es un modo de lavarse colectivamente las manos.
-¿Qué consejo daría a los padres?
-Los padres tienen que hacer el esfuerzo de comprender a los jóvenes y
el mundo en el que estos se desarrollan para acompañarles mejor. Las
cosas cambian a gran velocidad, sobre todo con internet. En realidad,
las dificultades a las que se enfrentan los jóvenes son producto de la educación que no han recibido.
Hace años que me dedico a la educación afectiva, sexual y relacional en
ámbito escolar y constato que los padres ya no llevan a cabo su papel,
han dimitido de su función.
-¿Qué opina de la noción de consentimiento?
-Que es compleja. Los jóvenes confunden dar el consentimiento con
libre albedrío y la excitación sexual. Se sorprenden cuando les
recordamos que el consentimiento tiene que ver con una inteligencia plena y consciente,
que no es posible bajo el efecto del alcohol y las drogas. Los cuerpos
pueden estar dispuestos al acto sexual, pero la persona no.
»El cuerpo puede dar signos de excitación sin que el individuo esté
de acuerdo con lo que está en juego. Esta confusión es grave y difícil
de explicar. El consentimiento es cuestionable. Las chicas y los chicos
quieren saber si pueden ser amados. Si ceden a las exigencias sexuales,
es para estar seguros de ser considerados; en caso contrario, tienen
miedo de ser tratados, en el caso de las chicas, de engreídas y, en el
de los chicos, de faltos de virilidad.
-La anticoncepción química es, en su opinión, la culpable de esta situación. ¿Por qué?
-La revolución sexual, cuyo emblema es la píldora anticonceptiva,
produjo una disociación de las mujeres con su propio cuerpo. Con la
excusa de liberarlas, la química y las hormonas de síntesis las
mantienen en un estado de dependencia de las empresas farmacéuticas y de
los médicos, dañan su salud, frustran su deseo verdadero, su capacidad
de escucharse de verdad, profundamente, transformándolas poco a poco en instrumentos sólo para el placer. Por desgracia, el cuerpo ya está asignado únicamente a recibir y procurar placer, ha perdido su dimensión sagrada.
»La paradoja del movimiento feminista, que causa estragos desde hace cincuenta años, es que anima a las mujeres a modificar su cuerpo para responder al ideal masculino,
en lugar de valorizar el cuerpo femenino. Es así cuando se afirma que
se es “feminista” negando que existe un “ser femenino”. Se les dice a
las mujeres que deben alcanzar su “retraso” respecto al hombre en los
ámbitos económico, político, artístico, intelectual, despreciando el
papel que ellas tienen en su familia y en la sociedad por el bien común.
Simone de Beauvoir y sus herederas no son feministas, ¡son “masculinistas“!
-En su opinión, lo que parece estar en peligro es la unidad de la persona humana…
-Para ser capaz de registrarse en una aplicación facilitadora de
“sexo casual” como Tinder o Adopteunmec.com, que reduce a cada usuario a
un producto de consumo, clasificado en función de su “puntuación de
deseabilidad”, se necesita haber desarrollado la capacidad de disociar el cuerpo del propio espíritu.
En su origen, un niño tiene una cierta unicidad. La educación o las
experiencias de vida le hacen perder su sentido de persona, su dignidad.
»Creo, por ejemplo, que exponer a los menores a imágenes pornográficas constituye un abuso sexual, con las mismas consecuencias y la misma capacidad de disociar el cuerpo, el corazón y el espíritu. La anticoncepción precoz facilita esta disociación.
El cuerpo se convierte en una cosa, una maquina externa a uno mismo que
hay que dominar. Las rupturas amorosas son a veces tan dolorosas que
algunos prefieren no volver a comprometer su corazón en la relación
sexual. Esta disociación interior impide que conozcamos al otro
enteramente. En resumen, nos impide amar.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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