Artículo del arzobispo en el diario ABC

¡Sal de tu tierra!

  • «En este Año Santo Compostelano serán muchas las personas que se pondrán en camino siguiendo la Vía Láctea para peregrinar a la tumba del Apóstol Santiago en la llamada otrora “Jerusalén de Occidente”, dar un abrazo a la imagen del Apóstol cuyo rostro se hace palabra llena de gozo y esperanza y encontrarse con la tradición apostólica que fundamenta nuestra fe

En la solemnidad de la Epifanía recordamos que unos magos de Oriente se pusieron en camino guiados por una estrella hasta llegar a Belén, donde estaba el Niño Dios, para ofrecerle oro, incienso y mirra (cf. Lc 2, 1-12). En este Año Santo Compostelano serán muchas las personas que se pondrán en camino siguiendo la Vía Láctea para peregrinar a la tumba del Apóstol Santiago en la llamada otrora «Jerusalén de Occidente», dar un abrazo a la imagen del Apóstol cuyo rostro se hace palabra llena de gozo y esperanza y encontrarse con la tradición apostólica que fundamenta nuestra fe. Es el Patrón de las Españas desde tiempos muy lejanos. Su figura histórica y devocional se trasluce en los términos

o apellidos como «promotor», «columna», «defensor» o «adalid» de nuestra fe, dejando constancia de ello los textos litúrgicos y literarios, y el sentir popular generados a través la tradición jacobea.

La sabiduría no nos permite ser agoreros pesimistas ni ingenuos entusiastas. Es preciso un análisis sereno y ponderado del momento en que vivimos, de modo que no se oscurezcan las luces que lo iluminan ni pasen desapercibidas las sombras que lo ensombrecen. La existencia humana exige del cristiano lucidez y valentía para esclarecer su condición a la luz de la revelación divina, y actualizar los significados de ésta interpretando los signos de los tiempos. No podemos reinventarnos en cada momento, ignorando el bagaje cultural y moral que han legado las generaciones pasadas como si no hubiera nada en todo ello que mereciese ser custodiado.

Recordamos con gratitud las palabras que el Papa Francisco dirigía a los presidentes de las Conferencias Episcopales Europeas reunidos en Santiago en octubre de 2019: «En Santiago, ciudad en el extremo occidental de Europa, confluye todo el continente. En ella se encuentran el centro y la periferia. Es por tanto un lugar altamente simbólico para redescubrir la gran riqueza de Europa unida en su tradición religiosa y cultural y por eso tan distinta de tantas peculiaridades que constituyen su riqueza». El alcance del Hecho Jacobeo a través del tiempo ha ido influyendo más allá de la geografía española o hispana. Y ello merced al Camino -o a los caminos- de Santiago. Las nuevas posibilidades de comunicarnos que dinamizan la vida hacen que las terminales del Camino de Santiago arranquen de todos los rincones de Europa y de otros continentes. Ya Dante Alighieri dejó escrito que la peregrinación a Santiago «es la más maravillosa peregrinación que un cristiano haya podido hacer antes de su muerte».

En el Camino de Santiago son patentes la hispanidad, la europeidad y la universalidad, dimensiones que la presencia del Papa Benedicto XVI lacró con el sello de la apostolicidad. También este Año Santo nos ofrece la posibilidad de someter a discernimiento «el hoy de nuestra fe cristiana», que en nuestros días pasa por un momento no fácil, como se percibe en la dimensión antropológica. La Iglesia en España no es inmune a los contagios que trae el laicismo que impregna el pensamiento y el sentimiento cultural, intentando marginar la aportación de virtudes, criterios, valores y motivaciones que el catolicismo ha ofrecido a nuestra civilización. Hablamos de un proceso que pasa por el olvido de un conjunto de valores humanos y cristianos, cuya negación conduce a la desesperanza o al vacío. Los estudios sobre «el hoy de los españoles» señalan cómo el alejar paulatinamente a Dios da lugar a una sociedad que va perdiendo sus referencias teológicas que son generadoras de razón, de virtud y de capacidad crítica. La presencia de Dios hace bien a nuestra sociedad.

La tradición jacobea nos vincula a la necesidad de revitalizar nuestra fe. Podría decirse que si queremos que «el hoy de los cristianos» se acerque o se ajuste mejor «al hoy de Dios», precisamos el ardor y el coraje de una nueva evangelización. Nada más pertinente que hablar de evangelización si se habla del Apóstol Santiago el Mayor en una Iglesia misionera. Y más si se hace precisamente en Compostela. La apostolicidad que se rezuma aquí se debe al aliento evangelizador del Apóstol Santiago, testigo él y mártir temprano del Evangelio de Jesucristo. Bien sabía San Juan Pablo II que lo que se diga en Santiago se convierte en un eco que se transmite hasta los confines de la tierra. Por eso, sin ruborizarse, gritó a Europa: «Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes».

Para la Iglesia en salida que estamos llamados a ser, necesitamos unas sandalias nuevas, las de la esperanza. Las que el padre de la parábola mandó poner al hijo pródigo (Lc 15, 22). Estas sandalias para seguir a Cristo son las que recibimos al ser reconciliados con Dios y con el prójimo. Esto requiere la purificación de todos nuestros dinamismos excluyentes. La esperanza camina con sandalias nuevas. El vino nuevo de Jesús necesita odres nuevos. A esto advertía Jesús anunciando su Reino y urgiendo a la conversión. Después, como los magos, hay que volver por otro camino.

Nuestra cultura occidental no debe tirar por la borda como un fardo anticuado su tradición religiosa sin que se pretenda monopolizar los valores. Sin embargo, los fortalece con un fundamento incondicional, más allá de las circunstancias culturales. Nuestra sociedad necesita una savia nueva que fortalezca esos valores, los legitime con raíces profundas y trascendentes, y los promueva como incondicionales para vivir hondamente la fraternidad que supera nuestros frágiles consensos. Para relacionarnos los seres humanos necesitamos una axiología que vaya más allá de un mero contrato social que pueda disolverse cuando ya no se vea útil o provechoso. Cierto, «el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc. 2, 27). Sin embargo, para que el sábado pueda tener una vigencia más allá de las pleamares de la historia y sea liberador para todos sin exclusión, necesitamos a Jesucristo, único Señor del sábado (Cf. Mt. 12, 1-8).

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Julián Barrio Barrio es Arzobispo de Santiago de Compostela

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