Ya son beatos los mártires del Quiché: 3 misioneros españoles del Sagrado Corazón y 7 laicos

Asesinados en Guatemala entre 1980 y 1991: contamos sus martirios

En Santa Cruz del Quiché, capital de esta región montañosa en el centro de Guatemala, fueron beatificados este viernes 23 de abril 10 mártires de la Iglesia que fueron asesinados por odio a la fe, en distintas ocasiones y ataques entre 1980 y 1991, en el marco de la Guerra Civil guatemalteca.

Tres de ellos eran sacerdotes españoles de los Misioneros del Sagrado Corazón. Los otros 7 eran laicos catequistas, muchos ligados a Acción Católica, incluyendo un niño de 12 años.

Presidió la beatificación el nuncio apostólico en el país, el filipino Francisco Montecillo Padilla, en representación del Papa Francisco. “Con nuestra autoridad apostólica concedemos que los venerables siervos de Dios (…) de ahora en adelante sean llamados beatos”, leyó el Nuncio las solemnes palabras papales. A partir de ahora, la Iglesia los conmemorará cada 4 de junio.

El obispo explica el contexto

El actual obispo del Quiché, el italiano Rosolino Bianchetti, explicó en declaraciones a Radio Vaticana cómo era la vida de estos mártires. “Los sacerdotes guiaban a los fieles y actuaban ante el clamor del pueblo sufriente, mientras que los laicos (después de finalizar sus trabajos de agricultores) visitaban a los enfermos, anunciaban la Buena Nueva, prestaban servicio en la Iglesia”. Además, los catequistas intentaban “ayudar a los campesinos a recuperar las tierras que injustamente les habían robado”, dijo el obispo.

Todos ellos “iban de casa en casa, manteniendo viva la fe, orando con sus hermanos, evangelizando”.

“Juanito”, de Acción Católica, 12 años, torturado y asesinado

Bianchetti resaltó el caso del niño Juan Barrera Méndez, conocido como Juanito, asesinado en 1980. Tenía 12 años y era catequista de otros niños. “Hasta quería levantar una iglesia cerca de su casa para que su papá, que al principio rechazaba la vida eclesial, pudiera participar. Juanito fue torturado el día que lo capturaron en una incursión del Ejército en su comunidad y le cortaron hasta las plantas de los pies. Luego, lo pusieron a caminar a la orilla del río. Él se mantuvo firme testimoniando con su vida, con su sangre. Fue colgado en un árbol y le dispararon… Como “Jesús crucificado” en un árbol. Y Juanito hoy en día brilla. Su testimonio se hizo “viral”, aquí los muchachos lo llaman el “Carlo Acutis” de Guatemala», explica el obispo con emoción a los micrófonos vaticanos.

La historia de Juan Barrera, en un vídeo de 6m 30s

La vida sigue siendo muy complicada hoy en el Quiché. “A estas alturas, en el tercer milenio, todavía hay muchas comunidades sin luz eléctrica, incluso algunas que se encuentran muy cerca de centrales hidroeléctricas. También está el sufrimiento de nuestros migrantes, la mayoría se marcha a Estados Unidos y desde allí contribuyen en la construcción de las sociedades, las escuelas y el desarrollo de las comunidades”, señala el obispo.

Sin embargo, los mártires, misioneros y catequistas, marcan un camino de fe, esfuerzo y perdón. “No hay ni un solo testimonio que diga este se vengó» de la muerte de los mártires. Nadie se vengó porque le mataron a su familiar, a su padre o a su amigo, o porque les quemaron sus propias casas. Ningún testimonio de venganza. Pero hay mucho sufrimiento guardado y heridas abiertas. Por eso hay que seguir haciendo un camino para ir sanando”, añade el obispo del Quiché.

