La Palabra

¿Somos una «religión del Libro»? La lógica católica para no reducir la Revelación a la Biblia

Por qué la Iglesia declara falsa la «sola Scriptura» luterana

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Es un lugar común decir que cristianismo, judaísmo e islam son “religiones del Libro“.  Es una idea que caló en el siglo XIX entre los estudiosos de la mitología comparada y de la historia de las religiones a partir de las investigaciones del lingüista y orientalista Friedrich Max Müller (1823-1900).

Pero en realidad solo encaja bien con el papel del Corán en las comunidades musulmanas. En efecto, la dimensión oral del cristianismo primitivo, como la forma totalmente nueva con la que se aproximaron los cristianos a los primeros códices escritos del Nuevo Testamento, ya desmienten su exclusividad libresca.

La “Sola Scriptura” de Lutero

Lutero da alas, sin embargo, a esa teoría con su doctrina de la “sola Scriptura”: “Solo en las Escrituras” se encontraría la fuente de la Revelación. El Concilio de Trento enseña, por el contrario, que la Revelación sobrenatural “se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o bien por inspiración del Espíritu Santo” (Denz. 1501 [783]).

Es un hecho, constatado en una reciente encuesta de LifeWay Research, que más de la mitad de los protestantes que asisten al culto con asiduidad encuentran difícil entender la Biblia cuando la leen solos, lo que sugiere la necesidad de una autoridad que interprete los pasajes complejos de conformidad con la intención divina al inspirarlos para nuestra salvación.

Pero, si esa fuente no es ajena a la Biblia misma, ¿cómo descubrir esa intención e interpretarla sin caer en un círculo vicioso? Y, si es ajena a la Biblia pero carece de una autoridad semejante, ¿cómo saber qué interpretación es auténtica? La propia explosión de grupos diversos que caracteriza históricamente al protestantismo da cuenta de esta contradicción.

El canon de la Biblia

JP Nunez, doctor en Teología y Filosofía por la universidad franciscana de Steubenville (Ohio) y con tres años de especialización en Sagradas Escrituras, ha llevado a cabo una aproximación a este problema desde el punto de vista de la lógica en un reciente artículo en Catholic Stand sobre por qué los católicos no creemos en la Sola Scriptura luterana.

Por un lado, plantea la objeción clásica de cuál es el “canon” de la Biblia, es decir, qué libros forman parte de ella como divinamente inspirados: “No hay un índice divinamente inspirado, ni Jesús nos dejó una lista. ¿Cómo podemos saber qué antiguos escritos cristianos pertenecen al Nuevo Testamento y cuáles no?

En los primeros tiempos hubo un gran debate sobre qué textos de los usados habitualmente por los cristianos eran inspirados (la Carta de San Pablo a los Hebreos o el Apocalipsis fueron contestados) y cuáles eran, aunque valiosos, obra puramente humana, como el Pastor de Hermas o la Primera Epístola de Clemente a los Corintios.

El primer elenco de libros del Nuevo Testamento que coincide con los 27 venerados hoy como canónicos proviene de San Atanasio (295-373). ¿Cómo los fijó la Iglesia? La cuestión es prolija, pero está claro que no pudo hacerlo sobre la base de las propias Escrituras, por lo cual “la propia naturaleza de nuestra Biblia implica que no puede haber una única fuente de la Revelación”, sino que al menos debe haber “otra autoridad que nos diga qué libros pertenecen a la Biblia”.

Petición de principio

En segundo lugar, hay una petición de principio en la doctrina de la Sola Scriptura. Si solo la Biblia es fuente de la Revelación, entonces la doctrina de que solo la Biblia es fuente de la Revelación tendría que estar en la Biblia

Pero esto presenta un problema, y es que los libros que la componen no se escribieron a la vez. En el caso del Nuevo Testamento, varias décadas separan unos de otros los textos que lo integran. Por tanto, la doctrina de la Sola Scriptura solo podría estar en el último de ellos. En efecto, si estuviese en algún libro anterior, excluiría como revelados los escritos después, dado que todavía no existen. 

Por tanto, solo el Apocalipsis podría enseñar la doctrina de la Sola Scriptura. Ahora bien, nosotros sabemos ahora (porque la Iglesia lo ha fijado así como doctrina revelada al enumerar en el Concilio de Trento todos los libros que integran la Biblia) que el Apocalpsis es revelado y fue el último libro. Pero el Apocalipsis no fue reconocido como tal hasta mucho tiempo después de escribirse: ¿cómo excluir entonces todos los que se escribieron después y también fueron considerados revelados por muchos cristianos?

Por tanto, ningún libro de la Biblia pudo enseñar que solo la Biblia contiene toda la Revelación, lo que conduce a la doctrina de la Sola Scriptura a una petición de principio insuperable.

La doctrina de San Pablo

JP Nunez añade además el célebre pasaje de San Pablo en el que dice a los tesalonicenses: “Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta” (2 Tes 2, 15).

“Cuando los católicos leen este versículo, la tentación es fijarse en la palabra ‘tradiciones'”, precisa: “Es fácil pensar que la mera presencia de esta palabra nos sirve para ganar la discusión, pero eso no es verdad. La claves está más bien en el hecho de que esas ‘tradiciones’ les llegan a los tesalonicenses por dos caminos: ‘De viva voz’ (lo que podríamos llamar Sagrada Tradición) y ‘por carta’ (la Escritura)”.

“En otras palabras, San Pablo nos está diciendo expresamente que cuando escribía sus cartas, la revelación se contenía tanto en la Escritura como en la Tradición, y esto tiene todo el sentido. La fe cristiana existió decenios antes de que se escribiese una sola palabra del Nuevo Testamento, por lo que, en los principios, era sencillamente imposible que la Revelación de Dios se limitase a la Escritura”, remata.

Certezas

En conclusión, JP Nunez afirma que “la doctrina protestante de la Sola Scriptura es falsa“: primero, porque plantea “problemas intrínsecos que la hace impracticable”; y segundo, porque el propio Nuevo Testamento, a través de San Pablo, “nos enseña que necesitamos la Tradición”.

Siguiendo “la Sagrada Tradición de la Iglesia”, pues, “no seguimos creencias fabricadas por el hombre que pueden ser verdaderas o no, sino la genuina Revelación divina, a la que podemos adherirnos tal como lo hacemos a las enseñanzas de la Escritura”.

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