Solidarios: Manuel Alonso, voluntario de Cáritas. Parroquia de San José (A Coruña)

Existen hombres intrépidos. Manuel lo demostró como buen
“lobo de mar” durante su profesión de Marino Mercante. Pero lo demuestra
día a día. Durante la pandemia estuvo afectado por el coronavirus. Una
vez repuesto, no dudó en presentarse de nuevo en un “puerto” donde hay
mucha necesidad: Cáritas parroquial.


Mi nombre es Manuel, tengo 70 años, muy cerca de los 71. Casado y
padre de tres hijos. Vivo en La Coruña y soy castellano de origen, de
Salamanca. Estoy jubilado. Profesionalmente soy Marino Mercante,
capitán. Después de dejar la mar trabajé como jefe de mantenimiento en
una empresa de telecomunicaciones.


El coronavirus, en mi opinión, ha sido como la peste
en la edad media. La diferencia entre una y otra ha sido la velocidad
de transmisión de la pandemia.


Mi estancia en casa no ha sido un problema porque comencé el confinamiento afectado
por el virus. Diez días con fiebre bastante alta, 38,8 grados, e
intentando controlarla con antitérmicos. Finalmente tuve que ingresar en
el hospital acompañado de mi esposa que también estaba contagiada.


Una vez recuperado y de vuelta en casa me marqué un
programa diario que lo he respetado: Dar paseos por el patio amplio que
tiene mi casa (es una vivienda unifamiliar), leer, trabajar en el
ordenador, estudiar, etc.


UNA ENSEÑANZA QUE SE PUEDE SACAR: Que en este mundo somos nada. Que
un mes antes de que comenzara el aislamiento nadie pensaba en lo que
nos venía encima y que hemos pasado de ser un país de lo que se llama
“primer mundo” a un país arruinado.


UNA ORACIÓN: Que “DIOS NOS AMPARE”. Porque si Él no lo hace, ¿en quién nos vamos a refugiar?


UNA DEDICATORIA: A mi esposa. Que siendo persona de
riesgo (pasó un cáncer y es hipertensa) se contagió y, gracias a Dios,
lo superó antes que yo, lo cual, para mí, fue un alivio muy grande.


SOLIDARIDAD: Pues la verdad es que yo sirvo a los
demás, o eso pretendo, fuera de casa. Soy voluntario de Cáritas y
desarrollo mi actividad en la parroquia, aunque también en casa porque
traigo mucho papeleo que puedo gestionar en mi domicilio.


UN SUEÑO: Que aprendamos que la vida diaria puede
cambiar en horas, te acuestas haciendo lo que te parece bien y te
levantas con una orden de confinamiento.


ENFERMEDAD: Pues en mi caso, aunque parezca una
tontería lo que voy a decir, no le di mayor importancia. Quizás porque
las autoridades sanitarias a las que llamábamos nos decían que no
estábamos afectados por el virus, a pesar de los síntomas. Voy a cumplir
71 años y nunca estuve diez días en casa con tanta fiebre y con un
decaimiento total, con mi voluntad casi anulada. Levantarme del sofá
para ir al baño a para hacer algo implicaba tener que pensarlo durante
un tiempo hasta decidirme. Mi cuerpo y mi mente comenzaron a reaccionar
tres días después de ingresar en el hospital, que la fiebre bajó y,
sobretodo, cuando mi esposa fue dada de alta al sexto día de ingresar.
Que mi esposa abandonara el hospital fue la rampa de despegue que
utilicé para poner de mi parte todo lo que, hasta ese momento, no había
puesto para recuperarme. Yo aún tuve que estar otros seis días más,
pero… … aquí estoy, listo para lo que pueda venir.


¿TEMOR? El miedo es muy humano. Todos lo tenemos, y
eso nos protege la mayor parte de las veces. Pero por muchas pandemias
que haya (que las habrá) debemos pensar que estamos aquí de paso, que el
mundo no se acaba ni con pandemias ni con cambios climáticos ni con
meteoritos gigantes que caigan en el planeta. Se destruirá una gran
parte del hábitat, pero el planeta seguirá dando vueltas. Viviremos lo
que nos toque en ese momento y, como ha ocurrido desde que el mundo es
mundo, saldremos adelante. Aferrarnos a la vida en la tierra no conduce a
nada.



EN CÁRITAS PARROQUIAL DE SAN JOSÉ (A CORUÑA)


Manuel relata pormenorizadamente que sirven los alimentos que llegan
de la Comunidad Económica Europea. Comenta que requieren cubrir mucho
papeleo, pero lo consiguen completar en coordinación con la asistenta
social. La Xunta colabora también. El Banco de Alimentos Rías Altas da
mucha fruta. Llega a un gran almacén ubicado en Meicende y los
voluntarios la recogen allí. Cáritas tiene, en los locales de la
parroquia, unos frigoríficos para su almacenamiento. Además, allí van
almacenando lo conseguido en las campañas de recogida de alimento.


Han debido hacer frente a feligreses enviados por otras parroquias y a
las necesidades de un colectivo vulnerable: el de los inmigrantes, muy
numeroso en la barriada. En el momento de la entrevista, Manuel
contabiliza 135 familias atendidas, un total de 312 personas. Pero ya se
ve que la “curva” asciende. Llama la atención la rapidez con la que
este voluntario de Cáritas se reincorporó al trabajo una vez
restablecido de su convalecencia por el coronavirus.


De 7 voluntarios anuales, se han quedado 3-4 para proteger a los más veteranos del grupo.

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