Ser español no protegía… y los misioneros lo sabían

Los 3 misioneros españoles sabían que ser extranjeros no les iba a proteger. Unas semanas antes, el 31 de enero de 1980, se produjo la matanza de la embajada española. La Policía de Guatemala, en el marco de la dictadura de Fernando Romeo Lucas-García (1924-2006), invadió la embajada embajada española, llena de manifestantes del Quiché que buscaban refugio, y mató a casi todos los que encontró incendiándolas con fósforo blanco. Mataron a 37 personas, incluyendo 6 funcionarios, tres de ellos españoles. Y no hubo juicio ni consecuencias hasta décadas después.

Si los violentos estaban dispuestos a asaltar la embajada española y matar españoles en ella, ¿no lo harían con molestos misioneros solitarios en montañas remotas? Los misioneros confiaban en Dios, no en sus pasaportes.

José María Gran Cirera, perito industrial, misionero a caballo

José María Gran Cirera, tenía 35 años, se había criado en el barrio del Ensanche de Barcelona, estudió en el colegio San Miguel (aún muy activo) y tenía un título de perito industrial. Pero como sacerdote misionero en el Quiché, su vida era lo más rural imaginable: en junio de 1980 iba a caballo por las montañas de Chajul y le acompañaba con una mula su sacristán, el laico Domingo Batz, también mártir, para hacer misa en la localidad de Xeixojbitz. En un camino boscoso y solitario recibió 7 tiros el sacerdote y dos su acompañante.

Su primo Juan Picas, desde Barcelona, explicó que cuando el Ejército empezó a reclutar soldados a la fuerza entre los jóvenes de las aldeas de Chajul, el misionero les había presentado resistencia. Las mujeres organizaron una protesta, fueron reprimidas con fuerza desmedida y el sacerdote Gran Cirera les abrió las puertas de la iglesia para refugiarlas. “Aquello fue su sentencia de muerte”, explicó Picas. Abrir la iglesia a los perseguidos fue el detonante. Sus restos descansan en Chajul.

Al padre Faustino lo mataron en su despacho de 2 tiros

Faustino Villanueva, de 49 años, nació en Yesa, hizo el noviciado en Canet de Mar y antes fue misionero en Nicaragua. Lo mataron un mes después que a Gran Cirera, pero no en un camino remoto, sino en su propio despacho parroquial, en la parroquia de Joyabaj, el 10 de julio de 1980, a las ocho y media de la tarde. Dos jóvenes llegaron en una moto grande. Querían ver al sacerdote, diciendo “padrecito, padrecito”. La cocinera les llevó al despacho y allí ella fue testigo de cómo le pegaron dos tiros en la cabeza.

Su hermana, Emilia Villanueva, recordaba en 2001 que “él debía estar amenazado, porque la Embajada les había avisado. Nosotros le decíamos que cómo iba a volver allí. Pero él decía que aquella gente no podía estar sin él”. “Siempre pensaba en volver [a Guatemala], era su misión, su vocación”, contaba Juliana Villanueva, la otra hermana de Faustino.

Juan Alonso Fernández, asturiano, ordenado en Logroño, tenía 48 años cuando lo asesinaron. Ordenado sacerdote en 1960, ese mismo año llegó a la misión de El Quiché. Estuvo unos años en Guatemala, después en Indonesia, y después volvió a Guatemala, escogiendo explícitamente uno de los lugares más duros. Cuando otros misioneros del Sagrado Corazón se vieron en la obligación de dejar sus puestos, él se ofreció para quedarse a atender a sus fieles quichés. Fue asesinado el 15 de febrero de 1981.

Unos individuos armados lo asaltaron cuando iba en moto en La Barranca, en la carretera entre Cunén y Uspantán. Lo tiraron al suelo, lo apalizaron rompiéndole una pierna y después le mataron de 3 disparos. Dos días antes un grupo de militares lo había llevado a su cuartel para interrogarlo entre amenazas, insultos y burlas soeces. Sus restos mortales reposan en la parroquia que fundó, Santa María Regina, en Lancetillo, en la Zona Reyna.

