Una mirada diferente a la infertilidad

Cristina López, médica y profesora universitaria en Navarra intentó tener hijos y no lo logró, ahora divulga a diario desde sus redes su experiencia para que la infertilidad deje de ser un tema incómodo y lleno de tópicos

La vida, con todas sus complejidades, suele verse reducida a cuatro verbos: nacer, crecer, reproducirse y morir. Si nuestro paso por el mundo son ‘cuatro pinceladas’, si el sentido de la vida es tan poca cosa, uno podría decir que, como mínimo, nadie nos niegue esta existencia en cuatro actos. Es fácil, bajo este relato, pensar que engendrar descendencia es un derecho inalienable. Pero no lo es. Y no es culpa de nadie.

La historia de Cristina y de su marido es la historia de una pareja que quería tener hijos y que no pudo. La infertilidad se cruzó en su camino y truncó su plan de vida. Cristina es creyente y prácticante, algo que no tiene mayor importancia en un relato que debe entenderse desde el respeto, independientemente de la creencia de cada uno. Sin embargo, es importante apuntarlo para poder encuadrar su historia en su contexto social y de sus creencias, en el que la familia juega un papel capital. Cristina y su pareja no pudieron tener hijos. Renunciaron hace tiempo a esa idea, por la que hubo que afrontar un duelo. «Es verdad que ese hijo no ha existido nunca, pero cuando lo has deseado, cuando has perdido tu proyecto de vida, cuando has perdido tu sueño, es una pérdida», explica.

Además, Cristina López del Burgo es médica y profesora titular de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Navarra. Su formación sanitaria, para bien o para mal, ha marcado este camino. Ahora ella acompaña a mujeres —infértiles o no— tratando de educar sobre qué supone ser infertil en una sociedad en la que, cuando una pareja no puede tener hijos, no se les pregunta.

—Hoy tiene 48 años, pero hubo un momento en el que quiso tener hijos.

—Sí. Mé casé con 26 años. Mi marido tenía 30 y sabíamos que queríamos tener hijos. Unos cuantos, de hecho, porque vengo de familia numerosa y a los dos nos hacía mucha ilusión. Al poco tiempo de casarnos, nos pusimos a ellos. No llegaba, pero tampoco nos agobiaba especialmente. Pero fue pasando el tiempo y decidimos consultar. Hicimos alguna prueba, tampoco muchas, y aunque no llegamos a un diagnóstico súper claro, decidimos plantarnos. Renunciamos a pruebas un poquito más invasivas. Lo hablamos entre los dos y decidimos no seguir, porque nosotros no íbamos a recurrir a la reproducción asistida. No queríamos por problemas éticos y porque yo, como médico, conocía los tratamientos, que son muy duros. No era una opción para nosotros. Decidimos que ahí lo dejábamos; que si venía bien y que si no, había que buscar otro camino.

—Y no vino.

—Efectivamente, nunca llegó. Tampoco tuve abortos. Nos planteamos la adopción. Hablamos con varios matrimonios que habían adoptado, leímos un montón de libros y nos estuvimos informando, pero no lo veíamos claro. Nos dijeron que, si no lo veíamos muy claro los dos, no siguiésemos adelante. Le dimos muchas vueltas. Recuerdo que fue un duelo más que hubo que pasar porque yo me había hecho ciertas ilusiones. Tuve que asumir que eso tampoco era para mí. Ahora, echando la vista atrás, veo que tampoco tardamos demasiado en aceptarlo, la verdad. Tuvimos gente alrededor que nos fue acompañando. Una de las cosas que nos dio mucha paz fue algo que nos explicó un sacerdote, algo que nunca me habían dicho antes, y es que ser fecundo en el matrimonio no es solo tener hijos biológicos. Nos lo dijo un sacerdote, pero esto no es algo que diga la Iglesia, esto es algo universal. Se puede dar fruto de distintas maneras y que cada uno encuentra la suya. Han pasado muchos años, llevamos 22 juntos y, cuando miras atrás, entiendes que ese era nuestro camino.

—Habla de duelo, generalmente asociamos el duelo a un fallecimiento, aquí hablamos de un duelo por una idea. 

—Efectivamente. Son duelos distintos, pero no deja de ser un duelo. Es verdad que ese hijo no ha existido nunca, pero cuando lo has deseado, cuando has perdido tu proyecto de vida y tu sueño, es una pérdida. El duelo es el proceso de adaptación emocional a una pérdida. Normalmente lo identificamos con la pérdida de un ser querido, pero también hay una pérdida cuando se nos muere nuestro animal de compañía o cuando perdemos el trabajo; no solo nos sucede con personas. Al final, la infertilidad supone un duelo porque es la pérdida de un proyecto vital compartido, de un sueño y de una ilusión. Tienes que adaptarte a esta realidad. El duelo suele describirse de una manera muy lineal, pero la realidad es que está todo mezclado: hay negación, enfado, depresión… Y luego la fase de aceptación, de recolocar tu vida con esa falta. Es un proceso de duelo, que cada uno vivirá a su manera con las herramientas que tiene.

