PEJ 2020

V Domingo de Cuaresma

PEJ 2020

CITA

Proverbio indio: “Antes de juzgar a una persona camina tres lunas sobre sus zapatos”.

Dicho ‘Tirar la piedra y esconder la mano’

San Agustín, «Unicamente quedaron dos, la miseria y la misericordia” (in Joannem, tract. 33,5-6 [PL 35,1650]).

“Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (Sermo 169)

«Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don» (Sermo 213, 8, 8).

«No dijo no sea apedreada, para que no pareciese que hablaba contra la Ley. Tampoco dijo sea apedreada, porque había venido, no a perder lo que había encontrado, sino a buscar lo que se había perdido. ¿Pues qué responderá? «El que entre vosotros esté sin pecado, tire contra ella la piedra el primero». Esta es la voz de la justicia. Sea castigada la pecadora, pero no por los pecadores. Cúmplase la Ley, pero no por medio de los mismos que la quebrantan» (San Agustín, in Joannem, tract. 33,5-6 [PL 35,1650]).

A. Guillerand, «Frente a esta mujer culpable, humillada horriblemente y que debe sufrir el martirio, y de esos hombres sin corazón que sólo piensan en su odio cubierto de celo, Él que sabe el secreto de las conciencias y de la conducta de cada uno, restablece la verdad de que por encima de la Ley que castiga las faltas conocidas está la justicia del Legislador que golpea las culpas escondidas bajo apariencia de virtud. Era este el fondo de la revolución que Él había venido a realizar… El Dios que es Espíritu, Espíritu de amor, movimiento que se da, en el que no hay superficie, sino una profundidad infinita, un Ser totalmente profundo e interior, en el que sólo una relación interior ponen tres Personas en posesión de ese mismo Ser que entre ellas se comunican sin reserva y sin fin, donde sólo hay Luz igual al Ser, idéntica al mismo, y Amor idéntico e igual a la Luz y al Ser, donde uno ve todo lo que ve el otro, donde los tres se unen en esta visión que es la visión de su amor… ese Dios estaba totalmente ausente de esos corazones donde reinaba el odio.» (El abismo de Dios, p. 297).

Alcuino «El acto de estar sentado representa la humildad de la Encarnación. Y cuando el Señor estaba sentado, el pueblo venía a El, porque después que se hizo visible por la naturaleza humana que tomó, empezaron a oírle muchos y a creer en El, porque veían que se había aproximado a ellos por medio de la humanidad. Mientras que los pacíficos y sencillos admiraban las palabras del Salvador, los escribas y los fariseos le preguntaban, no para aprender, sino para estorbar a la verdad».

«Por la tierra debe entenderse el corazón humano, que suele dar su fruto por medio de acciones buenas o malas. Con el dedo, que es flexible en sus articulaciones, se expresa la sutileza del discernimiento. Nos da a conocer en esto que cuando veamos una acción mala en nuestro prójimo, no debemos condenarla en seguida, sino que primeramente, volviendo al secreto de nuestro corazón, examinémosla con cuidado y solicitud».

San Gregorio, «El que no se juzga a sí mismo antes, desconoce lo recto al juzgar a otro, y si esto lo sabe únicamente de oídas no podrá juzgar rectamente los méritos ajenos, porque la conciencia de su inocencia propia no le suministra la regla del juicio» (Moralium 14, 15).

S. Ambrosio de Milán ¿No se condena más bien a sí mismo, quien en otro reprueba lo que él mismo comete? Carta: Observa los misterios de Dios y la clemencia de Cristo 26 11-20: PL 16, 1088-1090

S. Juan Pablo II Cristo vino para buscar, encontrar y salvar al hombre entero. Como condición para la salvación, Jesús exige la fe, con la que el hombre se abandona plenamente a Dios, que actúa en él. Audiencia General (09-08-2000)

Benedicto XVI: «El evangelista san Juan pone de relieve un detalle: mientras los acusadores lo interrogan con insistencia, Jesús se inclina y se pone a escribir con el dedo en el suelo. San Agustín observa que el gesto muestra a Cristo como el legislador divino: en efecto, Dios escribió la ley con su dedo en las tablas de piedra. Jesús, por tanto, es el Legislador, es la Justicia en persona. Y ¿cuál es su sentencia? «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». Estas palabras están llenas de la fuerza de la verdad, que desarma, que derriba el muro de la hipocresía y abre las conciencias a una justicia mayor, la del amor, en la que consiste el cumplimiento pleno de todo precepto (cf. Rm 13, 8-10). Es la justicia que salvó también a Saulo de Tarso, transformándolo en san Pablo (cf. Flp 3, 8-14).

