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Asumir riesgos con paz ¿cómo se consigue?

La vida es incontrolable pero esta certeza te permitirá avanzar con seguridad entre la incertidumbre más grande

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La vida está llena de desafíos, momentos que piden asumir riesgos. ¿Cómo hacerlo con paz, y no quedarse paralizado por el miedo, o actuar sin la suficiente prudencia?

A veces un juego me puede enseñar a vivir. O la forma de vivir un deporte, o una competición. La forma de aceptar la victoria o la derrota me definen por dentro.

Ahí se ve quién soy, en mis reacciones. Se aprecia mi madurez o inmadurez, mi verdad o mi mentira. Sale lo que llevo dentro, lo que me llena de paz o de rabia. Todo depende.

La forma como vivo un deporte me enseña a vivir la vida. O puede suceder algo diferente. En otras ocasiones puede ser que un deporte, un trabajo, una afición, una obsesión, acaben limitándome para vivir.

Un espacio seguro

En una serie actual la protagonista es una jugadora de ajedrez. Cuando juega al ajedrez lo mide todo, conoce todas las reglas y es capaz de ver las posibles jugadas futuras.

Ve todas las posibles reacciones, las evalúa y las guarda en la memoria. Se mueve con agresividad en su juego y logra vencer en muchas ocasiones. Prevé las reacciones del rival y con frecuencia acierta.

Pero me llamó la atención que en su vida fuera del tablero no sabe cómo moverse ni actuar. No sabe cómo vivir fuera de las reglas del tablero de ajedrez.

Para ella ese tablero finito, con sus normas claras y precisas, con sus figuras limitadas, con los movimientos más o menos predecibles de cada pieza, es algo abarcable.

Conoce las leyes claras y sabe dónde va a estar la clave para vencer en cada partida. Se aprende las posibles situaciones que pueden darse en el desarrollo del juego.

No tiene miedo, porque controla el tablero del juego. Los movimientos están calculados y son precisos. Controla todo lo que puede suceder.

Ella misma se da cuenta de que fuera del tablero la vida es mucho más compleja. Fuera de un tablero conocido todo es diferente. Ahí las leyes no siempre se respetan. Y los movimientos casi nunca son predecibles.

Pueden pasar cosas inesperadas que no entran dentro de lo lógico, de lo previsible y de lo esperable. No se pueden estudiar todas las jugadas posibles.

El tablero de la vida es otra cosa. Todo parece mucho más difícil e incontrolable. Y sin control en la vida es difícil vivir con paz. Es más seguro para ella permanecer dentro del juego del ajedrez y no salir fuera. Mucho más seguro que vivir sin miedo su propia existencia, ese camino desconocido.

Salir de los límites del ajedrez puede significar tener que dejar todas sus seguridades, sus hábitos amados, su tablero con piezas finitas.


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¿Miedo a los riesgos?

A mí también me cuestan en ocasiones las decisiones que tengo que tomar. Me asustan por ese miedo mío a dejar la seguridad y asumir riesgos.

Me asusta abandonar mi propio tablero finito, mi vida controlable y salir de lo abarcable. Sé que toda decisión es un riesgo pero no siempre estoy dispuesto a correrlo. Nunca sé con claridad lo que Dios me va a pedir en la siguiente partida.

La Virgen María conocía el riesgo de su sí al Ángel. Sabía que el Fiat que daba podía llevarla tal vez donde Ella no quería ir. Y aun así le dio el sí a Dios aceptando que la vida siempre es incontrolable.

Ante una petición que parecía imposible, dijo que sí asumiendo el riesgo que se le presentaba. Fue un salto en el vacío, porque toda decisión me exige abandonarme en las manos de Dios.

La pregunta que me inquieta es siempre la misma: ¿Me estaré equivocando al decidir hacer algo o no hacerlo? ¿Y si luego me doy cuenta de que este no es el camino que tenía que haber elegido?

¿Y si me faltan las fuerzas para seguir luchando por alcanzar esa meta que está ante mis ojos? Ese miedo siempre existe. El miedo a no estar a la altura y no poder seguir.

Toda decisión implica un riesgo y por eso siempre exige que sea capaz de dar un salto de fe en el vacío y confiar en que Dios no me va a soltar de la mano.


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Simplemente confiar en Dios

Es cierto que puedo confundirme al saltar. Pero no importa, me arriesgo y doy ese salto con el corazón, apartando la cabeza a un lado. Porque mi cabeza siempre me pide razones suficientes y ve los pros y los contras, y los riesgos que toda decisión implica.

Tomo el corazón en mis manos, se lo entrego a Dios y me abandono en su corazón de Padre. Y con alma de niño le digo:

«Mi vida es tu vida, haz con ella lo que quieras».

Es la actitud que quiero tener siempre. Y no sólo ante grandes decisiones en mi vida. Ojalá viva así la vida ante decisiones pequeñas. No tienen por qué ser decisiones fundamentales.

Ante cualquier eventualidad quiero actuar igual, confiado, en medio de cualquier encrucijada de mi camino.

La duda y el miedo afloran con fuerza y la confianza en el amor de Dios quiere vencer mis reparos. No lo controlo todo, lo sé, mi vida no es un tablero finito.

En mi camino, lo quiera o no, los riesgos son excesivos y todo parece infinito e inabarcable. El riesgo es mucho, pero no importa, confío.

Es verdad que puedo ganar o perder y puedo acertar o equivocarme. El tiempo me dará la razón o me hará ver que estaba equivocado. Asumo ese riesgo. El que no apuesta no gana. El que no se arriesga no llega hasta a otra orilla.

Me gusta la vida en la que los riesgos se asumen con paz en el alma, asumiendo los miedos que toda decisión conlleva. Siempre puedo confundirme y hacerlo mal. Siempre puedo fracasar en lo que he emprendido. No importa porque Dios no me va a dejar pase lo que pase.

Lo malo es que pienso a menudo que Dios sólo está conmigo mientras me vaya bien y acierte en mis decisiones. Y se aleja cada vez que peco y no actúo como debería haberlo hecho. Pero no es así. Su amor es mucho más grande y me sostiene.

Aleteia / Carlos Padilla