CITA
Epicuro de Samos “¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”.
El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo.
S. Juan Crisóstomo: “No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que tenemos no son nuestros bienes, sino los suyos” (Laz. 1,6).
San Francisco de Asís (atribuida) “Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco”
San Ignacio: “Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden.” [EE 23].
Rabindranath Tagore “Llevo dentro de mí mismo un peso agobiante: el peso de las riquezas que no he dado a los demás”.
Benjamin Disraeli “ Lo mejor que podemos hacer por otro no es sólo compartir con él nuestras riquezas, sino mostrarle las suyas”.
San Juan Pablo II, “Sígueme. Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor!” (Juan Pablo II 1-10-79). “Al hombre le es necesaria esta mirada amorosa; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad (Cf. Ef 1,4). (31-3-85).
Santa Teresa de Calcuta, “No tenemos ningún derecho a juzgar a los ricos. Por nuestra parte, lo que buscamos no es una lucha de clases sino un encuentro de las clases, para que los ricos salven a los pobres y los pobres a los ricos”. El amor más grande, p. 41
Card. Newman “El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje “instintivo” la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad…Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro…La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración” (mix. 5, sobre la santidad)
Papa Francisco «el apego a las riquezas nos hace creer que todo está bien, que hay un paraíso terrestre, pero nos quita la esperanza y nos quita el horizonte. Y vivir sin horizonte es una vida estéril, vivir sin esperanza es una vida triste». Homilía del 25 de mayo de 2015
ANÉCDOTA
Una rica matrona de Pompeya murió con las manos llenas de joyas. Al remover las ruinas de Pompeya, ciudad italiana sepultada bajo las cenizas del Vesuvio en el año 79, se encontró el cuerpo de una mujer con las dos manos llenas de joyas: pulseras, collares, anillos y un par de magníficos zarcillos.
Los expertos aseguran que son notables muestras de la orfebrería de esa época. Uno se imagina a esa mujer: al ver acercarse el peligro, corre para salvar lo que tiene de más precioso, pero la lluvia de cenizas, más rápida que ella, la alcanza y la cubre con su manto de muerte.
Hay una leyenda sobre Alejandro Magno, el gran general y conquistador griego, que cuenta que Alejandro había dado instrucciones de que cuando él muriera quería que su cadáver fuera colocado en un féretro de tal manera que sus manos fueran visibles y todos pudieran ver que estaban abiertas y… vacías.
Este conquistador del mundo antiguo era bien consciente de que nada material que conquistara en este mundo: reinos, coronas, riquezas, se lo podría llevar. Esto nos enseña que la meta suprema de la vida no debe ser la adquisición de bienes meramente temporales, sino la formación de una personalidad, una manera de ser, que sea sin reproche delante de Dios.
Cuenta San Agustín una historia muy singular:
“Una vez había un rico que estaba a punto de morir y mandó a que le pusieran sobre el lecho de la agonía todas sus riquezas. Allí le trajeron el oro, la plata y un montón de piedras preciosas, y él les decía:
– “Riquezas mías, me han dicho que servís para todo, pues ¿por qué no me das la salud que me falta? ¿por qué no me cerras las puertas de la tumba que me espera?”
Y viendo cuán de poco le servían en aquella hora aquellas riquezas que con tanto trabajo había amontonado, desesperado por tener que dejarlas, hundiendo los brazos hasta el codo en aquel inútil montón de hojarasca, ¡así se murió!”.
¡Cuántos ricos, mis hermanos, morirán así! Por no haberse persuadido a tiempo de que aquellas riquezas se la había dado Dios sólo para una cosa: para poder comprar con ellas, empapándolas en caridad, el Reino de los Cielos.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 629)
CONTO
HOFETZ CHAIM
En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim.
Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta.
«Rabino, ¿dónde están tus muebles?» preguntó el turista.
«¿Dónde están los tuyos?», replicó Hofetz.
«¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante… Estoy aquí de paso… », dijo el americano.
«Lo mismo que yo», dijo el rabino.
Cuando alguien comienza a vivir más y más profundamente, vive también más sencillamente.Por desgracia, la vida sencilla no siempre conlleva profundidad.
Anthony de Mello,” El canto del pájaro”
EL ZAPATERO
Dios representado en un hombre humilde acude donde un zapatero y le pide que repare los zapatos que lleva puestos, diciéndole: “Mira que soy tan pobre que no tengo ni siquiera otros zapatos, y como ves están rotos e inservibles. ¿Podrías tú reparármelos, por favor? No tengo dinero”.
El zapatero le dijo: “Pero yo no trabajo gratis, ese arreglo vale dinero”.
El hombre le dijo entonces: “Soy Dios y te puedo dar lo que quieras si me los arreglas”.
El zapatero con mucha confianza dijo: “¿Me puedes dar el millón de euros que necesito para ser feliz?”.
Dios le dijo: “Te puedo dar 100 millones de euros, pero a cambio me debes dar tus piernas”.
El zapatero dijo: “¿Y de qué me sirven los 100 millones si no tengo piernas?”.
El Señor volvió a decir: “Te puedo dar 500 millones de euros si me das tus brazos”.
El zapatero respondió: “¿Y qué puedo yo hacer con 500 millones si no podría ni siquiera comer yo solo?”.
El Señor habló de nuevo y dijo: “Te puedo dar mil millones si me das tus ojos”.
El zapatero solo dijo: “Dime qué puedo hacer yo con tanto dinero si no podría ver el mundo, ni a mis hijos, ni a mi esposa para compartir con ellos”.
Dios le sonrió y le dijo: “¡Ay, hijo mío!, ¿cómo dices que eres pobre si te he ofrecido ya 1.600 millones de euros y no los has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo? ¿Eres tan rico y no te has dado cuenta?”.
CANTO
Señor, Sácianos con tu Amor (Salmo 89) | Athenas
Maestro Bueno
Delegación para el Clero de Santiago de Compostela