El Concilio Vaticano II: 50 años después

Segunda Predicación de Adviento 2012

P. Raniero Cantalamessa, OFM Cap

ROMA, viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- 

El predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero
Cantalamessa, en su segunda meditación de Adviento dio hoy su versión de lo que
supuso el Concilio Vaticano II para la Iglesia y para el mundo. En este sentido
ha hecho un relectura de las tres claves de lectura que hubo de esta asamblea
eclesial universal.

El fraile franciscano, siguiendo su plan de Adviento,
reflexionó hoy sobre el segundo motivo de celebración: el quincuagésimo
aniversario del Concilio Vaticano II
.

El predicador de la Casa
Pontificia comentó las tres claves de lectura que hubo del magno acontecimiento
eclesial: actualización, ruptura, novedad en la continuidad.

En el Concilio, según el padre
Cantalamessa, se delinearon dos facciones opuestas según que se la continuidad
con el pasado, o la novedad respecto de éste. Entre estos dos frentes -coincidentes
en la afirmación del hecho, pero opuestos en el juicio sobre él-, se sitúa la
posición del Magisterio papal que habla de «novedad en la continuidad».

“Benedicto XVI admite que
ha habido una cierta discontinuidad y ruptura, pero ésta no afecta a los
principios y a las verdades a la base de la fe cristiana, sino a algunas
decisiones históricas”, afirmó el predicador.

La lectura del Concilio hecha
propia por el Magisterio -la de la novedad en la continuidad-, tuvo un precursor
ilustre en el Ensayo sobre desarrollo de la doctrina cristiana del
cardenal Newman, definido a menudo, también por esto, como «el Padre ausente
del Vaticano II».

¿Qué es lo que permite hablar
de novedad en la continuidad, de permanencia en el cambio, si no es
precisamente la acción del Espíritu Santo en la Iglesia? “La insuficiente
atención al papel del Espíritu Santo explica muchas de las dificultades que se
han creado en la recepción del Concilio Vaticano II”, dijo el predicador.

“Se hablaba gustosamente -añadió-
del ‘espíritu del Concilio’, pero no se trataba, lamentablemente, del Espíritu
Santo. Por ‘espíritu del Concilio’ se entendía ese mayor impulso, valentía
innovadora, que no habría podido entrar en los textos del Concilio por las
resistencias de algunos y de los compromisos necesarios entre las partes”.

Según el fraile franciscano,
la verdadera clave de lectura pneumatológica del Concilio es ver cuál es el
papel del Espíritu Santo en la actuación del Concilio.

“¿Ha existido, en
realidad, este ‘nuevo Pentecostés’?”, se preguntó. “Un conocido
estudioso de Newman -respondió-, Ian Ker, puso de relieve la contribución que
puede dar, además de al desarrollo del Concilio, también a la comprensión del
postconcilio. A raíz de la definición de la infalibilidad papal en el Concilio
Vaticano I en 1870, el cardenal Newman se sintió llevado a hacer una reflexión
general sobre los concilios y sobre el sentido de sus definiciones. Su
conclusión fue que los concilios pueden tener a menudo efectos no pretendidos
en el momento por aquellos que participaron en ellos. Estos pueden ver mucho
más en ellos, o mucho menos, de lo que sucesivamente producirán tales
decisiones”.

“De este modo, Newman
-subrayó- no hacía más que aplicar a las definiciones conciliares el principio
de desarrollo que había explicado a propósito de la doctrina cristiana en
general. Un dogma, toda gran idea, no se comprende plenamente sino después de
que se han visto las consecuencias y los desarrollos históricos; después de que
el río -por usar su imagen- desde el terreno accidentado que lo ha visto nacer,
descendiendo, encuentra finalmente su lecho más amplio y profundo”.

A la pregunta de si ha habido
un nuevo Pentecostés, dijo, se debe responder sin vacilación: “¡Sí!”
¿Cuál es su signo más convincente?: “La renovación de la calidad de vida
cristiana, allí donde este Pentecostés ha sido acogido. Todos están de acuerdo
en considerar como el hecho más nuevo y más significativo del Vaticano II los
dos primeros capítulos de la Lumen
gentium
, donde se define a la Iglesia como sacramento y como pueblo de Dios
en camino bajo la guía del Espíritu Santo, animada por sus carismas, bajo la
guía de la jerarquía. La Iglesia como misterio y no solamente institución. Juan
Pablo II ha lanzado nuevamente esta visión haciendo de su aplicación el
compromiso prioritario en el momento de entrar en el nuevo milenio”.

Juan Pablo II veía en los movimientos
y comunidades parroquiales vivas “los signos de una nueva primavera de la
Iglesia”. El fraile hizo mención especial del movimiento: la Renovación
Carismática, o Renovación en el Espíritu.

Y siguió preguntándose:
“¿Cuál es el significado del Concilio, entendido como el conjunto de los
documentos producidos por él, la Dei
Verbum, la Lumen gentium, Nostra
aetate, etc.? ¿Los dejaremos de lado para esperar todo del Espíritu?”. La
respuesta -dijo- está contenida en la frase con la que Agustín resume la
relación entre la ley y la gracia: “La ley fue dada para que se buscara la
gracia y la gracia fue dada para que se observara la ley”.

“A 50 años de distancia sólo podemos constatar el
pleno cumplimiento por parte de Dios de la promesa hecha a la Iglesia por boca
de su humilde servidor, el beato Juan XXIII”, concluyó. 

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