—Dice ser creyente, en los valores cristianos la familia está muy presente; además viene de familia numerosa. ¿Fue eso una carga extra?

—En determinados ambientes, sí. Hemos tenido que aguantar, como todas las parejas con infertilidad, comentarios de todo tipo. Generalmente, por desconocimiento. Es cierto que en ambientes con parejas con más hijos hubo situaciones incómodas. Siempre te preguntan: «¿Y vosotros no tenéis hijos?». Hubo quien haya podido pensar que éramos egoístas por no adoptar. Creo que hay mucho desconocimiento de lo que supone vivir sin hijos. Tengo grabado el momento en el que mi marido y yo nos sentamos a hablar sobre cómo íbamos a hacer con esto. Yo no tenía ningún problema en hablar del tema así que, cuando alguien nos preguntase, ¿qué íbamos a contestar? Pues contestaríamos que no podemos tenerlos, con toda naturalidad. Al final, no es algo que nosotros hayamos elegido. Nos dimos cuenta que hacía falta mucha pedagogía sobre esto, así que nos propusimos dar a conocer una realidad de la que no se habla, que se puede ser feliz sin hijos.  

—Lo decía porque, quizás, pueda ser más fácil de aceptar para alguien sin sus creencias.

—Sí que hubo un momento en el que no lo comprendía. Pero lo cierto es que no lo vivimos con tanta presión. Sí que es verdad que de vez en cuando había alguna situación incómoda por la gente que nos preguntaba o los comentarios que nos hacían. ¡Se incomodaban ellos! Cuando se explica todo esto, la gente lo entiende. Te dicen: «Jo, nadie me lo había explicado» o «nunca me lo habían dicho así». Tampoco tuvimos presión por parte de mi familia; ni en la mía ni en la de mi marido. Me siento bastante afortunada. Lo llevaron con delicadeza y mucho respeto.

—Lo cierto es que la infertilidad es un tema del que no se suele hablar, ustedes han tenido la posibilidad de hacer un estudio sociológico del conocimiento que tenemos en esta materia en primera persona.

—Al principio, la gente se quedaba cortada. No sabían qué decir. También es cierto que yo veo la infertilidad desde una mirada médica. Igual que hablamos de diabetes o hipertensión, pues nos ha tocado esto. Hay condiciones médicas que dependen del estilo de vida, pero hay otras que no. La pregunta habitual que nos solían hacer después de exponer nuestra realidad era si no habíamos pensado en la adopción. Era como un acto reflejo. Ahí aprovechamos para hacer pedagogía, porque la adopción no puede ser el premio de consolación para los que no podemos tener hijos biológicos. La adopción debe ser una vocación, de hecho hay matrimonios con hijos biológicos que también se sienten llamados a adoptar. Como no se habla de esto, también aprovechábamos para aclarar conceptos.

—Habla de comentarios, ¿qué tipo de comentarios?

—Cosas como que «en cuanto te relajes, te quedarás embarazada» o que «si quieres, te presto a los míos». Son cosas que hemos escuchado todas las parejas que no hemos podido tener hijos. De nuevo, demuestra un gran desconocimiento de lo que es vivir con infertilidad. Nos dicen mucho lo de «qué bien vivís sin hijos», y es verdad que tenemos ventajas. Evidentemente, no me tengo que ir corriendo a buscar a mis hijos al colegio, pero tiene su parte de sufrimiento, que es lo que no se ve. No voy llorando por las esquinas, pero es así. Todo tiene su parte positiva y negativa. Tener hijos tiene su parte positiva, aunque tenga sus dificultades; lo mismo que no tenerlos. Esos comentarios duelen mucho cuando todavía no has aceptado la realidad y estás en pleno duelo. Que te digan que qué bien vives cuando por dentro estás hecha polvo, pues duele.

—Que alguien te diga que si quieres te presta a sus hijos, es motivo de análisis seas o no infértil.

—(Ríe). Pues se dice mucho. Por eso yo decidí hablar de estos temas. Es verdad que la gente te lo dice sin malicia, y suele ser gente que está desbordada con sus hijos. No te lo dicen con mala fe, pero sí con una especie de envidia. Y lo de «relájate» es de las peores cosas que se le pueden decir a una mujer. Es verdad que el estrés mantenido puede afectar a la ovulación, pero la infertilidad es multicausal. Se le dice a una mujer que se relaje para que pueda quedarse embarazada, pero es que a lo mejor su problema es que tiene las trompas de falopio obstruídas. Por mucho que se relaje, si no pasa por quirófano, no se va a quedar embarazada. O a lo mejor el hombre tiene un problema con sus espermatozoides. Es simplicar demasiado. Evidentemente, cuando estás intentando quedarte embarazada y no lllega, preocupa. Es normal sentirte un poco estresada, y más con las pruebas médicas, que generan muchísima presión y es uno de los motivos por lo que muchas parejas abandonan el proceso. Decirle a una mujer que se relaje para quedarse embarazada demuestra bastante ignorancia. Si fuese tan sencillo como eso, nos iríamos todas de viaje de relax y volveríamos embarazadas.