En una carta había escrito: “Yo sé que mi vida corre peligro, no deseo que me maten, aunque tengo algún presentimiento. Pero, por miedo, jamás negaré mi presencia”.

Laicos amenazados que perseveraron

Los siete laicos son: Juan Barrera Méndez (Juanito, el niño de doce años, que ya era miembro de la Acción Católica); Domingo del Barrio Batz (el acompañante del padre Gran Cirera) y los catequistas de etnia maya Tomás Ramírez Caba; Nicolás Castro; Reyes Us Hernández; Rosalio Benito y Miguel Tiu Imul.

Tomás Ramírez Caba, estaba casado y era sacristán. Después del asesinato del padre Gran Cirera, los soldados le amenazaron para que dejara de responsabilizarse de la parroquia de Chajul. Tomás decía a su esposa que nunca dejaría de cuidar la Iglesia, aunque eso le costara la vida. El 6 de septiembre de 1980 los soldados irrumpieron en el templo donde rezaba Tomás, lo golpearon rompiéndole un brazo, lo llevaron a la entrada y le dispararon por la espalda.

Nicolás Castro, de 35 años, era catequista y ministro extraordinario de la Comunión. “En estos tiempos de persecución, necesitamos más del Cuerpo de Cristo para que nos dé fuerzas”, decía. Los sacerdotes no llegaban ya a su parroquia de Chicamán, así que él iba a buscar las Hostias a otros pueblos y las traía escondidas en su morral, entre las tortas de maíz y las repartía. El 29 de septiembre de 1980, pasadas las once de la noche, unos desconocidos rompieron su puerta, entraron en su casa y trataron de secuestrarlo. Él se aferró a una viga diciendo: “¡Mátenme aquí, pero no me lleven!”, para que no le torturaran y le hicieran delatar a otros catequistas. Lo mataron en el patio de su propia casa.

Reyes Us Hernández, estaba casado y era promotor de salud. Visitaba enfermos o los llevaba al hospital. Ayudó a impulsar proyectos sociales como una carretera de la aldea Macalajau a Uspantán. Sabiéndose amenazado dijo a sus hijos, llorando: “Yo estoy perseguido y tal vez va a llegar un día en que me van a matar; cuando eso suceda quiero que ustedes ayuden a su mamá y también tienen que luchar porque yo lo que quiero para la gente es un bien. Yo no estoy haciendo nada de daño a la gente”. Varios hombres lo dejaron muerto a pocos metros de su casa el 21 de noviembre de 1980.

Rosalío Benito Ixchop, era catequista y “rezador”, es decir, dirigía las oraciones del Rosario, canciones y rezos por los difuntos, que sabía de memoria porque ni él ni los otros catequistas sabían leer. Otra de sus funciones era adornar y preparar la iglesia. Fue de los primeros catequistas de Acción Católica en el cantón La Puerta, ya desde los años 40. Fue asesinado por militares en una emboscada el 22 de julio de 1982 en el camino de Chiché a La Puerta por Cucabaj.

Miguel Tiú Imul, estaba casado y fue dos veces director de Acción Católica y catequista en el Cantón La Montaña, Parraxtut, Sacapulas. Fue asesinado con 50 años el 31 de octubre de 1991. Solía decir que no se puede andar con la Biblia en un brazo y el fusil en otro. Él conocía bastante de la Biblia y quería difundir la Palabra de Dios. Ya amenazado dijo a sus seres queridos: “Si yo muero piensen que ustedes tienen que seguir la religión… No le tengan miedo a la muerte porque cuando uno dice la verdad, la gente dice que uno es malo… Si muero, muero como Jesús murió. Él no fue pecador y la gente le decía que era hombre malo… Y yo sí soy pecador”. Cerca de su casa se escuchó un disparo. Su hija mayor, presintiendo lo peor, salió corriendo y encontró a su padre sobre el camino, ya agonizante. Ella lo tomó de la mano, él la miró y murió. La Iglesia considera que él tenía razón: como los otros mártires, muere como Jesús murió.

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