Cuando los acusadores «se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos», Jesús, absolviendo a la mujer de su pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien: «Tampoco yo te condeno; vete y en adelante no peques más». Es la misma gracia que hará decir al Apóstol: «Una cosa hago: olvido lo que dejé detrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús» (Flp 3, 13-14). Dios sólo desea para nosotros el bien y la vida; se ocupa de la salud de nuestra alma por medio de sus ministros, liberándonos del mal con el sacramento de la Reconciliación, a fin de que nadie se pierda, sino que todos puedan convertirse» (Benedicto XVI, Ángelus, 21 de marzo de 2010).

Catecismo de la Iglesia Católica, 1466. El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cf. PO 13). Debe tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él confiándolo a la misericordia del Señor.

2381 El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres.

papa Francisco: Creo que también nosotros somos este pueblo que, por un lado, quiere oír a Jesús pero que, por otro, a veces nos gusta hacer daño a los otros, condenar a los demás. El mensaje de Jesús es éste: La misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia.

No le dice: “¡El adulterio no es pecado!” Pero no la condena con la ley. Y éste es el misterio de la misericordia de Jesús. La misericordia es algo difícil de entender

CHISTE

PERDONADO Y OLVIDADO

«¿Por qué no dejas nunca de hablar de mis pasados errores?», le preguntó el marido a su mujer. «Yo pensaba que habías perdonado y olvidado».

«Y es cierto. He perdonado y olvidado», respondió la mujer. «Pero quiero estar segura de que tú no olvides que yo he perdonado y olvidado».

LA QUE ESTÁ SIN PECADO

Los judíos estan a punto de lapidar a una prostituta; sale Jesús y le dice a la multitud:

– Aquel de vosotros que este libre de pecado, que tire la primera piedra.

Entonces una señora sale del grupo, se agacha, coge un pedrusco y se lo tira a la pobre mujer, abriendole la cabeza y tirándola al suelo cubierta de sangre. Entonces Jesús dice:

– De verdad que a veces me irritas, mamá.

ORACIÓN

Letanías de la humildad (para rezar personalmente).

Jesús, manso y humilde de corazón. Quiero servir y no ser servido. Por eso:

Del deseo de ser respetado más que los demás. Líbrame, Señor (Se repite después de cada invocación).

Del deseo de acaparar el amor de los que me rodean…

Del deseo de imponerme a los demás…

Del deseo de ser preferido…

Del deseo de ser honrado…

Del deseo de ser alabado…

Del deseo de ser considerado…

De mi orgullo…

De mi vanidad…

De mi ambición…

De mi vanagloria…

Del deseo de alabarme a mí mismo…

Señor, tantas veces no respondo a tu llamado, porque tengo miedo.

Por eso:

Del miedo de ser humillado…

Del miedo de ser despreciado…

Del miedo de ser rechazado…

Del miedo de ser calumniado…

Del miedo de ser olvidado…

Del miedo de ser ridiculizado…

Del miedo de ser malinterpretado…

Señor, quiero amarte verdaderamente y servir auténticamente a los demás. Por eso te pido:

Aunque no reconozcan mis esfuerzos… Que no me desanime, Señor (cada vez).

Aunque no agradezcan mi labor…

Aunque no vea el éxito…

Aunque atribuyan en el mérito a otro…

Aunque pase desapercibido…

Aunque encuentre oposición…

Señor, quiero que mi persona no se interponga entre ti y los hermanos. Por eso te ruego:

Que siempre estime más a los demás que a mí mismo. Dame valor, Señor (cada vez).

Que otros sean más respetados…

Que los demás sean más amados…

Que los demás sean preferidos…

Que los demás sean honrados…

Señor, dame la gracia de la verdadera humildad.

(Cardenal Mery del Val)

ENSÉÑANOS, SEÑOR, A BIENDECIR

Tenemos en los labios la crítica rápida,

nos damos cuenta enseguida del fallo ajeno,

parecemos niños acusadores, que no aman,

en vez de hermanos fraternos y disculpadores.

