La Eucaristía viene a nosotros como obra y don de toda la Trinidad.
– Raniero Cantalamessa, OFM
Hace poco una amiga me contaba que su padre solía ayudar a su madre en la cocina con las tareas más tediosas. Una cosa que le gustaba hacer era pelar las nueces y clasificarlas en cubos; luego las metía en bolsitas y las ofrecía a familia y amigos.
El padre de mi amiga falleció recientemente. Pocos meses más tarde, cuando mi amiga fue al congelador a por nueces para hacer pan de plátano, vio la bolsa de nueces y se percató de que, aunque su padre ya no estaba, le había dejado alimento para su viaje.
En aquel momento, mi amiga sintió de repente una comprensión más profunda de lo que es la Eucaristía. Jesús sabía que iba a ascender a los cielos, pero dejó a sus seguidores algo para que les nutriera, no una mera comida terrenal, sino sus propios Cuerpo y Sangre.
Alguien vela por nosotros.
Alguien cuida de nosotros.
Tenemos un Padre celestial que conoce todas nuestras necesidades y que no escatima en esfuerzos para darnos lo que requerimos.
Nuestro pan diario no es un símbolo ni un simple sustento terrenal; es auténtico alimento espiritual, la verdadera carne y sangre de nuestro Salvador, el Dios hecho hombre.
La Eucaristía es un alimento que trasciende la ceremonia y encuentra su poder y su esencia en la obra de la mismísima Trinidad.
Aquí están algunos de los asombrosos efectos de la Eucaristía:
1) Unión con Cristo: Al recibir a Jesús en la Eucaristía fusionamos nuestro ser con el de Cristo. San Cirilo de Alejandría lo describía a algo parecido a “cuando la cera derretida se fusiona con otra cera”. El viaje cristiano es el viaje para ser como Cristo, para “permanecer en Él” y Él en nosotros. La Eucaristía es el medio para que esto suceda.
2) Destrucción del pecado venial: La Eucaristía destruye el pecado venial. ¡Lo destruye! A través del pecado, el fervor de nuestra caridad puede disminuir por nuestro pecado venial. Pero cuando recibimos la Eucaristía, nos unimos con la misma Caridad, que quema los vestigios de nuestros pecados veniales y nos purifica para poder empezar de nuevo.
3) Protección contra el pecado mortal: Aunque deberíamos abstenernos de recibir la Eucaristía cuando sabemos que estamos en estado de pecado portal, deberíamos recibir la Eucaristía tanto como nos fuera posible porque nos protege de los pecados graves. Es como si el poder de la Eucaristía limpiara el pecado venial de nuestras almas y luego lo cubriera con una capa protectora que nos ayuda a permanecer a salvo de pecados graves.
4) Relación personal con Jesús: Muchos cristianos hablan de la importancia de mantener una relación personal con Jesús, lo cual es muy acertado. Pero, ante todo, es a través de la Eucaristía como realmente podemos establecer un encuentro íntimo con la Persona de Jesús. Benedicto XVI destacó una vez esta conexión:
“Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida ‘según el Espíritu’” (Sacramentum Caritatis).
5) Da vida: Según el Catecismo, la Eucaristía “conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo” (CIC 1392). En otras palabras, recibir la Eucaristía incrementa la vida de la gracia ya presente dentro de nosotros. ¡Suena mejor incluso que irse de circuito de spa!
6) Unidad con el Cuerpo de Cristo: Puesto que estamos más íntimamente unidos con Cristo a través de la Eucaristía, ¡también estamos más unidos con todas las personas que reciben la Eucaristía! Dicho de otra forma, la Eucaristía es como el pegamento que nos mantiene unidos a Jesús y a todos los hermanos y hermanas en la Iglesia.
7) Nos compromete con los pobres: Las palabras de san Juan Crisóstomo avergüenzan a los que abandonan la mesa eucarística sin preocupación por los pobres:
“Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. […] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento con el que ha sido juzgado digno […] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso”.
8) Consuelo espiritual: La Sagrada Comunión es un anticipo de la dicha del paraíso, así que produce dicha en nosotros en esta experiencia real de unidad con Dios. Si nos sentimos abatidos por las dificultades de la vida, podemos ir a la Eucaristía, nuestra fuente de alegría, y pedir al Señor que nos colme de consuelo y paz.
9) Pacificador: En el Sínodo sobre la Eucaristía en 2005, los obispos discutieron cómo la recepción de la Eucaristía en áreas devastadas por la guerra transformaba a las gentes de Dios y les daba el ímpetu para buscar la paz:
“Gracias a las celebraciones eucarísticas, pueblos en conflicto se han podido reunir alrededor de la Palabra de Dios, escuchar su anuncio profético de reconciliación a través del perdón gratuito, recibir la gracia de la conversión que permite la comunión en el mismo pan y en el mismo cáliz” (Propositio 49).
10) Ofrece un punto focal en nuestras vidas: Si entendiéramos de verdad la profunda naturaleza de la Eucaristía, empezaríamos por centrar nuestras vidas en torno a la Sagrada Comunión. No hay nada más importante en nuestras vidas. Ni partidos de fútbol, reuniones de amigos ni picnics. No hay nada más importante en nuestro calendario semanal que recibir la medicina del médico de almas, Jesús.
¡Todos estos asombrosos efectos y muchos más están a tu disposición el domingo! O mejor aún, intenta ir a misa diariamente.
Pero recuerda que tu disposición a la hora del recibimiento de la Eucaristía puede determinar tu nivel de apertura a sus poderosos efectos. Así que sé respetuoso, concéntrate y ruega a Dios que te ofrezca, a través del poder de la Eucaristía, todas las gracias que necesites en este momento de tu vida.
Como buen Padre que es, te escuchará.
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