Déjame llorar

Seguro que todos los que comenzáis a leer estas letras comenzáis también a tararear las siguientes:


Cállate niña, no llores más, tú sabes que mamá debía morir. Ella
desde el cielo te cuidará, cállate niña no llores más. Nunca sabrás
cuánto sufrió, ahora ella duerme sin fin. Es mejor que sea así, no
llores, no llores más…
”.


Esta famosa canción de Jeanette, que aún vive en el recuerdo musical
de la mayoría, muestra cómo nos han enseñado, durante mucho tiempo, a
comportarnos ante la pérdida de un ser querido: guardando silencio y
evitando llorar, al menos en público.


Además de los imperativos “Cállate” y “no llores más” que impiden la expresión de los sentimientos, el pronunciar frases de consuelo del tipo: “desde el cielo te cuidará”, “nunca sabrás cuánto sufrió, ahora ella duerme sin fin, es mejor que sea así”,
trata de minimizar la reacción de tanto llanto porque se considera
desproporcionada a la situación que se vive. Seguro que nos es conocido
este tipo de acompañamiento y, es posible, que alguna vez también
nosotros hayamos acompañado así. Somos fruto de una educación recibida.
Tal vez es tiempo de desaprender.


Creo no equivocarme si afirmo que, salvo excepciones patológicas,
ante una persona que sufre a todos nos brota el deseo de consolar. Y
tampoco creo equivocarme si afirmo que, en muchas ocasiones, no sabemos
cómo hacerlo. Hay situaciones que nos superan, no tenemos palabras. A
veces, con la mejor de las intenciones, decimos o hacemos cosas que no
ayudan, que no consuelan. En ocasiones, esos deseos de consolar se
mezclan con una huída propia para evitar el dolor uno mismo. ¿Por qué
tantas veces nos sale decirle al sufriente “no llores”? ¿Por qué
sentimos vergüenza o pedimos disculpas si nosotros nos emocionamos y nos
ponemos a llorar? Las lágrimas, una de las expresiones más frecuentes
en el duelo, tienen poder terapéutico. ¡Qué sano es llorar! Llorar
desahoga, relaja, serena, limpia, drena los sentimientos… ¡Qué bien se
queda uno después de una gran llorera!


Es saludable que el que acompaña en el dolor, el que hace camino a
través de la escucha o de otras múltiples formas permita desahogarse,
invite a hacerlo, e incluso a veces lo provoque.


¿Y si el escucha se emociona con el dolor y las lágrimas del
doliente? Pues quizá habría que preguntarse si hay algo de malo en
compadecerse y emocionarse con el dolor del hermano. Sin duda, una buena
respuesta la encontramos en Romanos 12: “con quien llora, llorad”.


Susana Doval Rodríguez

Voluntaria del Centro Diocesano de Escucha San Camilo de Pontevedra

Archidiócesis de Santiago de Compostela

pastoralsantiago.es

Foto: Miguel Castaño