Enséñanos, Señor, a hablar bien del otro,

a descubrir su tesoro interior y su mejor parte, a disculpar con una ternura como la tuya, a comprender metiéndonos dentro de su persona.

Tú que con todas las personas provocabas encuentros, danos la capacidad de respetarnos a fondo, la empatía de escuchar al otro desde su música interior, y la misericordia de corazón para acogerle como es.

Frena en nosotros toda crítica amarga,

todo comentario descalificador y negativo,

cualquier reproche que distancia y aleja,

y el más pequeño gesto que rompa nuestro amor.

Queremos contigo disculpar siempre,

entender los porqués de la otra persona,

comprenderle incondicionalmente,

restituyéndole la fe en sí mismo

y en nuestra incondicional amistad.

Haznos palabra cálida,

gesto oportuno,

mirada amorosa

y mano tendida, como tú lo eres, Señor.

Tomado de P. Juan Jáuregui Castelo

CONTO

TOTAL, POR UN DEDO…

El emperador Akbar fue de caza con el visir Birbal. Akbar se rompió un dedo. Birbal le dijo que no había que preocuparse: total, por un dedo… Esto enfadó a Akbar y tiró a su visir a un pozo. Él siguió, unos salvajes lo raptaron y lo llevaron a su jefe para sacrificarlo a su Dios. El hechicero lo rechazó por tener un defecto: el dedo roto. Akbar volvió al pozo, sacó a Birbal y le pidió perdón. Birbal replicó: «Si no me hubieras echado al pozo, me hubieran sacrificado a mí».

MSC

Abba Abraham era un hombre santo que vivía muy austeramente, sólo comía hierbas y raíces. Su hermano murió y dejó una niña. No teniendo a nadie que la cuidara, Abba Abraham se hizo cargo de su sobrina. Ésta crecía hermosa física y espiritualmente. Seguía a su tío, oraba con él y estaba llena de la gracia de Dios.

Un día llegó a la cabaña de Abba Abraham un hombre deseoso de escuchar la palabra de Dios y de aprender a orar. Al ver a la joven quedó seducido por su belleza.

En la ausencia de Abba Abraham, que fue a visitar a un enfermo, el visitante ardiendo en la pasión de la lujuria violó a la joven. Ésta avergonzada y humillada huyó.

Su tío la buscó y la buscó en vano. Hasta que un día supo lo que había pasado y que estaba trabajando de prostituta en una taberna.

Abba Abraham se disfrazó de militar y se dirigió a la taberna. Cenó carne y bebió abundante vino y le dijo al dueño: “Quiero estar con María. He hecho un largo viaje sólo por ella”. Se la trajeron y la cogió por la cintura y coqueteó con ella que no lo reconoció bajo su disfraz de soldado.

¿Qué quiere?, preguntó María.

Él le gritó: He hecho un largo viaje por amor a María. Luego mirándola a los ojos y muy bajito le dijo: “He hecho un largo viaje por amor a María”.

Ella reconoció esta vez la voz de su tío, lloró amargamente y volvió a casa con él.

Es conocida como María la pecadora.

Abba Abraham después de cincuenta años sin comer carne y beber vino, lo hizo aquella noche por el amor de María.

Rompió el ayuno y la abstinencia por amor a María.

Hizo el loco por amor a María.

Tomado de P. Félix Jiménez

LA PIEDRA Y LAS PIEDRECILLAS

En sus primeros años de matrimonio había traicionado la confianza de su marido. No lograba olvidar aquella culpa, aun cuando después siempre se había portado de modo irreprensible; pero le seguía torturando aquel remordimiento.

En cambio, la segunda siempre había cumplido todas las leyes, y se sentía inocente y en paz consigo misma.

El sabio pidió que le contaran sus vidas.

La primera confesó con lágrimas en los ojos su culpa. Decía, gimiendo, que para ella no podía haber perdón, porque su pecado era demasiado grande.

La segunda dijo que no tenía nada especial de que arrepentirse.

El santo varón se dirigió a la primera: «Hija, ve a buscar una piedra, la más pesada y grande que puedas levantar, y tráemela».

Después, habló a la segunda: «y tú, tráeme tantas piedras como quepan en tu delantal, pero que sean pequeñas».

