Cómo adaptar el lenguaje de hoy a la evangelización: Tres cambios fundamentales para el catequista

Cómo llevar el mensaje del
Evangelio a los alejados y a los jóvenes con un lenguaje que entiendan y
de una manera que sea capaz de llamarles la atención.
Esta es
una cuestión muy común a la que evangelizadores y catequistas se
enfrentan de manera constante en una sociedad en constante cambio y ya
secularizada, que ya no entiende el lenguaje religioso.

El propio Papa Francisco habla del anuncio de la Palabra que se da en la
catequesis aunque destacando igualmente la necesidad de una “adecuada
ambientación y una atractiva motivación”. Es precisamente aquí donde
pretende arrojar luz el sacerdote Manuel María Bru, doctor en Periodismo, presidente de la Fundación Crónica Blanca y profesor en varias universidades.

En su nuevo libro Asombro y empatía (Ciudad Nueva) ofrece “dos claves para renovar el lenguaje de la evangelización y de la catequesis”. El libro ofrece algunas claves para una nueva evangelización cada vez más urgente.

La importancia del “asombro”

En primer lugar, Bru destaca la importancia del “asombro” en la evangelización, un lenguaje que lleve a recuperar “una verdadera catequesis de la experiencia, de iniciación y de conversión cristianas”.

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Esta experiencia lleva a superar “una catequesis meramente doctrinal”
que no entienden los que no han tenido la experiencia religiosa del
asombro. Pero también debe ir más allá de aquella catequesis que para
intentar conectar con el joven o el alejado no abre “una puerta a la
experiencia del asombro ante Dios y de la conversión e Él”.

Sólo es capaz de contagiar el asombro quien vive del asombro”, explica el autor.

Sin empatía la evangelización no cala

No menos importante que el asombro es la empatía, la forma de
presentarse ante el otro para anunciar el Evangelio. No sólo es ofrecer
esta Buena Nueva sino cómo ofrecerla. Es por ello por lo que el Papa Francisco habla de que es “bueno que puedan vernos como “alegres mensajeros”.

Es importante tener un lenguaje y una forma de transmitir que “conecte” con una sociedad que el autor define como “la cultura débil del tiempo posmoderno, de la sociedad de la información y, entre otras muchas cosas, líquida y desvinculada”.

Un cambio en el lenguaje y en el enfoque

Atendiendo a esta cultura de hoy, la evangelización y sobre todo la
catequesis necesitan un formato diferente al que se ha llevado a cabo
durante décadas. El lenguaje religioso y el lenguaje de hoy necesitan
cambiar los verbos. Hay que pasar de explicar, entender y aprender a otros “más adecuados a la naturaleza misma de la catequesis”.

Estos son los verbos a utilizar hoy que propone este libro:

1. Provocar e inquietarse

En primer lugar el catequista o cualquier cristiano tienen que “provocar” interrogantes e inquietudes vitales propias del anhelo religioso en el catecúmeno o en el alejado.
La respuesta deseable por parte del destinatario de este mensaje sería
el “inquietarse” ante una provocación que despierta una dimensión
latente en este catecúmeno. Sin este paso, “difícilmente pueden darse
los siguientes, menos aún si el planteamiento sigue siendo el de
enseñar/aprender, pues, como expresa la parábola del sembrador, la
semilla caería en piedra, no entraría en la entraña vital del
evangelizado, y resbalaría”.

2. Promover y acoger

En este proceso catequético se pretende de manera paulatina “promover” una experiencia de Dios en la vida de la persona.
En este caso, el catequista en particular y la comunidad cristiana en
general tienen que ayudar, empujar y alentar este movimiento paulatino
que está realizando el catecúmeno y que debe hacer suyo.

Por ello, no se trata tanto de enseñar como de promover ni de aprender como de acoger.

3. Asombrar y asombrarse

Esta debería ser el punto al que se debería llegar pero “no tanto como fase final del proceso,
sino momentos en que el testigo es capaz de asombrar con su testimonio y
el acompañado en el itinerario catequético es capaz de asombrarse”. Y
es que sin asombro ante el Misterio de Dios, explica el autor, no hay
verdadera experiencia religiosa y por tanto iniciación cristiana.

Por todo ello, el cristiano “debería identificarse ante todo por ser un asombrado, y como tal, alguien capaz de asombrar a quienes lo rodean”.

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