—También hay quien asocia los hijos al concepto de vida plena, como si no tenerlos supusiese estar ‘incompleta’.

—Es verdad que pasa, pero yo es algo que tengo muy claro. A mí siempre me han educado en que ser mujer es mucho más que ser madre y tener hijos. Pero es verdad que me he encontrado con muchas mujeres que sienten ese vacío, que se sienten incompletas. También lo he visto en hombres, pero generalmente en mujeres. Creo que hay una feminidad mal entendida. Hay una autora que me gusta mucho llamada Mariolina Ceriotti que tiene un libro llamada Erótica y materna en el que se explica muy bien lo que ella llama «las dos almas de la mujer»; que una mujer sin hijos es igual de completa e igual de mujer. En las mujeres que se sienten incompletas, muchas veces veo que hay detrás heridas emocionales, carencias afectivas. Al final buscan a un hijo para rellenar esa carencia. A mí eso me parece muy peligroso.

—Todos podemos conocer algún caso de relaciones con problemas en las que se ve un embarazo como una especie de solución.

—Un hijo no viene a rellenar ningún vacío ni a solucionar ninguna crisis. Si eso no se tiene muy claro, te puedes encontrar mayor sufrimiento todavía. Entre los hombres también pasan cosas, comentarios que mi marido ha tenido que escuchar. Se confunde la masculinidad con la capacidad de tener hijos y con la potencia sexual. Hay quien cree que si no puedes tener hijos, no sabes tener relaciones sexuales y, obviamente, no tiene nada que ver. No eres más hombre por poder tener un hijo. Se nos olvida hablar de ellos, pero tienen que aguantar unos comentarios totalmente impertinentes.

—Me interesa el concepto de familia, ¿todavía hay gente que piensa que, si no hay una cuna, no hay familia?

—Sí. De hecho existe esa expresión de «¿tienes familia?» para preguntar si tienes hijos. No me gusta nada. Todavía lo sigo escuchando. Claro que la tengo, tengo a mi marido que es mi familia más cercana. Cuando hay un evento familiar y se pregunta quién va a ir, siempre apunto que «la familia Labarta López al completo». Esa es nuestra familia, nuestra familia de dos. No necesariamente en una familia tiene que haber una cuna. Una familia sin hijos no es una familia incompleta.

—Pertenecemos a sociedades en las que la culpa está muy arraigada, tendemos a buscar responsables, ¿esto pasa?

—Es muy habitual, tanto desde dentro de la pareja como desde fuera. A nosotros nos solían preguntar: «¿Y quién es?, ¿quién tiene el problema?». «A ti que te importa», pensaba yo. No doy más explicaciones porque forma parte de nuestra intimidad y se lo cuento a quien me da la gana. Lo de la culpa es muy peligroso. Es muy común que, si se diagnostica un problema ginecológico, la propia mujer sienta culpa, que su cuerpo ‘no funciona’, que ‘no sirve’. Si le añadimos más culpa externa, la hundimos. Y lo mismo con el hombre. Como empecemos con reproches, mal vamos. La infertilidad afecta a la persona en concreto, pero también a la pareja. Hay que intentar evitar los reproches del uno al otro. Si se entra en ver quién tiene la culpa, desgraciadamente, las parejas se rompen. Esto es un tema de pareja y están los dos en el mismo barco. Si los dos no reman en la misma dirección, la barca se hunde. No preguntes por quién tiene el problema, no cargues más culpa. Además, existe esa idea de que la mayoría de las causas son femeninas. El 30 % de los casos se deben a problemas en la mujer, el otro 30 % se deben a un problema en el hombre, en otro 30 % se encuentran causas en los dos y hay un 10 % que se suele etiquetar como causa desconocida, pero que si hiciésemos un estudio muy exhaustivo se reduciría bastante. Se tiene esa idea de que casi siempre la causa es la mujer y eso no es verdad. Hay que quitar culpa, porque además de los problemas que pueden surgir, en muchas ocasiones, no somos responsables. Otras sí, influyen los estilo de vida, el tabaco, el alcohol, el estrés, demasiado ejercicio físico o demasiado poco, porque los extremos también pueden afectar a la fertilidad. Si no llevas un estilo de vida saludable, puedes verte como un poco responsable, pero tampoco del todo, porque las causas son múltiples. Debemos eliminar la culpa.

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