Las dos mujeres se dieron prisa a cumplir la orden del sabio. La

primera volvió con una piedra grande, la segunda con una bolsa de guijarros. El sabio miró las piedras y dijo: “Ahora debéis hacer otra cosa: llevadlas a donde las habéis encontrado, pero poned mucho cuidado en dejarlas en su sitio. Después, volved aquí”.

Obedientes, las dos mujeres fueron a cumplir la orden del sabio.

La primera encontró fácilmente el sitio de donde había arrancado la gran piedra y la puso en su lugar. La segunda, en cambio, daba vueltas inútilmente tratando de recordar de dónde había recogido cada guijarro. Era una tarea imposible, y volvió mortificada al sabio con todas sus piedras.

El santo varón sonrió y dijo: «lo mismo sucede con los pecados.

Tú», dijo a la primera mujer, «has devuelto fácilmente a su sitio la piedra porque sabías exactamente dónde estaba: has reconocido tu pecado, has escuchado con humildad los reproches de la gente y de tu conciencia y has reparado con el arrepentimiento. Tú, en cambio», dijo a la segunda, «no sabes de dónde has recogido todas esas piedras. Igual que no has sabido reconocer tus pequeños pecados. Quizás has condenado las grandes culpas del prójimo y has permanecido apegada a las tuyas, porque no has sabido verlas».

¡Qué buenos abogados defensores para nosotros mismos y qué buenos fiscales para los demás!

Tomado de P. Juan Jáuregui Castelo

AVIONES DE PAPEL

Un día fue San Pedro a la oficina celestial de Dios para hacer unas copias nuevas de las llaves del cielo porque, de tanto abrir y cerrar, estaban ya un poco desgastadas y a veces no entraban bien en la cerradura de la puerta de la santidad.

Al entrar, vio que Dios estaba haciendo muchos aviones de papel y en cada uno de ellos escribía algo.

San Pedro, pensando que a Dios se le había ido de las manos aquello de ser como niños, cuestionó al Señor qué es lo que hacía.

Y Dios, muy tranquilo, le dijo: “¿Quieres saberlo? Pues vente conmigo”.

Este le llevó a una nube muy alta y le indicó: “mira hacia el Norte, ¿ves a Raúl? Él es un pequeño delincuente; después de dos años, hoy sale de la cárcel y yo le envío un avioncito de papel.

Mira allá abajo, -siguió apuntando el Señor-, ¿ves a Felipe? Él tiene problemas con la bebida y hoy se ha prometido a sí mismo que no va a volver a beber ni una gota de alcohol. Y yo le envío un avioncito de papel.

Ahora mira esa casa, ¿ves a doña Antonia? Ella es muy criticona; se pasa el día entero murmurando sobre los demás; de su lengua parece que sale veneno, y yo le envío un avioncito de papel”.

Y San Pedro, con mucha curiosidad, le preguntó a Dios: “¿y qué es lo que tú escribes en esos avioncitos?”.

“Te doy una nueva oportunidad” -le dijo Dios.

elcuentodecadadomingo

ANÉCDOTA

Hace algunos años, en los juegos paraolímpicos de Seattle, nueve concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de partida para correr los cien metros planos.

Cuando sonó el disparo, todos salieron, no como bólidos, pero sí con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Uno de ellos tropezó, cayó en el asfalto y empezó a llorar.

Cuando los otros ocho oyeron el llanto del compañero, dis­minuyeron la velocidad, detuvieron su carrera y volvieron atrás. Todos regresaron, todos.

Una niña, con síndrome de down, se agachó y le besó la herida:

-Este besito te va a curar…

Entonces, los nueve niños y niñas se agarraron de las manos y caminaron juntos hasta la meta.

Todos en el estadio se pusieron de pie y aplaudieron emo­cionados durante varios minutos. Los discapacitados les habían brindado una lección extraordinaria: más importante que ganar es ayudar a ganar a otros.

Tomado de PARÁBOLAS PARA VIVIR EN PLENITUD

En una entrevista al presidente Jimmy Carter le preguntaron si había cometido alguna vez adulterio y, él conocedor de la Biblia y catequista en su iglesia, contestó que sí había cometido adulterio espiritual y citó el texto de Mateo, 5, 28.

Tomado de www.parroquiademundo.org

CANTO

QUEDAS LIBRE-AIN KAREM

Nadie te condena

Delegación para el Clero de Santiago de Compostela